Quizá los últimos héroes del siglo XXI estadunidense sean Bradley Manning y Edward Snowden, cuyas proezas se realizaron en un campo de batalla mucho más tranquilo pero no menos tenebroso que los páramos acechados por los drones o las calles bombardeadas desde un reactor encubierto por las nubes: Manning reveló los crímenes de guerra en Irak y filtró cables diplomáticos a Wikileaks, fue procesado por alta traición y vilipendiado mediáticamente por su “desorden de identidad de género”, pues en prisión decidió salir del clóset y convertirse en Chelsea Manning. Por su parte, Edward Snowden entregó a The Guardian una tonelada de información acerca del espionaje masivo que Estados Unidos lleva a cabo dentro y fuera de su territorio. Computadoras, telefonía fija y celular, tabletas, nada es totalmente seguro ni confiable, el Big Brother orwelliano es una amarga realidad. Snowden está exiliado en Rusia y hace unos días dio una conferencia de prensa vía Internet, en la que comentó que el futuro cambio de gobierno no representa nada, ni para bien ni para mal: la política de espionaje de Estados Unidos sigue en marcha, quien sea que ocupe la Casa Blanca solo es un peón del pequeño círculo que realmente ejerce el poder.
Manning y Snowden son héroes en el sentido que Fernando Savater designa al hombre como ser activo social y políticamente, porque la libertad se consigue con la resistencia a las coacciones del Estado. Asimismo, denunciar los abusos bélicos y la vigilancia indiscriminada e ilegal es, también, un acto revolucionario. Dice Savater: “poner a la ética como objetivo de la política es el sentido más noble de la revolución, o si se prefiere menos truculencia, es el cumplimiento de la democracia” (La tarea del héroe).
Oliver Stone acaba de estrenar su película Snowden pero a su personaje interpretado por Joseph Gordon–Levitt se le escapa esta dimensión moral, tal vez porque Stone solo intentó exponer una rápida hagiografía del tipo que nos reveló la historia de terror que hay detrás de nuestras computadoras y gadgets (lo que empezó como una estrategia para combatir al terrorismo, se volvió una herramienta de dominio planetario), pues la transición del Snowden conservador y ultrapatriota al del liberal y comprometido con la legalidad, sucede casi de forma instantánea, como efecto de algún hipnotismo, lo que mueve a la incredulidad porque se trata, ni más ni menos, que de un miembro activo de la CIA. No obstante, el filme de Oliver Stone tiene un gran acierto, concuerda con lo dicho por el verdadero Snowden: el éxito de las facciones políticas radica en el discurso maniqueo. El bien y el mal para unos, lo contrario para otros. El hilo narrativo de Snowden evoca las omisiones del gobierno de Obama, la persecución canina que Hillary Clinton lanzó sobre el informante, la condena (moraleja: no solo los Republicanos son siniestros).
A Snowden los peligros y amenazas le tienen sin cuidado porque, también lo dijo en esa conferencia vía Internet, ya no le importa ni su vida. Y claro, ¿por qué debía preocuparle el futuro de su país o del mundo entero, la estabilidad social o la democracia o lo que sea aquello que pensamos como libertad? Al fin y al cabo, tampoco eso a nadie ya le importa.
@IvanRiosGascon