Luego de exhibirse en diferentes escenarios del foro imperial de la antigua Roma —incluido el Coliseo, donde actualmente se presenta la exposición Lapidarium del artista mexicano Gustavo Aceves—, esta muestra monumental terminará su itinerancia en la Ciudad de México hasta el 2018.
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Bajo la curaduría de Francesco Buranelli, quien fuera director de los Museos Vaticanos, el concepto de las 50 monumentales esculturas ecuestres que conforman esta exposición reflexiona en torno a la migración mundial.
“El artista ha querido crear con Lapidarium una colosal obra dedicada a la autoconciencia de los pueblos en la que cada escultura representa un fragmento de la historia de la humanidad, para no olvidar los horrores cometidos en el pasado, y para que el conjunto constituya una exhortación a no repetirlos nunca más; un monumento que nos permita renacer mejores”, se señala en el catálogo.
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Aceves (Ciudad de México, 1957), quien en 2008 participó en la primera Bienal de Arte Contemporáneo de Beijing, invitado por su presidente y curador Vicenzo Sanfo, inició Lapidarium en 2014, exhibiéndola en Pietrasanta, muestra que desde entonces ha seguido evolucionando: en 2015 se presentó en Berlín, durante el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
La exposición continuará su itinerancia en la Acrópolis de Atenas, Grecia, donde se presentará a partir de mayo de 2017 y para el 2018 llegará a la Ciudad de México.
Esculturas que evolucionan
La obra de Aceves está construida de mármol, bronce, hierro, madera y granito. Se trata de más de medio centenar de esculturas individuales, que van de los 3 hasta los 8 metros de altura y alcanzan hasta los 12 metros de largo. Es un conjunto que evoluciona, pues a él se suman piezas en cada escala donde se exhibe; una gira que espera concluir en México con más de 100 piezas únicas, sin replicas.
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Para Aceves, el caballo es un potente símbolo de libertad y fortaleza que durante siglos ha sido representado por el hombre, desde las pinturas rupestres de Lascaux hasta su más obvia inspiración: la Cuadriga Triunfal o los Caballos de San Marcos.
Los caballos de Aceves descubren al espectador la siniestra presencia del que emigra: en sus formas huecas se observan cráneos humanos que evocan una versión moderna de Troya y se convierten en receptáculos de la muerte y el sufrimiento del que es traficado.
La obra de Aceves recuerda el tránsito de hebreos, armenios y kurdos en la historia reciente, asimismo, trae a la mente el Mediterráneo convertido en un cementerio con los miles de migrantes muertos cuando huyen de la guerra civil y de la persecución en países del Medio Oriente y la África Subsahariana, pero también simboliza el trayecto que miles de hombres realizan en América en busca de un mejor futuro.
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