Emmanuel Carrère: dinamitador de los géneros
El escritor parisino nacido en 1957 pertenece a la cofradía de seres fabulosos que tienen el don de cambiar de apariencia y propósito con la sola intervención de su voluntad. Hubo un tiempo en que fue novelista. Ahí están L’Amie du jaguar, Bravoure (Bravura, Anagrama), La Moustache (El bigote, Anagrama), Hors d’atteinte y La Classe de neige (Una semana en la nieve, Anagrama). Pero tras conocer a Jean-Claude Romand —quien asesinó a su mujer, a sus hijos y a sus padres mientras se hacía pasar por médico y hasta ganaba un inmerecido prestigio— abandonó la ficción para instalarse en el terreno del periodismo literario, esa inusitada mezcla de rigor metodológico, relato íntimo, investigación e imaginación. De esa experiencia nació El adversario (Anagrama), que alcanzó un éxito tan sonado que fue llevado al cine.
“Memoria” es el nombre del género en el que terminó por asentarse. Cómo definirlo. Quizá como el encuentro de lo mejor de la literatura con lo mejor del periodismo. Carrère no inventa, no crea mundos ni personajes ficticios; narra como intérprete o testigo. Bajo este impulso han nacido Una novela rusa (Anagrama), que explora el pasado familiar; De vidas ajenas (Anagrama), una dolorosa inmersión en los abismos del duelo y la enfermedad tras el tsunami que arrasó Sri Lanka en 2004; Limonov (Anagrama), que sigue el ritmo de una autobiografía, y El Reino (Anagrama), que le valió el Prix Le Monde y que al recrear los primeros años del cristianismo pone en entredicho la fe del propio Carrère.
“Es extraño, si te paras a pensarlo”, escribe en las páginas iniciales de este libro monumental, “que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas. En los tiempos antiguos se puede entender: la gente era crédula, la ciencia no existía. ¡Pero hoy!”.
El adversario y El Reino son dos libros ideales para comenzar la lectura de Emmanuel Carrère, que no se cansa de decir que aquello que sus lectores juzgan una ficción no es otra cosa que el registro apasionado de los hechos y de los desvelos que son necesarios para contarlos.
ENTREGA DEL PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES
Sábado 25 de noviembre, 11:00 horas
Auditorio Juan Rulfo
Participa: Emmanuel Carrère
Graciela Iturbide: ver y nada más
Efectivamente, como indica el título del libro que hizo en colaboración con el rockanrolero Federico Rubli, Graciela Iturbide estuvo en Avándaro el 11 y 12 de septiembre de 1971, en el Festival de Rock y Ruedas que se considera el Woodstock mexicano. Tenía 29 años y ya llevaba un año asistiendo a Manuel Álvarez Bravo, quien fue para ella “un maestro de la vida. Me enseñó más con su arte poética, con sus reflexiones, con su colección de arte popular, con lo que leía. Nunca me dijo si mis fotos eran buenas”.
Graciela Iturbide lo ha ido constatando a partir de los muchos reconocimientos que ha recibido: el W. Eugene Smith Memorial Foundation; el Grand Prize Mois de la Photo; la beca Guggenheim; el Hugo Erfurth; el International Grand Prize de Japón; el Hasselblad; el Chobi Mela de Bangladesh, y el Cornell Capa. Además, ha expuesto en el San Francisco Museum of Modern Art (1990), el Paul Getty Museum (2007), la Fundación MAPFRE (2009), el Photography Museum Winterthur (2009) y la Barbican Art Gallery (2012).
Es muy conocida su serie de retratos y aspectos del México indígena realizada entre 1978-1979 y 1988, cuando por encargo del Instituto Nacional Indigenista siguió por el desierto de Sonora al pueblo nómada seri, y a invitación de Francisco Toledo se metió a fondo en la cultura zapoteca para hacer el libro Juchitán de las mujeres. Aunque “ahora tomo más objetos y paisajes”, esa “experiencia es inolvidable, porque además son pueblos opuestos entre sí”, ha dicho.
Sus series Cuadernos de viaje, Pájaros, Muerte y El baño de Frida dan cuenta de una amplia variedad de intereses. En 2007 hizo un libro a partir de su fascinación por el general panameño Omar Torrijos y un texto de Gabriel García Márquez: Torrijos: el hombre y el mito. “La fotografía es mi terapia –concluye, con una especie de declaración de principios ante el mundo contemporáneo–. Cuando estoy con la cámara me concentro en lo que veo; en nada más. Me gusta el ritual de la fotografía análoga. Nunca he tomado fotos con el celular”.
HOMENAJE NACIONAL DE PERIODISMO CULTURAL FERNANDO BENÍTEZ
Domingo 3 de diciembre, 17:30 horas
Auditorio Juan Rulfo
Participan: Graciela Iturbide, María Baranda, Julio Patán, Roberto Tejada, Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla, Raúl Padilla López
Alberto Manguel: palabra de lector
La curiosidad es el atributo que podría definir al ensayista, novelista, editor y actual director de la Biblioteca Nacional argentina Alberto Manguel. Sirva de prueba su libro Una historia natural de la curiosidad. Hay que agregar, y no es poca cosa, que solo él ha ocupado el puesto que también tuvo Jorge Luis Borges, de quien fue lector. Para el autor de Una historia de la lectura, un clásico moderno, el lector debe tener una actitud quijotesca: “cuando vea algo injusto voy a tratar de remediarlo a pesar de que la consecuencia sea peor de lo que había al principio. Si no, ¿de qué sirve la literatura?”.
Este año fue distinguido con el Premio Formentor por el conjunto de su obra que, en palabras del jurado, “constituye una de las más lúcidas indagaciones en la historia orgánica de la biblioteca universal”. En Manguel es posible reconocer a un explorador que parte en busca del azaroso peregrinaje de los libros y la manera en que reciben hospedaje permanente en las instituciones culturales. Hablamos entonces de un lector en toda forma (su biblioteca personal tiene más de 30 mil volúmenes) que ha hecho de una actividad íntima y casi monacal un ejercicio compartido y siempre dispuesto a escuchar otras voces.
ENTREGA DEL PREMIO FORMENTOR DE LAS LETRAS
Miércoles 29 de noviembre, 18:00 horas
Salón 3
Participan: Alberto Manguel, Basilio Baltasar
Sergio González Rodríguez: lo visible y lo invisible (por Bernardo Esquinca)
Conocí a Sergio alrededor de 1995. Poco después, en casa de un amigo común, atestigüé un episodio íntimo y desconcertante, que me reveló el primero de los muchos matices que tenía su personalidad. En la cocina, Sergio lloraba la muerte de Mara, una bailarina de la que había estado enamorado; la misma que protagoniza su reportaje “Mujer de table-dance”, con el que obtuvo el Premio Fernando Benítez de Periodismo Cultural.
Yo no lo sabía entonces, pero Sergio ya estaba inmerso en la investigación de la que fue pionero, y que a la postre lo situaría en el primer plano del periodismo de investigación: los feminicidios sistemáticos de mujeres en Ciudad Juárez, que culminaría en Huesos en el desierto, libro por el que puso en riesgo su vida en varias ocasiones, y donde denuncia valientemente el involucramiento de las autoridades en una red de violencia y corrupción.
A diferencia de algunos escritores “activistas” que parecen muy preocupados por salir bien peinados en las fotos de las marchas, Sergio no alardeaba de su trabajo. Revisando viejas entrevistas en la web, supe que una vez, al salir de un penal en Ciudad Juárez, al que acudió a visitar a un reo, tuvo que caminar de madrugada por barrios inhóspitos, habitados por pandilleros, pues ningún taxista quiso llevarlo de regreso a la ciudad. Confiaba en que “alguien” lo cuidaba. “Me sentía invisible y de alguna manera protegido”, confesó. Otra sorpresa para su gente cercana, pues tampoco hablaba de su religiosidad. El día que murió, un amigo subió a su habitación, donde descubrió, en medio de pilas y pilas de libros, un pequeño cuadro del Sagrado Corazón, colgado de una de las paredes.
Le decíamos “El Señor Gobernador” porque llegó a una boda acompañado de un mariachi. Su generosidad era desbordada; no solo por las invitaciones de comidas y tragos, sino sobre todo por los conocimientos que transmitía, por la manera en que ayudaba a otros escritores a orientarse en sus temas. Alguna vez me guio entre los pasillos de la extinta Tower Records para encontrar un libro sobre snuff movies, asunto que en aquella época me quitaba el sueño. Le pedí que me lo firmara: “Para Bernardo, cómplice de estas anomalías que se vuelven obsesiones”.
En Teoría novelada de mí mismo, su deslumbrante libro póstumo, dice: “Y escribir asimismo para evitar quizás el olvido, para conocer lo invisible que impulsa nuestros actos: la verdad trascendental”. Cualquiera que lo haya conocido o que lo lea, no olvidará a Sergio jamás.
HOMENAJE A SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
Sábado 2 de diciembre, 20:00 horas
Salón 1
Participan: Rafael Pérez Gay, Mauricio Montiel Figueiras
Juan Casamayor: puntal de la lectura
Como toda empresa, la editorial española Páginas de Espuma nació con el ánimo de que su labor fuera reconocida y lo ha conseguido. Juan Casamayor y Encarnación Molina la fundaron en 1999 con el objetivo de publicar fundamentalmente cuento. Su primer título fue Escritos de Luis Buñuel y desde entonces a la fecha su catálogo se ha enriquecido con autores como Antón Chéjov, Arthur Conan Doyle, Antonio Ortuño, Émile Zola, Fernando Pessoa, Robert Louis Stevenson, Andrés Neuman, Marcel Schwob, Leopoldo María Panero, Thomas De Quincey, Gustave Flaubert, Guadalupe Nettel, Italo Svevo, Clara Obligado, Adolfo Bioy Casares.
Juan Casamayor (Madrid, 1968), doctor por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, ha dicho que si bien Páginas de Espuma se ha centrado en el cuento, su aspiración es que no se le encasille (el ensayo igualmente forma parte del catálogo): “No pondría espacio lector de cuento, no. Ojalá se pudiera considerar esto: que en una época en que la lectura compite con otros muchos factores de ocio, hemos podido ser un puntal para el fomento de la lectura”. Dado que las grandes firmas editoriales han abandonado esta meta, una editorial independiente como Páginas de Espuma ha sabido hacerlo.
HOMENAJE AL MÉRITO EDITORIAL
Lunes 27 de noviembre, 19:30 horas
Auditorio Juan Rulfo
Participan: Juan Casamayor, Antonio Ortuño, Gustavo Guerrero, Pilar Adón
Fernando Savater: la filosofía es un género literario
Desde Nihilismo y acción (1970), su primer libro, hasta el más reciente de sus artículos periodísticos, Fernando Savater ha sabido conciliar el pensamiento reflexivo y el arte de narrar. No es de extrañar que sus libros más apreciados entre una comunidad de lectores que no se especializa en la filosofía sean justamente aquellos en donde la literatura nutre de modelos a una ética que se declara enemiga del academicismo y el aburrimiento: La tarea del héroe, La infancia recuperada, Criaturas del aire, El contenido de la felicidad.
Crítico de los nacionalismos, seguidor de las carreras de caballos y la ópera, mordaz y fanático del helado de limón, Savater puede ser profundo sin dejar de ser ameno. Leerlo es lo más parecido a una sobremesa por donde corren las anécdotas, el buen sentido del humor, la referencia exacta, la risa socarrona. Aunque filósofo de profesión, se mueve con soltura en géneros tan disímiles como la crítica de cine, la novela, el ensayo periodístico, la crónica de sociales y la nota libresca.
HOMENAJE A FERNANDO SAVATER
Sábado 25 de noviembre, 18:30 horas
Auditorio Juan Rulfo
Participan: Fernando Savater, Ricardo Cayuela, Demián Bichir, Juan Villoro, Carlos Revés
Roger Bartra: un humanista de amplio espectro
Etnólogo por la UNAM y sociólogo por La Sorbona, con el tiempo Roger Bartra (1942) ha terminado convirtiéndose en un humanista. Además de cursar esas carreras es, o ha sido, antropólogo, profesor, periodista, guionista y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Su objetivo como antropólogo, el explorar “terrenos desconocidos, distintos, otros, alternativos, extraños, raros”, define cada una de sus actividades. Como anota Ignacio M. Sánchez Prado, coordinador junto con Mabel Moraña del libro Democracia, otredad y melancolía. Roger Bartra ante la crítica: “resulta casi imposible pensar en otro pensador de habla hispana cuya obra esté influida por un rango tan amplio de las ciencias sociales, naturales y humanísticas”.
La obra de Bartra se ha enfocado en la tributación azteca, la realidad campesina, la mexicanidad, el salvaje, la melancolía, la antropología del cerebro, la política mexicana. Hombre comprometido, se autodefine de “izquierda en el marco de la tradición socialista”. Por esta razón es que se hizo antropólogo: no quería estar alejado de los problemas nacionales. Sus aportaciones apenas están siendo valoradas, pero su principal legado es que no concibe barreras para el conocimiento.
HOMENAJE A ROGER BARTRA
Viernes 1 de diciembre, 19:00 horas
Salón José Luis Martínez
Participan: Antonio Saborit, José María Espinasa, Nick Caistor, Gerardo Villadelángel
Antonio Sarabia: europeo por elección
El debut literario de Antonio Sarabia (1944-2017) fue Amarilis, a los 47 años de edad, y el mundo de la cultura se puso de pie para celebrar esta fina evocación de la corte española, del Siglo de Oro y de la joven amante (Marta de Nevares Santoyo) que Lope de Vega disfrazaba bajo el nombre de Amarilis en sus poemas eróticos. Pero esta no fue la primera novela que escribió Antonio Sarabia, que con unas pocas correcciones y bajo el título de El retorno del paladín fue extraída de un cajón para su publicación, en 1994, tras Los avatares del piojo.
Desde su época de estudiante, Sarabia fue un lector voraz. “En el liceo fui director de la revista de la escuela. Yo no creo en la mala literatura, porque recuerdo que en aquella época, en la que leí Los tres mosqueteros unas doce veces, devoraba todo lo que caía en mis manos, sin reconocer lo que era bueno de lo que era malo”.
Sarabia nació en la Ciudad de México, donde estudió Ciencias Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana; luego viajó a Guadalajara con sus padres. Tras casarse, buscó un trabajo para mantener a su familia y se empleó sucesivamente en dos cadenas radiofónicas como director de operaciones.
Un verano de finales de los años setenta viajó por primera vez a París, y su vida cambió. Decidió tomarse un año sabático, instalarse ahí y dedicarse de tiempo completo a la escritura. “Era conocido en el medio de la radiodifusión, así que si no funcionaba el experimento, fácilmente conseguiría trabajo de vuelta a México”, pensaba.
Desde entonces, hasta su muerte, ocurrida en Lisboa este año, fincó su residencia permanente en Europa. “Escribir es buscarle tres pies al gato. Es un oficio anticuado, del siglo XIX. Lo que más me ha dado son amigos: Rosa Montero, José Manuel Fajardo (con quien iba a buscar a Julio Cortázar a su tumba, para conversar con él), Karla Suárez y algunos otros, además de mi agente, Carmen Balcells, que era una mamá gallina muy llorona”. Entre su obra destacan volúmenes de cuentos memorables, como Acuérdate de mis ojos (2003).
HOMENAJE A ANTONIO SARABIA
Viernes 1 de diciembre, 17:00 horas
Salón 5
Participan: Rosa Montero, Alberto Ruy Sánchez, Jorge Zepeda, Diego Petersen, José Manuel Fajardo, Karla Suárez, José Ovejero
Alberto Ruy Sánchez: voluptuosidad sutil
Hace treinta años, cuando se presentó Los nombres del aire (Premio Xavier Villaurrutia 1987), Álvaro Mutis lo celebró como una “hazaña literaria, por su estructura en espiral y su historia de erotismo osado y sutil”, y el lingüista Antonio Alatorre lo consideró “la más singular valoración de nuestra lengua en la dimensión que ésta adquirió de la cultura arábigo andaluza”.
Hoy, ese paradigma de la sensualidad creado por Alberto Ruy Sánchez (1951), director de la revista Artes de México, se ha expandido en fondo y forma en los cinco volúmenes del Quinteto de Mogador, formado por En los labios del agua, Los jardines secretos de Mogador, La mano del fuego, Nueve veces el asombro y, por supuesto, Los nombres del aire.
Alberto Ruy Sánchez es autor además de varios libros de ensayos, dos de los cuales están dedicados a Octavio Paz, uno a André Gide y otro al insomnio. En su columna del suplemento sábado de unomásuno, que luego tuvo una segunda época en la revista Vuelta, y en otras publicaciones periódicas, se ha ocupado de temas literarios y de arte que dieron origen a varios libros misceláneos de periodismo cultural como Al filo de las hojas (1988) y Diálogo con mis fantasmas (1997). La voluptuosidad es el sello característico de su “prosa de intensidades” y aplicada a la cultura puede apreciarse en libros como Con la literatura en el cuerpo (1995).
Entre los reconocimientos que le han otorgado universidades e instituciones americanas y europeas, destaca la beca Guggenheim y su nombramiento como Officier de l’Ordre des Arts et des Lettres de la república francesa. Su tesis fue dirigida por Roland Barthes, y luego se doctoró en la Universidad de París, donde imparte cátedra, así como en Stanford University.
La casa en la que vive con su esposa y colega en Artes de México, Margarita de Orellana, y sus dos hijos, Andrea y Santiago, ha sido remodelada en más de tres ocasiones para que la biblioteca, que crece como una ceiba cuyas ramas se infiltran por los rincones, ocupe siempre el espacio central.
HOMENAJE AL BIBLIÓFILO
Martes 28 de noviembre, 17:00 horas
Auditorio Juan Rulfo
Juan Goytisolo: el explorador de siglos (por Carlos Rubio Rosell)
La trayectoria del escritor español Juan Goytisolo (6 de enero de 1931-4 de junio de 2017) estuvo marcada por dos profundas exigencias: devolver a la comunidad lingüística a la que pertenecía un idioma distinto del recibido y no permanecer ajeno a la desproporción entre el mundo desarrollado, creador de necesidades de consumo, y el mundo hambriento, desprovisto de la posibilidad de vivir dignamente.
Sus más de 30 libros —novelas, relatos, ensayos y crónicas de viajes— son una respuesta a esas dos exigencias que definieron su labor, que despuntó en 1954 con la novela Juego de manos y después con Duelo en el paraíso (1955), donde abordaba la angustia juvenil de la postguerra española con pinceladas de rebeldía, intensidad poética y subjetivismo. En sus novelas posteriores —Fiestas, La resaca (ambas publicadas en 1958) y La isla (1961)— y en los relatos de Para vivir aquí(1960) y Fin de fiesta (1962), Goytisolo se alineó con la estética del realismo social, y con la ética del combate al franquismo, por lo cual se exilió en París a fines de la década de 1950.
Fue a partir de Señas de identidad (1966) cuando su obra narrativa observó un cambio radical al romper con el realismo y lanzarse a la experimentación, que continuó en Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975), y más tarde en los ensayos Disidencias (1977), Libertad, libertad, libertad (1978) y Crónicas sarracinas (1981), y ya en la década de 1980 con Makbara, Paisajes después de la batalla (1982), Coto vedado (1985), En los reinos de Taifa (1986), Las virtudes del pájaro solitario (1988) y La cuarentena (1991).
En 1994, Goytisolo había sacado a la luz tres libros que condensaban sus preocupaciones éticas y estéticas en el crepúsculo del siglo XX: las crónicas sociales y de guerra Cuaderno de Sarajevo y Argelia en el vendaval, y la novela La saga de los Marx.
Goytisolo tenía entonces un gesto adusto, palabra de tono serio pero trato afable. Sus nuevos libros respondían, señalaba, a lo que entendía como una nueva e inédita fase de exclusión social, de dramas humanos inimaginables, y afirmaba que el escritor debía responder a ese desasosiego: “Al lado de lo que considero mi obra literaria estricta, quiero intervenir de algún modo, al menos como testigo de las infamias que están ocurriendo en el mundo”.
Fragmento de un ensayo publicado en el suplemento Laberinto el 10 de junio de 2017.
HOMENAJE A JUAN GOYTISOLO
Lunes 27 de noviembre, 19:00 horas
Salón 5
Participan: Juan Cruz, Mercedes Monmany, Alberto Ruy Sánchez