Hablemos de Gotti, película de mafiosos en la que John Travolta pretende impresionar. No hay famoso actor estadunidense que no haya hecho a un mafioso notable. Ahí está Marlon Brando acariciando a un gato y hablando de amor “por América”. Inolvidable Al Pacino hundiendo la nariz en una montaña de cocaína en Scarface. ¿Qué decir de Robert de Niro como Al Capone o de Charles Bronson haciendo a Joe Valachi? Los hay tan fallidos como este Gotti, claro: causan risa los kilos de maquillaje que tuvo que ponerse Johnny Depp para ser James Bulger en Pacto criminal y es hilarante la paliza que le dan a Leonardo di Caprio en Gangs of New York: le rompen todo el cuerpo pero, eso sí, dejan intacta su cara angelical. El estadunidense ama a los mafiosos tanto como los mexicanos al charro cantor. Ya en 1931 Mervyn LeRoy elogiaba el mundo secreto de los pactos, traiciones y dinero mal habido en Little Caesar y no es de extrañar que una de las series más famosas de las nuevas plataformas sea justamente Breaking Bad. Pero entre los mafiosos hay una suerte de fetichismo: el estadunidense de a pie lo prefiere italiano o cuando menos blanquito. ¿Dónde están la mafia china y la árabe? ¿Dónde está la mafia mexicana o salvadoreña? Para ser mafioso y triunfar en la tierra de Trump hay que estar aculturado: como los judíos de Érase una vez en América o Vigo Mortensen en Promesas peligrosas mostrando un cuerpo correoso y tatuado con el que (desnudo) puede golpear a muerte a cinco tipos en chamarra de piel y armados hasta los dientes.
Hay que tener los ojos azules como Travolta, pues. Vestir trajes de dos mil dólares y no, como los narcos mexicanos, botas de culebra. ¿Por qué? Antes de ofrecer mi respuesta, debo decir que Gotti es una película muy mala. La historia no solo es predecible. Para que Travolta cuente la vida de este gangster desde que era adolescente hasta que muere de cáncer parecen haber usado un filtro de Instagram. Aun así el actor cae tan bien como en Pulp Fiction, que no es una obra de mafiosos sino más bien una parodia. Travolta cae bien por lo discreto de su cojera cuando sube las escaleras para asesinar a un enemigo, por el amor que tiene por su familia y porque sabe hacer como que tiene el honor de hierro que tanto gusta a los estadunidenses y que se sintetiza en esta palabra: dólar. Si comparamos Gotti con Un Prophète de Jacques Audiard (una de las dos o tres mejores películas de mafiosos a mi parecer) la obra sale mal parada. No sorprende, no enternece, no emociona. ¿Qué tiene Un Prophète? Una visión de la mafia más acorde con la segunda década del siglo XX y es, en suma, metáfora del modo en que ha cambiado el mundo. Los mafiosos italianos están pasados de moda. Little Italy es hoy un centro turístico que en Nueva York se parece a la Condesa. La Cosa Nostra se ha transformado en un cártel de droga mexicano por más que al estadunidense promedio no terminen por fascinarle los narcos. Tal vez porque a diferencia de los mafiosos europeos, se gastan su dinero en fiestas ruidosas en pueblos de este lado del Río Bravo. Un Prophète, ganadora del Gran Premio del Jurado de Cannes, muestra el cambio en la geopolítica de la mafia. Los sicilianos están hoy en manos de los árabes y en Estados Unidos los pactos de sangre se hacen en español. Somos bad hombres, pero no por falta de escrúpulos sino porque, a diferencia de Gotti, los mexicanos en Estados Unidos no olvidan el idioma de sus padres.