La obra literaria de Sergio Pitol (Puebla, 1933-Xalapa, 2018) es una indagación, al más puro estilo de la novela artística europea, “en lo desorbitado, lo demente y lo delirante, lo equívoco y lo perverso, lo grotesco y lo pesadillesco: toda la gama, en fin, de los paroxismos, del furor a la carcajada, y aun lo criminal y lo sórdido”, apunta el escritor y crítico José Joaquín Blanco.
Para el recién fallecido ganador del Premio Cervantes, esos eran los territorios óptimos para la emergencia de lo genuinamente artístico “para la profunda revelación de la conciencia, la cifra última del misterio de la vida, y a su modo, espacios antiburgueses suficientes para el florecimiento enrarecido de la desvaída rosa de paño del arte”, añade Blanco.
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El narrador de ficciones
La estancia de Pitol en Europa durante más de 25 años como diplomático, autoexiliado o viajero por París, Varsovia, Budapest, Roma, Moscú, Praga, Berlín, Madrid o Barcelona, así como la lectura y traducción de sus personales dioses literarios (James, Woolf, Proust, Gombrowicz, Von Doderer, Mann, Kafka, Musil, oscuros autores ingleses y rusos del siglo XIX y su infaltable Faulkner) marcaron su narrativa de forma definitiva aún desde sus primeras obras, melancólicamente ubicadas en el húmedo y boscoso subtrópico xalapeño Tiempo cercado (1959), El infierno de todos (1964) y Los climas (1966).
Esta impronta no es sólo clara sino determinante en su obra posterior: No hay tal lugar (1967), Del encuentro nupcial (1970), la novela El tañido de una flauta (1972), los cuentos de Nocturno de Bujara (Premio Villaurrutia 1981), Asimetría (1981) y Cementerio de tordos (1982).
Obras donde los paisajes existenciales europeos (el desencanto, la melancolía, la desesperanza) impregnan y se mezclan sus vívidas experiencias mexicanas.
Pitol llega así a la elaboración de su celebrada y admirada trilogía novelesca Tríptico del carnaval: El desfile del amor (Premio Herralde de Novela 1984), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), donde personajes excéntricos al límite de los grotesco y lo paródico, confrontan las realidades amorosas, los espacios del delirio y la sinrazón, en el marco de la aparentemente tranquila vida burguesa, que no obstante da aliento a la soledad, la inconformidad, la disidencia existencial por la vía de lo guiñolesco o teatral y, en efecto, los carnavalesco.
La autobiografía como literatura
Paralelamente a su narrativa de ficción, Pitol desarrolló textos autobiográficos que son verdaderos relatos literarios en Juegos florales (1985), Cuerpo presente (1990) y Un largo viaje (1999), hasta conformar un personalísimo género literario con el material de sus recuerdos.
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De ahí surge su prodigiosa Trilogía de la memoria: El arte de la fuga (2001), El viaje (2001), El mago de Viena (2005), y después Una autobiografía soterrada (2010) y Memoria: 1933-1966 (2011).
Relatos de viajes, experiencias, reflexiones, sueños y delirios sobre arte, cultura, literatura o política, todo transmitido por una narrativa total en la cual todo es recordado y todo está sucediendo al mismo tiempo. Es la vida de un artista, como en una experiencia onírica o alucinatoria que se vuelve única y deslumbrante para el lector.
El traductor literario
El ejercicio de la traducción fue también uno de los grandes logros artísticos de Sergio Pitol. Labor que los llevó a impulsar varias colecciones editadas por la Universidad Veracruzana y a consolidar en 2007 la misma colección “Sergio Pitol Traductor”.
Una colección así, conformada por las traducciones de un solo escritor, era inédita en nuestro español, aunque, como se sabe, la traducción ha sido piedra angular en el conocimiento universal. En el caso de Pitol, sus traducciones son de suma originalidad en cuanto a los autores seleccionados, pues si bien se encuentran clásicos como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; Adiós a todo eso, de Robert Graves; La vuelta de tuerca, de Henry James o Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, Pitol tradujo varios libros excéntricos de genuinos outsiders literarios, como Cosmos, de Witold Gombrowicz; Salto mortal, de Luigi Malerba; En torno a las excentricidades del Cardenal Pirelli, de Ronald Firbank y Cartas a la señora Z, de Kazimiers Brandys, y El volcán, el mezcal, los comisarios, de Malcom Lowry.
Las infinitas restas
Sólo la enfermedad pudo retirar durante los últimos ocho años a Sergio Pitol de su arte literario y de su apreciable labor en la Universidad Veracruzana. Ahora, su temida muerte se lleva en definitiva su presencia física. Pero su obra permanecerá y cualquiera que quiera estar en contacto nuevamente con el magnífico escritor puede hacerlo con sólo leerlo.
Pitol está en sus libros porque, como escribió en El arte de la fuga: “Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.
AG