En un extremo del barrio de Lavapiés, cerca del Museo Reina Sofía, hay una apacible calle que mide medio kilómetro de largo. Se llama Doctor Fourquet y en ella los coches circulan en una sola dirección, los viandantes recorren sus aceras con descarada lentitud y las obras de un puñado de artistas eclécticos invitan a pasar a una quincena de galerías, albergadas con discreción en la parte baja de varios de sus edificios. Debido a esa concentración en tan reducido espacio (en comparación con otras arterias citadinas), dicen que ésta es “la calle más importante del arte en España” y ya se conoce, simplemente, como “la calle de las galerías”. Porque aquí, donde hace tres décadas no querían entrar los taxis debido a la inseguridad, la frescura y el dinamismo de los galeristas hacen que converjan la tradición y la vanguardia de las artes plásticas.
Desde hace nueve años, además, estas galerías (y algunas más de la ciudad) se adelantan a los grandes museos en la inauguración de la temporada artística otoño–invierno. Se dieron cuenta de que en ciudades como París o Berlín eran estos espacios los que encendían, de manera coordinada, el interés del público en los días previos a las grandes exposiciones y copiaron la idea. No tardaron en tener éxito y, desde entonces, cada septiembre la movilización en torno al arte contemporáneo tiene cabida en estos pequeños establecimientos, pues han logrado atraer a coleccionistas, expertos, curadores, periodistas y amantes del arte de muchos países del mundo. Durante este mes, las galerías exhiben lo mejor de su plantel de artistas, tanto españoles como internacionales, consagrados y emergentes, tienen horarios de apertura más amplios, organizan visitas a colecciones privadas o a grandes instituciones, fiestas y mesas redondas. Y (casi) todo, por fortuna, es gratis.
Este año se han reunido a más de 70 artistas en 50 exposiciones y, por lo tanto, hay que elegir qué ver. Manda la actualidad, así que hay que adentrase en las obras de quienes reflejan los fenómenos sociopolíticos de los últimos meses, como la migración. En la galería Marta Moriarty, ubicada al final de la calle Doctor Fourquet, está el trabajo de Mohamed Arejdal, un artista marroquí que desde muy joven intentó llegar en una lancha destartalada y atiborrada de africanos a las Islas Canarias y cuando lo consiguió, después de cuatro intentos, fue deportado a su país de origen. Con cierta resignación, en Marruecos retomó sus estudios y entró en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Tetuán, donde se licenció en 2009. Basándose en sus vivencias, ha creado una serie de pequeñas esculturas que invita al observador a entender su pasado y los vínculos entre los grupos sociales de España y Marruecos, que son más similares de lo que pudiera pensarse.
En el Espacio Mínimo, el malagueño Nono Bandera retoma ideas de otros artistas a lo largo de la historia del arte para crear sus trampantojos escultóricos con jarrones, troncos y lienzos que no son tales, llevando a cabo un ejercicio de apropiación o reescritura en la muestra titulada Desayuno en la hierba. En la galería Helga de Avelar, la fotógrafa–performer Helena Almeida, cuya obra está presente en las colecciones del MoMA o la Tate Modern, presenta una sucesión de fotos de acciones llevadas a cabo por ella en el interior de su estudio (tirada en el suelo, subida a una silla, simulando que sostiene una pared, pintando), pues el cuerpo es su medio y herramienta de trabajo. En el interior de Alegría, Matt Smoak expande el concepto de pintura inspirado en el folklore japonés y en el de América del Sur. Para ello pinta sobre cartas manuscritas, ropa, postales y objetos adquiridos en sus viajes. Con su historia personal pretende analizar las imágenes simbólicas de las sociedades con las que ha interactuado.
Las galerías llegaron a la calle Doctor Fourquet hace más de 20 años. Helga de Alvear fue la primera en abrir, le siguió Casa sin fin, y Liebre y Alegría han sido las más recientes al incorporarse hace tres años. Como actores del ecosistema cultural, todas ellas son espacios donde se gestan los cambios artísticos, se reflexiona sobre su historia y, en el fondo, se cuestiona a la sociedad. Y si varias están juntas, en una sola calle del barrio más cosmopolita de esta capital, también demuestran que son espacios para las ideas y para la crítica, donde se imaginan futuros posibles.