La Juchitán de las muxes en noviembre

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Muxe
Ciudad de México /

por Wenceslao Bruciaga

Se dice que Juchitán lo habitan mujeres, hombres y muxes. Yo agregaría que Juchitán, cada mediados de noviembre, lo habitan mujeres, hombres, muxes, punks, antropólogos daneses a los que no les falta al menos un tatuaje y usan camisetas con el logo de alguna banda subterránea de black metal de Ohio y una backpack, lesbianas sociológicas vascas, gringos retirados y documentalistas japoneses.

Juchitán, al sur extremo de Oaxaca, a tan solo 20 minutos de una costa pesquera y del complejo eólico de La Ventosa, con su horizonte de enormes torres (casi rascacielos), es famoso por sus velas, como se les conoce a los festejos en el que velan al santo del pueblo, San Vicente Ferrer. La mayoría de las velas ocurren en mayo, organizadas por la diversidad productiva del sector buga, los pescadores, panaderos, comerciantes, etc.

Sin embargo, la fascinación extranjera por esta vela de noviembre organizada por las Intrépidas buscadoras de peligro es que éstas son auténticas muxes, hombres que se depilan las cejas, dados al quehacer del hogar, virtuosos para los arreglos florales, nada tacaños al momento de gastar 15 mil pesos o más en un huipil bordado a mano que usarán la noche de la vela y otras ocasiones especiales. Hombres muxes que son tolerados sin escarnios por una típica sociedad buga de la provincia mexicana. Supuestamente.

Las fiestas organizadas por Las intrépidas… arrancan con La regada del jueves, La vela el sábado (el reventón principal) y las subsecuentes Lavada de ollas y Recalentado, que empiezan el domingo apenas la orquesta de la vela da el último trompetazo, justo cuando el cielo se incendia de naranja al amanecer, y suelen extenderse hasta martes, miércoles y a veces hasta el sábado siguiente.

Ocho días de cerveza y mezcal, botanas, huipiles, guayaberas y cumbias con son zapoteco. Se necesita de un hígado entrenado para aguantar esta fiesta de principio a fin.

La regada

Se le dice regada a un pequeño desfile que arranca en la esquina de las calles de Ignacio Zaragoza y San Vicente y recorre el centro de Juchitán haciendo un cuadrado. Regada, porque la tradición indica que se riega (avienta) fruta desde los carros alegóricos a la gente apilada en las aceras. Aunque en la regada de las Intrépidas…, además de frutas, arrojan vasijas de plástico y juguetes. El inicio del desfile es ambientado por la música de la Banda de San Andrés Huayapam, pero la última camioneta lleva una bocina enorme que transmite el mismo tracklist electrónico que el antro gay con menos personalidad de la Calle de Amberes de la Zona Rosa, allá en la Ciudad de México.

Me da la impresión de que la regada de las Intrépidas es más bien un pequeño gay parade con las muxes por delante y los chicos strippers hasta el último, montados en la camioneta de música electrónica.

En Juchitán puedes beber alcohol en la calle sin miedo a ser arrestado. Por eso me animo a entrar a un depósito de cervezas donde un hombre regordete me dice en inglés: Do you want a beer? Le digo que no me hable en inglés estando yo tan prieto. De una de las cinco neveras saca una Tecate y otra para mi amigo, Alex Borges. Las cosas como son: fue idea del Borges venir a cubrir esta vela. Gran idea por cierto. Cuando le extiendo el billete de cien pesos me dice que no lo ofenda. Son gratis.

“Aquí en Juchitán el que no es gay es mayate” me dice el hombre regordete que se llama Jorge, quien me invita a pasar, sentarme en una silla de plástico y luego me ofrece pepinos con chile, me presenta al César, al Ezequiel y al Alemán. De acuerdo con el Jorge, en Juchitán todos quieren al menos un hijo muxe pues: “Los hombres nos casamos con nuestras señoras, tenemos hijos y luego los hijos se van. Los muxes se quedan contigo hasta el final”. Sus palabras suenan conmovedoras, pero no me queda muy claro si los muxes pueden, tienen derecho a ser algo más que las vestidas amas de llaves de los hogares juchitecos.

Cuando me pongo ebrio me da por robarle besos al Alex Borges y el caso es que mientras el Jorge y el César me insisten en lo tolerante que es la comunidad juchiteca, yo me voy poniendo más borracho conforme las Tecate van saliendo gratis de la nevera. El Jorge y el César reiteran que ante todo ellos son hombres, muy machos. El Alemán (le dicen así de los años que anduvo viviendo en Berlín, fruto de su ligue con una estudiante de antropología oriunda de Munich) me advierte que si bien los muxes son bien vistos, no pasaría lo mismo si el Alex y yo nos besamos.

Los mayates reciben otro trato. La vela me genera sentimientos encontrados.

La vela

En la entrada, el hombre de seguridad que combina el azul oficial de la policía juchiteca con el rigor militar me prohíbe la entrada. El motivo: mis pantalones cortos recortados por la rodilla. En la invitación (sin la cual es imposible cruzar la reja) dice claramente: Damas, traje regional o vestido de noche, Caballeros guayabera y pantalón negro. “No es mi culpa” me dice el poli militar. Así que me veo obligado a regresar al hotel. Al regreso compro mi respectivo cartón de claritas que es el algo así como el cover.

No es que quiera verme exigente pero el Desfile de las Embajadoras y Reinas con el que da inicio oficial la Vela de las Intrépidas se me figura como cualquier coronación de vestidas del Hysteria, el antro transgénero por excelencia de la Ciudad de México, ubicado en el corazón de la Colonia Balbuena, nada más que sin techo y con el piso de tierra suelta y con un tufillo de intelectualización postzapatista. Es como si la Escuela Nacional de Antropología e Historia organizara un baile para buscar al doble travesti de la Corregidora. No por eso deja de ser tremendamente gozosa y divertida la noche. Sobre todo cuando vas a los baños, con todos los cubículos de plástico azul juguete de Sanirent ocupados y las muxes improvisando un jarabe tapatío para constreñir la vejiga. Algunas terminan por levantar las amplias enaguas orinando el muro de cemento frente a los baños portátiles.

Mientras tantos, los extranjeros se vuelven locos porque ven su fantasía antropológica de primer mundo hecha realidad, combinada con sus insaciable ambición progresista: travestis enfundados en trajes típicos mexicanos con todo y trenzas y moños rosas mexicanos. Pero para ellos es muy fácil, tarde o temprano regresarán…

En Juchitán es mal visto que un muxe muestre si quiera una relación afectiva con otro muxe. No obstante, lo interesante de la vela de las Intrépidas está en los asistentes, en todo aquel no muxe. Las familias heterosexuales que se toman fotos con las vestidas poniendo a sus pequeños por delante, aplaudiendo a sus favoritas. Eso sí: la reina es la que más acerca en su indumentaria a la tradición zapoteca: amplio e impecable huipil y peinado retocado; me parece acertado. La reina de las intrépidas 2013, por cierto, se llama Freyra Imperio.

Creo que son las cinco de la mañana cuando al fin entiendo lo de la tolerancia Juchiteca de la que tanto hablan.

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