El escritor Jordi Soler (La Portuguesa, Veracruz, 1963) ha hallado el registro del humor en su obra, uno de los mayores retos en palabras de Mario Vargas Llosa, y considera que los autores latinoamericanos son los verdaderos herederos de esa fórmula de Cervantes, pues en España, país donde vive, “son muy serios”. Su nueva novela, El cuerpo eléctrico (Alfaguara, 2017), no es la excepción.
La anécdota inicia con el escrito de un político menor con habilidades de comerciante, quien descubre en una enana veracruzana una mina de oro que lo lanza a una aventura político-empresarial. El documento se localiza en una universidad de Filadelfia y de ahí el narrador se afana en una labor periodística, histórica y de exégeta para interpretar esas memorias que arrancan en los primeros años del Porfiriato.
En entrevista con MILENIO, su casa, el escritor comparte su afición por la caza de freaks, compara a su personaje Cristino Lobatón con Donald Trump, reivindica su papel de “outsider canónico”, habla de su técnica narrativa y confiesa pudor para no publicar más poesía.
Hay un formato casi de reportaje en el libro, el narrador va a conocer un libro de un paisano tuyo y a partir de ahí viene una historia en la que, como reportero, las citas más delicadas irán entrecomilladas.
Sí, se debe a la técnica que debí usar, que tiene una multitud de escenarios y de personajes de una corte de freak show al completo. Cuando empecé a escribirla lo planteo como si estuviera por rodar una superproducción, quizás es de mis novelas la que pasa por más sitios, todo el tiempo está en movimiento, casi la mitad transcurre a bordo de un tren que va y viene de un lado a otro de Estados Unidos, y para ordenar esto, me planteé al reportero, como dices, al escritor que da cuenta de lo que va viendo, pero el narrador habla de un exégeta, más bien el que interpreta las escrituras que dejó Cristino Lobatón.
También se ve desde los primeros capítulos que has logrado algo que quizás sea de lo más difícil de hallar en la literatura, el espacio para el humor.
Es una parte de la literatura que yo me empeño en aprovechar, en explotar; en España, donde se inventó este tipo de literatura, porque este tipo de humor es de El Quijote, de nuestro gran maestro Cervantes, los escritores son muy serios, y me he dado cuenta de que los verdaderos herederos de El Quijote somos los latinoamericanos. En España está un poco penalizado, y no desaprovecho la oportunidad de divertirme con mis personajes. Yo mismo, cuando escribo mis novelas, me río a carcajadas y lo que más me gusta es que el lector me diga que también se rió.
Sin embargo, no solamente a partir de estos personajes grotescos, como es la “freak” liliputiense, sino que en tu novela hay otros temas serios e históricos, como la posibilidad de que ahí haya surgido el narcotráfico.
Sí, hice una investigación importante, sobre todo de lo que pasaba en México en la época porfirista y en Estados Unidos a mediados del siglo XIX, y me di cuenta de que era la gestación no de los dos países, sino de la manera de ser de los dos países. En Estados Unidos el american way of life fue inventado en el siglo XIX, cuando había un montón de filósofos y escritores, entre ellos Walt Whitman, que aparece en esta novela, que se pusieron a diseñar qué es ser estadunidense. Ellos eran por linaje europeos, pero ya no eran europeos, puesto que llevaban 100 años de que habían firmado su acta de constitución, y se pusieron a diseñar la manera de ser, como aquí pasó en la época porfirista con los filósofos positivistas, quienes se preguntaban qué es un mexicano, no un indígena prehispánico, pero tampoco un español ni un criollo, y a partir de ahí me puse a escribir esta novela.
“En Estados Unidos no solamente se estaba averiguando qué eran ellos mismos sino que también se estaba fraguando el territorio del capitalismo salvaje, que es como se ha configurado ese país: Cristino Lobatón era un mexicano que lleva a esta enanita y la hace triunfar y se convierte en una superestrella, y él, como buen empresario, en esa tierra donde se valía todo, empieza a diversificar sus negocios hacia el tráfico de opio, y es quizá el primer narcotraficante del mundo, inventó este otro poder.
“Cuando ya esta novela se estaba imprimiendo apareció en el horizonte Donald Trump, y yo pensé que tenía que ver con mi personaje Cristino Lobatón, quien es un hombre muy rico, con una celebridad que venía de otro sitio, no de la política, y que en ese país, donde se puede comprar todo, se compró la presidencia del país. Si mi personaje hubiera querido ser presidente de Estados Unidos hubiera sido, con toda seguridad, el primer presidente veracruzano de Estados Unidos”.
Como en otras novelas, como en “Los rojos de ultramar”, como en “Ese príncipe que fui” y ahora también en “El cuerpo eléctrico”, hay personajes reales e históricos que te dan la pauta para crear la novela. ¿Cuál es tu proceso creativo más allá de estas diferencias, es decir, hay un personaje y a partir de ahí inventas una historia, cómo es?
Parto siempre de un personaje o de una impresión estética, en este caso fue una foto que encontré en Google de Lucía Zárate, la liliputiense, donde está subida en una especie de columna muy grande al lado de su mánager, y aun subida en la columna no alcanza la estatura de su mánager, esa es una impresión estética que me llevó a imaginar esta novela. Siempre empiezan así, nunca hago un esquema, no tengo planes, siempre voy escribiendo las novelas, nunca sé adónde van. Es muy importante el forcejeo entre mi conducción de la historia y el forcejeo contra mí de los personajes, y una vez que voy a cierta altura, esto suena casi esotérico, hay un esfuerzo que hace que la prosa brille.
“Si escribiera a partir de un guión, mis novelas serían un poco opacas, seguirían unos lineamientos, a lo mejor es una cosa más freudiana y lo que pasa es que no me gusta seguir los lineamientos, otros hacen guiones, pero yo no”.
No lo digo por lo de Veracruz, pero a propósito de estos personajes de los que has estado escribiendo, ¿andas a la caza de “freaks”?
Ando a la caza de freaks, de hecho el personaje de la liliputiense me lo regaló Sergio Pàmies, un escritor catalán, muy amigo mío. Me dijo: “A ti que te interesan las historias torcidas, aquí tienes esta enana que encima es tu paisana”. En cuanto la vi me pareció que era una novela que yo estaba llamado a escribir.
En cuanto a grupos, ¿tuviste un acercamiento con algún grupo literario o cultural de México, fuiste en algún momento parte, eres, te sientes parte de alguno?
No, de ningún grupo, soy un outsider canónico, he ido siempre por mi lado, el único grupo al que pertenezco es una orden de caballería de escritores en Irlanda, pero es una orden casi de ficción, no es grupo literario, no nos reunimos a hacer veladas ni a conspirar. Nunca he pertenecido a ninguno, he escrito en algunos de los medios que los han diseñado, pero solo como pasajero, no tengo grupo y me siento muy cómodo así, he sido siempre un solitario.
Hoy abundan los tuits acerca de lo que recomendaba William Faulkner, el decálogo de escritura de Horacio Quiroga, en fin, es muy fácil para un aficionado a la lectura encontrar esta información. ¿Cuál es tu recomendación en ese sentido a un joven escritor, qué le dices?
Encuentro que el libro Dublineses, de James Joyce, es una obra introductoria perfecta para quien quiera ser escritor, son varios cuentos, una colección de piezas literarias redondas, la última de las cuales, “Los muertos”, es el mejor cuento del mundo desde mi punto de vista; puede entrar por esa puerta, que además no es el James Joyce complejo de Ulises ni del Finnegans Wake. Yo recomendaría que empiecen por ahí.
“Oigo también mucha música, no solo leo, y si me preguntaras qué me llevaría a una isla desierta te diría que Spotify. Ahí tienes toda la música del mundo. Me pasé años buscando discos raros, de músicos medievales, que ahora están todos en Spotify”.
¿La novela es, crees tú, el género rey de la literatura? Has hecho también poesía, ensayo…
Sí. La poesía depende, en mi caso, demasiado de la inspiración, no es un trabajo que pueda sistematizar y además nunca estoy completamente seguro de los poemas que escribo; con los años me he vuelto pudoroso, me da pudor publicarla, en cambio la novela es un trabajo muy sistematizable para mí, regreso a la obra que estoy escribiendo cada día, es lo que hago con constancia desde hace 30 años y no podría vivir sin ella, es un género donde cabe todo, siempre y cuando no la desbordes.
“En esta obra, por ejemplo, hay aventuras, hay investigación histórica sobre el siglo XIX en México y Estados Unidos, hay husmeo en la época porfirista, hay una ambición de hacer una prosa musical, es decir, mi parte frustrada de músico también queda saldada en mi trabajo de novelista; es el género literario que más se vende, más popular y no tengo nada contra lo popular, al contrario, me encanta”.