Al comentar la adjudicación del Nobel de Literatura a Bob Dylan, Ray Loriga escribió que "los premios son para los prodigios, es obvio, pero los prodigios son anteriores a los premios. No lo olvidemos". Hoy, que el escritor madrileño ha obtenido el Premio Alfaguara de novela, sus palabras adquieren una relevancia particular.
Loriga pertenece a una raza de hispanoescribientes que tomó el bando de la contracultura, una tradición con pilares en todo el mapa hispanoparlante: Alberto Fuguet, en Chile; Rodrigo Fresán, en Argentina; José Agustín, en México.
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El escritor español ha encontrado un lugar privilegiado lo mismo entre la crítica especializada que en el árido panorama de la industria editorial. ¿Cómo se explica un fenómeno de esta condición? Ningún recurso literario responde mejor a esa pregunta que uno que pertenece a la realidad: la influencia de su tiempo.
Loriga nació en 1967, pero su irrupción en el universo literario ocurrió en los noventa. Lo peor de todo, publicada en 1992, fue su ópera prima. Por aquella época fue calificado como una paradoja: un escritor de culto, pero emergente. Desde entonces ha cultivado una imagen de rockstar —lentes oscuros sobre la nariz y cabellera revuelta coronando la figura—, que ha extendido a los recursos de su narrativa. Su ficción, plagada de referencias al rock, las drogas y la cultura pop, deambula sin complicaciones de la neurosis contemporánea a los rincones soterrados de la condición humana.
[OBJECT]El acuerdo canónico lo sitúa como exponente del realismo sucio español. Su segunda novela, Héroes, rinde cuentas por esa clasificación. Con un título inspirado en el disco homónimo de David Bowie, el libro revela la simpatía estética de Loriga con los exponentes de la Generación Beat, Jack Kerouac y William Burroughs, influencias que el escritor español reclama con orgullo, pero no ignora la autoridad que las letras latinoamericanas ejercen sobre su literatura. “Todo lo medianamente inteligente que salga en mis libros lo vi, de alguna manera, en la somrba de Juan Rulfo”, confesó en la recepción del Alfaguara 2017.
“¿En qué consiste ser un escritor?”, se ha preguntado. Su concepción de la literatura desemboca en una solución simple pero incisiva: “En conseguir formular con las palabras de uno los sentimientos de otros”. No obstante, esa definición no satisfizo su ímpetu creativo, que lo condujo a otra forma de la pasión: la narración cinematográfica.
En 1997 rodó La pistola de mi hermano, una adaptación de su novela Caídos del cielo, escrita un par de años antes. También en ese año colaboró con Pedro Almodóvar y Jorge Guerricaechevarría en el guión de Carne trémula.
Su aventura cinematográfica —breve a la fecha— se completa una década después con Teresa: el cuerpo de Cristo, cinta que escribió y dirigió entre otras cosas por su desmedido interés en los Siglos de Oro.
Ray Loriga es el prototipo del escritor contemporáneo, un hombre de su tiempo en el que confluyen las inquietudes de un explorador curioso. No resulta extraño que se le haya descrito como un “hijo bastardo post-existencialista de Camus” o, en palabras de Pedro Almodóvar, “un fascinante cruce entre Marguerite Duras y Jim Thompson”.
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