Cuando José Emilio Pacheco era un niño y terminó de leer Quo vadis? de Henryk Sienkiewicz, rechazó la existencia del punto final y echó mano de su pasión lectora e imaginación para prolongar la historia. Tomando como inspiración esta anécdota, una página de Facebook ofrece desde hace cuatro años pasajes de la vasta zona de creación literaria y periodística del poeta, valiéndose de hallazgos en librerías de segunda mano, hemerotecas y bibliotecas.
José Emilio Pacheco: textos a la deriva comprende creaciones, observaciones y reflexiones, amén de entrevistas, fotografías, archivos de audio y video en torno del autor de No me preguntes cómo pasa el tiempo, y aspira ante todo a prolongar nuestra lectura de Pacheco y convertirla incluso en un recurso para creer que vicariamente podemos hacernos amigos suyos.
La literatura y la numeralia distan de ser elementos compatibles, pero los más de 46 mil seguidores de Pacheco en esa página son una alentadora señal de que hoy a muchos el quehacer literario les importa más que el boceto hagiográfico o el cotilleo. Una máxima inflexible en esta tarea cotidiana es una cita de François Mauriac empleada por Pacheco para referirse a la caníbal industria biográfica alrededor de García Lorca: “Lo que temo no es ser olvidado después de mi muerte, sino no serlo bastante. No son los libros los que quedan, sino nuestra pobre vida que se convierte en materia para crónicas” (Revista de la Universidad, septiembre, 1961).
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Nadie tan amable (en el doble sentido de gentil y digno de ser querido) como Richard Brautigan. La noche del 6 de junio de 1980 compartíamos un galón de vino californiano con Víctor Hernández Cruz y Amiri Baraka (Leroi Jones) tras el escenario del Palace of Fine Arts en el Golden Gate Park. Era el Festival de Poesía de San Francisco y después llegaron Kenneth Rexroth, en silla de ruedas, y Czeslaw Milosz que en octubre iba a obtener el Premio Nobel.
Enorme y desaliñado, Brautigan era un freak en la tierra de los freaks, alguien que no se preocupaba por su figura ni por su vestuario y leía ante miles de personas como quien habla con sus amigos.
—No te pongas nervioso —dijo—. No te dirijas a la multitud: estás leyendo para cada uno en particular.
Nos pagaron con billetes de cinco dólares —el precio de la entrada—, y fuimos a cenar a Chinatown. Comentamos hasta qué punto la poesía se está convirtiendo en una más de las performing arts. El público entusiasta, capaz de sentarse a escuchar y aplaudir durante horas, que gastaba cinco dólares, hacía cola y llenaba a toda su capacidad un teatro del tamaño de Bellas Artes, pedía incluso encores de los textos que le gustaban. Pero entre esos millares solo dos o tres compraban los libros de poemas expuestos en el vestíbulo. Los poemas eran ya como películas, para qué conservarlos si uno los va a leer cuando mucho dos veces y nada más.
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“Un suicida” [fragmento] (México en el Arte, sección “Reloj de arena”, núm. 7, Invierno de 1984–85).**
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Pacheco señaló en 2010 que internet “es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas”. La velocidad a la que en las redes nos enteramos de algo y de inmediato lo olvidamos podría ser el motivo principal para decir que la literatura y la celeridad digital son incompatibles, pero la respuesta que suscita la página me hace ver que es posible provocar interés genuino si se echa mano de la persistencia y la paciencia. José Emilio Pacheco: textos a la deriva se ha convertido para mucha gente en un asomo a la literatura y a la versatilidad de un creador que muy temprano desdeñó el juego de vanidades. El mérito entre tantos internautas —huelga decirlo— es del contenido.
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Informe de Ningúnlado: aquí se hospedan todos los instantes, la vida ya vivida, los que fuimos entonces, nuestros cadáveres, nuestros sentimientos. En los sargazos de Ningúnlado está el día que fue ayer y la fecha llameante que Ella visitó para abrir simas en mi pequeña historia. Ningúnlado tiene corredores, salones, galerías. Y también valles, playas, cavernas y desiertos. Ningúnlado está aquí, en estas letras y este testimonio, pero también puedes hallarlo al dar la vuelta a donde menos pienses.
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“Eutrapelia” [fragmento] (Semanario de El Nacional, núm. 699, 21 de agosto de 1960).**
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El empeño por querer conocer más de su obra después de leer y releer sus cuentos, novelas y poemarios comenzó en 1983. Estanquillos y librerías de viejo ofrecían un caudal de insólitas publicaciones, pero la fuente primera para localizar grandes yacimientos es el extraordinario índice hemero–bibliográfico incluido en La hoguera y el viento. José Emilio Pacheco ante la crítica (Era) de Hugo J. Verani. Sin ese volumen publicado en 1987 y ampliado en 1994, esta página probablemente sería solo un sueño. Y aquí es necesario poner luz en un asunto personal: en mayo de 2017 recibí un correo–e de Verani en respuesta a otro en el que le contaba que había localizado y entrevistado a George B. Moore, el enigmático consignatario del poema “Una defensa del anonimato” (ver Laberinto núm. 711, 28 de enero de 2017). Dos frases del acucioso investigador uruguayo se han convertido desde entonces en estímulo para proseguir con este quehacer: “Vale la pena hacer este trabajo de arqueología. […] Tu página en Facebook es muy útil”.
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El camino se inunda de tarde. Todo se llena de una luz melancólica, y atrás, con la silueta recortada en el crepúsculo, quedan dos años de alegrías, de esfuerzos, de tristezas, amalgamados en un solo recuerdo.
Desfilan en la mente las imágenes con quienes se convivió, en ese tiempo que ahora parece tan lejano.
¡Cuántas cosas han pasado desde la azul mañana de febrero, hasta esta fría tarde de noviembre!
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“Salón 21” [fragmento] (Anuario del Centro Universitario México [preparatoria], 1956).**
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Tantos hallazgos, multiplicados desde 2016 por el creciente interés de lectores en la página, se deben en gran medida a la valiosa ayuda de libreros de lance, entre los que destaca el incansable Max Ramos, así como los dealers que ofrecen libros agotados en las redes sociales.
De manera paralela se han acercado amigos de José Emilio Pacheco, además de conocedores y académicos que han brindado datos o rutas de exploración. Con riesgo de resbalar en la omisión, es necesario mencionar por su aliento, inspiración y generosidad a Marco Antonio Campos, Vicente Cervera Salinas, Arturo López Corella, Eduardo Mejía, Vicente Quirarte, Álvaro Ruiz Rodilla, Dabi Xavier y Gabriel Zaid. Pero toda esta labor sería imposible sin la anuencia y generoso ánimo de Cristina y Laura Emilia Pacheco. A ellas, mi agradecimiento.
El autor de Irás y no volverás escribió desde los años sesenta en periódicos, revistas semanales y mensuales de amplios tirajes. Muy lejos estaba de querer ser leído solo en ámbitos académicos. En este sentido, la página en Facebook es, me atrevo a decirlo, una extensión lógica para continuar difundiendo sus escritos. Estoy seguro de que a pesar de los juicios y linchamientos que cunden en las redes, allí sigue dándose —citando a Pacheco— “la poesía: la comunicación más honda que pueda establecerse entre dos seres humanos”.
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*El autor de este texto es administrador de José Emilio Pacheco: textos a la deriva en Facebook.
**Todos los fragmentos citados son de José Emilio Pacheco y los derechos son propiedad de sus herederos.