Los cuentos de Leonora*

Para Leonora Carrington, la imaginación es el arte de sumergirse en un mundo invisible

Leonora Carrington con sus hijos Gabriel y Pablo
Gabriel Weisz Carrington
Ciudad de México /

Escribió Leche del sueño como una pequeña colección de cuentos infantiles —los cuales no fueron escritos para niños de carne y hueso sino para niños imaginarios, niños–metáfora— que transmite una idea especial al lector. Leonora no escribía para niños, escribió sobre niños, pues ellos eran los protagonistas en una tierra de ensueño. Las narraciones de Carrington son mapas para navegar por los territorios interiores del imaginario; son regiones relacionadas con nuestro propio mundo interior, ese que rara vez solemos explorar.

En los cuentos de esta colección, cada lector establece un vínculo absoluto con los personajes porque éstos poseen una dimensión onírica. Se vuelven extensiones de nosotros mismos y, gracias a ellos, podemos vivir en territorios fantásticos, alternos al tedio de la vida cotidiana. Habitar un cuerpo imaginario, dice Leche del sueño, es liberarse del cuerpo racional que se somete al efecto de la gravedad y a normas y reglamentos. A través de las historias de Leonora aprendemos a valorar el caos, un desorden ficticio que no se resuelve con la severidad de una forma de vida “correcta” o “incorrecta”. Las fuerzas policiacas del subconsciente son desafiadas, a pesar de que la mente consciente tenga su ejército de guardianes de lo aceptable.

La voz interior de estos cuentos exhibe a la escuela como un espacio donde nuestro ser se somete a un férreo control, a la educación como una gran caja que moldea a los individuos para transformarlos en seres respetuosos de la ley. Leonora plantea que en estos ámbitos la rebelión —el alimento de la creatividad— se priva de sostén y termina asesinada.

Desde temprana edad nos acostumbramos a reprimir nuestro yo. Demasiada libertad es considerada un peligro; se promueve la pasividad o la actividad vigilada. Puedes jugar a ser rebelde “por moda” siempre y cuando puedas demostrar la plusvalía de tu protesta.

Leonora ilustra cada texto, dándole al lector una comprensión más eficaz de los mundos en los que se interrelacionan sus personajes, mostrando cómo se habita en estas regiones. Con suma habilidad, nos ofrece un mundo de palabras y dibujos, imágenes con voz. Con este tejido texto–dibujo cada cuento transmite la visión del mundo de Leonora, la narradora, presentando territorios donde la imaginación tiene un sentido verdadero y se vuelve el camino personal para las diferentes manifestaciones del yo, del yo histriónico, es decir, la forma permanente del ser.

El filósofo Walter Benjamin sostiene que el narrador nunca está cerca de nosotros; es una voz lejana, una presencia remota, de la cual nos sentimos cada vez más distantes. El volumen de cuentos Leche del sueño muestra hasta qué grado Leonora fue una narradora consumada, cómo manejó esta habilidad que, según Benjamin, ya casi no se encuentra en nuestra época. Sus cuentos están construidos con la profundidad mitológica que hay en la versión antigua de cada uno de nosotros.

Leonora Carrington fue una persona con un bagaje para compartir —un gesto para contrarrestar el silencio que emite la atmósfera en la cual, poco a poco, perdemos la habilidad de comunicarnos, contar, narrar—. Parafraseando a Benjamin: ella viene de la tribu de los cuentacuentos irlandeses. Su nana siempre le contó historias de la tradición cultural de Irlanda.

En el cuento “Juan sin cabeza” la primera frase dice: “El niño Juan tenía alas en lugar de orejas”. Después de esto podemos esperar cambios drásticos en su cuerpo y esto introduce toda una serie de transformaciones:

Se Veia raro —“Mira mis orejas!”

La gente se espantaron —

En la noche Juan le gusto mover sus

orejas — Una Noche le movieron tanto que

su cabeza se fue Volando por la Ventana —


La cabeza es ahora una entidad autónoma. Ya no depende del cuerpo, tiene su nueva identidad, aunque mantiene cierta preocupación por la unidad del cuerpo: “Juan quedo sin cabeza y no pudo llorar”.

Las dos entidades corporales dividen el cuento. Como resultado, Juan puede ver su cabeza y relacionarse con ella como si fuera una criatura independiente. Si Juan puede describir cómo se siente, la cabeza puede hacer lo mismo, como si fuera un solo sujeto.

Juan se levantó y salió corriendo tras su cabeza que ya volaba de árbol en árbol como si fuera una paloma.

La narración regresa a la imagen del muchacho que tenía alas en vez de orejas, una imagen que sugiere una criatura compuesta, humano–cabeza–pájaro. Una nueva forma de cuerpo nace de la yuxtaposición “alas en vez de cabeza”, lanzando la narrativa a su propio universo, en el que el cuerpo fantástico es tan legítimo como el cuerpo físico. La diferencia, aquí, es que este cambio genera incongruencias entre las numerosas partes del cuerpo. La inversión en el orden corporal manifiesta que un cuerpo imaginario se contrapone a la rigidez del cuerpo real. La cabeza contradice su propio cuerpo; adquiere personalidad propia y encuentra una identidad somática. Juan empieza a corretear a su cabeza y ésta se divierte mucho con la situación.

“¿Dónde vas?”

“Se fue mi cabeza”

“Que desgracia” dijo la pobre Mujer.

“¡Ha! ¡Ha! ¡Ha!” que si reía la cabeza.


En algún momento, Juan pide prestado un hilo a un hombre, y así finalmente atrapa a su cabeza. Juan se siente cansado después de su experiencia y camina a casa, “la cabeza brincando atrás fuertemente amarrada”.

Entonces la cabeza sufre, o disfruta, otra transformación: ahora se porta como un perro que sigue a su dueño atado a una correa. Todo parece volver a la normalidad cuando la madre de Juan le pega la cabeza con chicle. Si pensamos que el orden ha sido restablecido, pronto viene la decepción: “Pero como era en la noche le pego al reves”. El cuento termina cuando Juan recibe una última advertencia: “Que no te Vuelve escapar tu cabeza”.

Los cuentos de Leonora sugieren un cuerpo metafórico que puede ser habitado por el lector–soñador que es capaz de darle forma al objeto narrativo y vivir con él; sus personajes nos enseñan a superar a los sujetos exánimes que no transmiten nueva energía. El significado se reubicará en lo maravilloso y el deseo por lo insólito será la fuerza motriz de nuestro inconformismo.

La fabulación subversiva nos ayudará a resistir la epidemia cultural que ha enfermado seriamente a nuestra imaginación; demasiadas cosas se han explicado y recontra explicado. Debemos tomar un respiro y arriesgarnos a que nuestras mentes se pongan en marcha. Nuestras culturas han impuesto límites y restricciones contra el movimiento libre de la imaginación. Por eso debemos ignorar estos condicionamientos y embarcarnos en un viaje que nos lleve a la inestabilidad. Lejos de los territorios conocidos re–aprendemos a jugar con lo arbitrario y adoptamos la filosofía del inverso desafiando a esa voz paternalista que asevera: “¡La razón lo prohíbe!”


*Fragmento de “Shadow Children”, texto incluido en Leonora Carrington and The International Avant Garde, de Jonathan P. Eburne y Catriona McAra.

Traducción: Valentina Ortiz

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