Hace dos años, la New York City Opera (NYCO), cuyo propósito es atraer a todos al género, inició su serie Ópera en Español en Lincoln Center, para que los hispanos finalmente lo escuchen. En su primera edición presentó Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán, y en la segunda Los elementos, del siglo XVIII, de Antonio de Literes. Este año, a fines de enero la serie ofreció la ópera Cruzar la cara de la Luna, bajo la dirección de David Hanlon.
Esta última es la primera obra del género con mariachi. Cuando en 2010 Anthony Freud, entonces director de la Ópera de Houston, escuchó cantar ranchero al barítono sinaloense Octavio Moreno, pidió que la pieza se escribiera para el intérprete, pero que en lugar de orquesta hubiera mariachis, y que la realizara un compositor de canciones tradicionales mexicanas.
Así sucedió
Orquestada por el Mariachi Vargas de Tecatitlán bajo la dirección de Pepe Martínez y con un libreto de Leonard Foglia, la obra fue un éxito en Houston; antes de llegar a Nueva York, repitió llenos en Phoenix, Los Ángeles, Dallas, San Diego, Chicago y París.
En la Gran Manzana, la música estuvo a cargo del Mariachi Los Camperos, grupo de Los Ángeles fundado en Mexicali, dos veces ganador del Grammy y, aún más importante, pionero en llevar el mariachi de las cantinas al escenario y ponerlo en el mapa estadunidense. Del elenco original, Moreno continuó en el papel principal como Laurentino, y la mezzosoprano mexicana Cecilia Duarte en el de su esposa; el resto del reparto ha ido cambiando. Ahora el grupo de intérpretes, que incluye a cantantes de ópera y de mariachi (Efraín Solís, María Valdés, Daniel Montenegro, Vanessa Alonzo, Miguel de Aranda y Miguel Núñez) es mexico estadunidense..
Es una historia de inmigración: tres generaciones de la familia Velázquez, dividida por la frontera. Se desarrolla en 90 minutos, en un solo acto de 16 escenas, en las que se entremezclan el inglés y el español, entre el presente en Fort Worth, Texas, y el pasado en Zirahuato, Michoacán.
Laurentino, el abuelo inmigrante, yace en su lecho de muerte. A medida que se desarrolla la pieza se develan sus secretos: en los años 60 cruzó la frontera con su hijo Mark. Su mujer y su vástago Rafael tratan de alcanzarlos, pero no lo consiguen. Ella, embarazada, muere en el desierto, y Rafael es devuelto por el coyote a los abuelos. Aunque después Laurentino lo busca, el muchacho desprecia a su padre.
Mark busca a su hermano, pero sin empeño. La vida anterior en México es una añoranza lejana. Su porvenir y su hija están en EU. Le toca a la siguiente generación, a Diana y a Renata, hijas de Mark y Rafael, respectivamente, reunir a la familia. Unos instantes antes de que Laurentino muera, lo logran. Pero la ambivalencia de Mark de conciliar el pasado mexicano y la resignación de Rafael de tener que aceptar que su padre construyó una vida sin él en EU son lo más interesante de la anécdota.
La historia hace referencia a la nostalgia de Laurentino por tener un hogar en México; recuerda a las mariposas Monarca cruzando frente a la luna en Zirahuato. Una y otra vez repite que su ir y venir de sur a norte y de norte a sur es como la migración mexicana a EU.
Para representar la metáfora, durante la obra, frente a un ciclorama del cielo iluminado por la luna y tras los perfiles de los mariachis, desciende aleteando una lluvia de mariposas de papel naranja —el único efecto teatral, efectivo y hermoso.
Al final se corrige la verdad sobre las mariposas: no vuelven. Cada año son nuevas. No hay ir y venir (como indica el doctor Reppert en National Geographic, “nunca regresarán…. las mariposas Monarca no aprenden la ruta que deben seguir porque las que van hacia el sur nunca han estado en México”). Pueblos sin hombres, el rencor de ser abandonado por los padres y la búsqueda de identidad son temas que la obra aborda.
Emociona ver a los mariachis en el Lincoln Center, así como ver que un tema de enorme trascendencia para México y EU es llevado al escenario por un equipo que lo ha vivido. Y tal vez lo más emotivo es que entre el público se vieron caras morenas, pero también blancas, negras y amarillas. A pesar de Trump, los mexicoamericanos están logrando ser parte del mainstream.