Miles de desplazados chiapanecos del municipio indígena de Chalchihuitán hacen ordenadas filas para obtener pedazos de tortillas duras, un puñado de verduras, de frutas, algunas prendas de ropa que les den cobijo en la fría zona serrana del estado, donde viven desde hace 17 días a causa de un conflicto por tierras que ha provocado que un grupo armado los atacara y los expulsara de su casa, de su vida.
Desde 1973 los municipios de San Pedro Chenalhó y Chalchihuitán arrastran una disputa por el reconocimiento de 360 hectáreas. El pasado 18 de noviembre la agresión de civiles armados provocó una persona muerta y nueve casas incendiadas.
Estos hecho provocaron la diáspora de mil 47 familias de ocho localidades: cerca de 5 mil personas de Ch’en Mut, Pom, Tzomolton, C’analumtic, Bejenton, Tulantic, Vololch’ojon, Cruz c’ac’ao man y Cruz ton. En otras siete poblaciones, dicen los lugareños, también consideran desplazarse. Solo hay una razón: miedo a las armas, a la violencia.
Los 150 habitantes del pueblo de Vololch’ojon, en su mayoría niños y mujeres, viven en una bodega que les prestó el presidente municipal, Martín Gómez Pérez.
El agente de la localidad, Néstor Gómez, explica que salieron de sus hogares a punta de balazos de sus vecinos de Chenaló. “Tenemos que huir porque queremos salvar nuestras vidas, principalmente, de los niños, hay muchos y están en peligro de los impactos de balacera”, detalla en su magro español.
Su vecino de localidad y ahora de bodega, el representante de Tzomolton, Pedro Pablo Wenceslao, recuerda que la madrugada del 18 de octubre murió baleado un poblador de su comunidad.
En la cancha aledaña, otros desplazados menos afortunados pernoctan, junto con 107 familias, 800 habitantes y seis niñas (sí, niñas) que están por dar a luz.
El párroco de Chalchihuitán, Sebastián López, organiza la entrega de ayuda en la parte trasera de su iglesia, se comunica en tzotzil y los pobladores atienden puntualmente, se ordenan, esperan la comida.
Esta vez los religiosos se organizaron para mandar 20 costales de tostadas que entregan en bolsas a las mujeres. Las tortillas duras son arrebatadas de inmediato por los niños que con desesperación las comen.
“Afortunadamente, muchos presbíteros, muchos creyentes, traen comida, tostadas, pozole, fruta, verdura, gracias a Dios se compadecen de nosotros”, agradece el padre.
El sacerdote asegura que lo más duro está por venir, pues los pobladores de Chenalhó, además de generar psicosis, destruyeron el camino hacia Chalchihuitán, lo que los aísla y dificulta el acceso de comida, ayuda médica y de transporte.
“Quitaron la carretera en Las Limas entre Chalchihuitán trajeron una máquina y en un ratito la cortaron. Y muchas personas llevamos más de 15 días sin comunicación de transporte y muchas amenazas, muchos disparos y muchos desplazamientos”.
Y lo peor, de muchas maneras, es la pérdida de lo que dejaron atrás, que es poco tal vez, pero mucho para ellos:
“Muchos ya perdieron sus pertenencias, sus pollos, sus guajolotes, sus puercos… hasta se han llevado ganado. Eso es lo más triste en estos momentos”, lamenta el religioso.
Recuerda que hace días bajó de la montaña una mujer que dio a luz en la madrugada del 27 de noviembre entre tierra y neblina: “Le preguntaba a ella: ‘¿Qué sentiste cuando diste a luz en el monte?’…y me decía: ‘un dolor muy fuerte, muy fuerte hasta el corazón… porque no tengo hasta para cubrir a mi hijito’”.
El director de Administración de Emergencia de Protección Civil de Chiapas, José Díaz Morales, encabeza los trabajos de reparto de ayuda en Chalchihuitán, que a veces llega a cuenta gotas por el sinuoso camino que deben recorrer.
Explica que para llegar a la cabecera del poblado deben recorrer de seis a siete horas desde el último municipio seguro, Simojovel, una vereda de terracería que solo puede ser atravesada en camionetas pick up.
La lentitud de la ayuda también se debe a que gasolinera más cercana al lugar del conflicto está a 12 horas de distancia.
Las principales atenciones médicas que han atendido son problemas respiratorios, entre los menores y los adultos mayores, algunos casos de deshidratación y a las mujeres embarazadas que están graves las trasladan en helicóptero a los hospitales de Tuxtla Gutiérrez.
El conflicto no se resuelve, tiene 44 años de sangre, disputas y ahora desplazados. El invierno se acerca y el problema amenaza con cobrar más vidas. Por lo pronto, la gente ha sufrido y sigue padeciendo.
Así lo resume Pedro Pablo Wenceslao: “Toda la familia está triste, sentimos frío, hambre, estamos acostumbrados a vivir en nuestras choza, en nuestras casas... queremos regresar, no sufrir acá”.