Quienes ya vieron Dunkerque, la más reciente película de Christopher Nolan, habrán notado que la cinta posee una tensión constante, creciente y aparentemente interminable.
Esa cualidad se debe, entre otras cosas, a que Nolan filmó en formato IMAX —con lo que logró un efecto dramático muy particular al que él mismo se ha referido como “épica íntima”— y a la construcción casi matemática de un guión estructurado en tres líneas de tiempo de diferente duración.
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Pero, como el experimentado realizador que es, Nolan sabe que una estética visual abrumadora y un guión que aspira a la perfección no son suficientes para contar una buena historia.
[OBJECT]El uso del sonido, ingrediente imprescindible de todo cineasta, es una de las claves que convierten su cine en una hazaña audiovisual.
La columna vertebral del soundtrack que compuso Hans Zimmer es una ilusión sonora conocida como Tono Shepard.
Consiste en una serie de escalas —ascendentes o descendentes— dispuestas a una octava de distancia (una separación equivalente a seis semitonos), que se tocan de manera simultánea.
El efecto se logra mediante la combinación de matices: mientras el volumen de la escala más aguda disminuye gradualmente, el de la más grave aumenta y la escala de registro medio se mantiene a un volumen constante.
Así el cerebro cae en la trampa: al escuchar los sonidos superpuestos, asimila la información como una escala que asciende o desciende hasta el infinito, pero en realidad nunca deja de oír el mismo rango acústico.
No es la primera vez que Nolan apela a este recurso. Lo utilizó en dos películas de la trilogía de Batman y experimentó con él junto al compositor David Julyan en la música de la película The Prestige.
La música de Zimmer, además, integra otro elemento que añade tensión: el sonido constante de un tic tac que, según dijo Nolan en una entrevista con Business Insider, es la grabación de un viejo reloj suyo.
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