Sumergirse en The Shape of Water es hacerlo en la imaginación de una mente voraz. Guillermo del Toro nos narra el romance de un cuento de hadas renovado, que oscila entre el musical, la comedia, el thriller y el melodrama.
Conocemos la historia desde la óptica de personajes libres, tan complejos como marginados. Protagonistas que evocan —y reinventan— aquella historia que tenemos tatuada en el ADN, La Bella y la Bestia, pero que, al mismo tiempo, se alejan de ella.
- Te recomendamos Razones para ver estas ocho brillantes películas en 2018 Más Cultura
Los personajes de su cuento no son los habituales, están trastocados. Nuestra princesa es Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda, solitaria, cuyo ritual infalible es masturbarse por las mañanas antes de hundirse en sus labores diarias de intendencia. Una Bella imperfecta que se mantiene así toda la historia y que se encuentra con una Bestia —elaborada con tal detalle que puedes ir al cine una vez sólo para apreciarla— que nunca se transforma, porque no hay hechizo que romper.
Por supuesto, Elisa no está sola: Zelda (Octavia Spencer) y Giles (Richard Jenkins) son sus aliados incondicionales.
Nuestro villano, Strickland (Michael Shannon) —de gran presencia escénica—, es despiadado e intolerante, pero, como el resto, se va vulnerando a través de la emoción (un toque que ya hemos visto en nuestro Del Toro).
A través de escenas violentas —otro rasgo frecuente del mexicano—, pero al mismo tiempo musicales, la historia nos enamora sin palabras, porque pretende mostrarnos la esencia real de los personajes. Seductora, la expectativa juega con nosotros desde los primeros momentos y nos descubrimos a la espera de que algún personaje empiece a cantar.
Aunque el sello deltoriano es innegable, ésta se percibe como su película más libre, que parece haber construido su propia su forma, la forma del agua.
Los sonidos y el amor
Guillermo supera el desafío de bordear tantos géneros por su maestría para entretejer elementos narrativo-visuales sin revelar sus costuras, pero sí su oficio en la silla de director.
Todo en la película es agua: la cámara nos guía en el viaje con una movilidad exquisita, como si nadara en el espacio. Entornos húmedos en azul y cian colman este mundo acuático, pero existe la sorpresa: el rojo aparece como símbolo del amor (aquí Guillermo revela su amor al cine, pero también el amor a amar con libertad, a no tener que cambiar por el otro). Recuerden el póster: nuestra princesa enfundada en un gran vestido y zapatos rojos.
Pero el rojo también en la sangre y para unir fantasía con la realidad, el pegamento deltoriano.
Las actuaciones son barrocas, sí, pero las justifica la idea del musical y el despliegue emotivo que las vuelve verosímiles.
Como la cámara, la música del francés Alexandre Desplat (El código enigma, El Gran Hotel Budapest) también fluye. Mientras Del Toro quiso recrear cómo luce el agua, Desplat se enfocó en cómo se escucha. A pesar de que se ciñe a su instrumentación tradicional —muchas cuerdas y un piano protagonista— se permite esta vez otra variedad de instrumentos que colaboran en esa misión. Elegantes y sugerentes, sus melodías evocan mundos fantásticos e incitan al baile.
Además, el soundtrack incluye una cuidada selección de canciones, con tracks de Andy Williams, Glenn Miller, Carmen Miranda, entre otros.
Distribuida por Fox Searchlight Pictures (¡por favor, nunca se vayan!), ésta es una película que te invita a verla más de una vez, pues sus detalles ocultos sólo se muestran al segundo o tercer vistazo.
ASS