Felicidad suiza

Parte 1 de 2

Armamos la búsqueda de Heidi en los Alpes, y esto fue lo que pasó.

Evolène (Cortesía).
Tom Robbins
Ciudad de México /

Llegamos a las praderas altas para encontrar a mi hija, que todavía no tiene cuatro años, que encendía una fogata con un granjero suizo, Marius Pannatier. Ella gritó cuando lo conoció una hora antes, pero ahora parecían ser los mejores amigos, sentados el césped. “Tiens, petite”, dijo, dándole astillas de leña, que sacó de un tronco con su cuchillo. Emocionada, ella las puso en el fuego, colocando cada pieza cada vez con más confianza.

A lo lejos se escuchaba el repiqueteo de los cencerros, el ocasional silbido de la marmota y, a la distancia, los picos cubiertos de blanco de Weisshorn, Dent Blanche y Zinal Rothorn

Cuando el fuego ardía bien, el granjero, Marius Pannatier, buscó en su mochila y sacó un semicírculo de queso raclette de 60 cm de ancho y un trozo de bresaola con enebro hecho con sus propias vacas (“esta era Rubelle, mi favorita” dijo, haciendo la señal de una lágrima en su mejilla.) Más tarde el raclette se derretía en el fuego, se doraba y burbujeaba con trozos de pan y un tarro de pepinillos, pero mientras esperábamos, Marius me ofreció una botella de Petite Arvine, un vino sorprendentemente refinado como para beberlo con vasos de papel a las 11 de la mañana en una ladera soleada, a 2,000 metros sobre el nivel del mar.

Llegamos aquí en busca de una fantasía: ese poderoso idilio alpino de aire fresco, sol, chalets de madera y prados de flores silvestres, un lugar escondido en los remotos valles altos, donde una vida pastoril más simple, más saludable, se mantuvo sin cambios. Un lugar donde las vacas tienen campanas y nombres.

Es un sueño perdurable. En Heidi, ese tótem de lo suizo que publicó Johanna Spyri en 1881, las cualidades mágicas de los Alpes (junto con una dieta casi exclusiva de leche y queso) son suficientes para curar a un inválido en cama.

Mientras tanto, una estancia en la ciudad claustrofóbica y dominada por las reglas, reduce a Heidi a una sombra de lo que era antes, tan pálida que es confundida con un fantasma. “Volver a leer Heidi es descubrir un siglo fascinante, el siglo XIX, que ya piensa en las fechorías de la sociedad industrial, que ya busca nuevos paraísos”, escribe Jean-Michel Wissmer en Heidi: An Investigation into a Swiss Myth that Conquered the World (Heidi: Una investigación sobre un mito suizo que conquistó el mundo, Éditions Métropolis, 2012).

Heidi ya vendió más copias que cualquier otra obra de ficción escrita en alemán. Ya se tradujo a por lo menos 50 idiomas y es la base de más de 20 películas y series de televisión. Y la fantasía no es solo para los turistas. Los británicos podrían burlarse de los extranjeros que hacen fila para tomar el té en el Ritz o el cambio de guardia, pero los propios suizos le tienen cariño a Heidi. En verano, muchos de ellos descansan de sus trabajos en Zurich, Ginebra y Basilea para regresar a las montañas y ayudar a cosechar el heno o reparar las cercas. A menudo se quedan en un chalet o una cabaña de montaña en un área remota, que les dieron sus familias ampliadas o es propiedad de algún miembro de la familia. 

Sin embargo, ahora esos lugares especiales están disponibles para todos, se pueden reservar en línea con un clic del mouse. El consejo de turismo suizo estableció lo que se denomina de manera no oficial un “Airbnb para refugios de montaña”, con casi 300 en su cartera actual y que se reparten por todo el país. Hay chalets de madera o piedra, la mayoría tiene siglos de antigüedad, no décadas, e incluso si nunca planea visitar, tan sólo desplazarse en las páginas de internet para verlos es una bocanada de aire fresco para las personas que están encerradas en las oficinas de la gran ciudad. 

El dato.

Heidi ya vendió más copias que cualquier otra obra de ficción escrita en alemán.

Ya se tradujo a por lo menos 50 idiomas

Algunos están cerca de las aldeas, otros en los claros del bosque; muchos están solos en las laderas, accesibles a través de caminos de terracería o solamente a pie. Algunos, como Casi Hütte en Bosco Gurin, se encuentran a tal altura que debes tomar un teleférico y luego caminar antes de llegar a la puerta principal.  

Bosco Gurín (Cortesía).

Para completar la fantasía, existe otra nueva herramienta en línea, “Mi experiencia suiza”, que te permite reservar una variedad de actividades rurales tradicionales. Puedes unirte a una clase para aprender a hacer queso, los secretos para hornear pan de centeno Valaisan o tocar el alphorn (la trompa de los Alpes). En el pueblo de Meritzo, puedes pasar el día con Germaine Cousin, una abuela de 92 años que te transmitirá sus conocimientos de los remedios medicinales a base de plantas alpinas. O, como nosotros, puedes pasar el día en las montañas sobre el Val d'Hérens con Marius y su preciado ganado.   

El río Ródano va de este a oeste a través del corazón del cantón Valais, la pequeña llanura que rodea sus orillas repleta de huertos de manzanas, peras y chabacanos, así como todas las principales ciudades de la región e incluso de Sion, un pequeño aeropuerto. Una serie de valles se desvían hacia el sur, haciéndose más salvajes y menos poblados a medida que suben, hasta que terminan en las nieves y glaciares eternos que separan a Suiza de Italia

El Val d’Hérens es el menos desarrollado de todos. A vuelo de pájaro, está a menos de 24 kilómetros de Zermatt al este y Verbier al oeste, sin embargo, no tiene nada de pompa: no hay casinos, hoteles de cinco estrellas, ni joyerías ni carruajes tirados por caballos. Hay algunos telesquís pequeños (y viejos), pero no hay estaciones de esquí, y en el centro de las principales aldeas, Evolène y Les Haudères, todavía hay granjas y establos de ganado en funcionamiento, en tierras que en otros lugares de los Alpes desde hace mucho tiempo se habrían convertido en tiempos compartidos de lujo.

Val d’Hérens (Cortesía).




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