Me cuesta trabajo creer que todavía hay apasionados de la lectura que le hacen el feo a la narrativa gráfica porque consideran que, al tener pocas (o ninguna) palabra vale menos o es menos artística que las historias que se narran exclusivamente con palabras. Me temo que es un prejuicio que arrastramos desde hace mucho tiempo, que nos hace pensar que las imágenes son exclusivamente un complemento facilitador de la lectura para los más pequeños o menos avezados, algo así como las rueditas laterales en la bici o las llantitas inflables en la alberca. Es cierto que esa es una de las posibilidades, pero definitivamente no es la única.
Para darnos cuenta, basta abrir una novela gráfica como El instante amarillo, de Bernardo Fernández BEF; admirar las viñetas contemplativas, más filosófico-poéticas que humorísticas de Jis (como las de sus libros Sepa la bola y Luna de gatos, éste último dirigido a un público infantil); estremecernos ante las micro historias de terror de Alejandra Gámez (compiladas en los tres volúmenes de la serie The Mountain with Teeth) o el humor elocuente y ácido de Trino (su Historias sobre el fin del mundo es de mis favoritos). Libros así nos confirman que, como dice el propio BEF, la novela gráfica es un arte poderosísimo y que quien decide categóricamente “Yo no leo comics” se pierde de una experiencia importante, como quien elige no ver teatro o cine (“eso lo decía una amiga mía y me parece que tiene toda la razón”, aclara BEF, siempre preocupado por darle el crédito a quien le corresponde. Pero esa es otra historia).
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[OBJECT]Hay quienes piensan que la narrativa gráfica puede ser una manera de acercar a los niños a la literatura. Hay quienes opinan que no, que ser entusiasta de los monitos no garantiza ese salto. Me parece que ese debate no tiene sentido como no lo tendría, retomando el ejemplo de BEF, esperar que un cinéfilo dejara el cine después de cierto tiempo para ponerse a leer novelas. Y es que la narrativa gráfica no es solo ilustración o adaptación de textos literarios: es otro arte, un género hermano pero aparte, con sus propios retos y posibilidades.
Una buena muestra de ello es ¿Me has visto?, libro de los taiwaneses Kuo Nai-Wen (texto) y Zhou Jian-Xin (imágenes), publicado en nuestro país por La Cifra. La historia puede parecer sencilla: un hombre encuentra en la calle un gatito, lo adopta, se encariña con él y lo pierde, lo que le causa una gran tristeza. Sin embargo, la belleza de la obra no radica solo en la anécdota, sino en su “puesta en escena”, por decirlo de algún modo: las imágenes son evocadoras, llenas de ternura, belleza y melancolía, y combinan de un modo sutil elementos realistas con otros fantásticos. En entrevista, los autores cuentan sobre su forma de trabajar. Todo comienza con una larga charla en la que se ponen de acuerdo en cuanto a la historia (propuesta por Kuo Nai-Wen), el tono y, a grandes rasgos, las escenas. Luego, a partir de ello, Zhou Jian-Xin hace los primeros bocetos.
Cuando a ambos les satisfacen, hace las ilustraciones y al final evalúan si hace falta algún texto adicional para mejor comprensión de la historia o si hay que modificar alguna de las ilustraciones. “Partimos de lo que queremos expresar”, afirman. “No es un producto comercial para dar gusto a un mercado, es nuestro deseo de compartir lo que sentimos”. Pedagogos ambos, tienen muy claro su compromiso: “No se trata de darle al lector lo que quiere recibir. También queremos darle lo que creemos que es valioso. En Taiwán hay pocos trabajos gráficos nostálgicos, tristes. La muerte, la pérdida, son de alguna forma un tabú. Pero es parte de la vida y nosotros estamos convencidos de que hay que mostrarlos, hay que lidiar con ellos”. Y no lo hacen de un modo panfletario o aleccionador: el lector (taiwanés o mexicano o de donde sea) tendrá ocasión de acercarse de un modo amable a una emoción que, usualmente, es difícil de enfrentar. Incluso encontrará que la melancolía puede disfrutarse.
Otro libro que aborda con mucho acierto las emociones humanas es Salón destino, de Carlos Vélez. Más conocido por su trabajo como ilustrador de libros infantiles, Carlos incursionó por primera vez como autor integral (historia y dibujo) con esta pieza sobre el baile y las pasiones que desencadena. En este libro, destaca la belleza de los cuerpos en movimiento y el uso creativo de los colores para transmitir sentimientos, así como la profusión de pequeños detalles que invitan al lector a revisitar la obra una y otra vez. “Está pensado para releerse varias veces, como cuando pones una canción que te gusta”, dice el autor, quien encuentra diferencias notables entre ilustrar a otros y hacer un proyecto enteramente personal: “En este caso, la ventaja es que dibujo lo que quiero, como quiero, y el proceso es muy placentero. Pero aquí la lucha es con uno mismo. Lo que tienes en la cabeza es difícil que lo transmitas, sobre todo el dibujo”.
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