De todos los asuntos en los que Donald Trump dio su opinión con tanta fuerza en su campaña electoral, donde fue particularmente estridente e inusualmente específico fue sobre el comercio.
Trump amenazó con aplicar un impuesto de 35% a las importaciones de coches Ford si la compañía movía su producción a México; dijo que va a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y amenazó que de, ser necesario, se retirará totalmente; prometió abandonar la ratificación del Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), un acuerdo comercial entre 12 países de la región Asia-Pacífico, y advirtió que usará todo el poder presidencial legal, incluyendo imponer aranceles de emergencia, sobre China, si no detiene sus supuestas actividades ilegales.
Al igual que con todas sus políticas, Trump puede modificar o abandonar partes de este paquete una vez que asuma la presidencia, en especial si logra comprender el impacto potencial en la economía de Estados Unidos (EU) de comenzar una guerra comercial total.
Pero puede ser más difícil cambiar la mentalidad que claramente yace debajo de todas estas sugerencias: una visión mercantilista de suma cero del mundo en el que las economías intrínsecamente están en competencia y los déficits en cuenta corriente que, a primera vista, reflejan engaños por parte de los socios comerciales. Ahora que los políticos cada vez y erróneamente desechan el papel del comercio en la creación de la riqueza, este es un desarrollo muy preocupante.
Existen razones para esperar que Trump llegue a suavizar su enfoque una vez que esté en el poder. En primer lugar, hay una larga tradición de candidatos presidenciales que critican duramente al comercio y después dan marcha atrás. Barack Obama prometió renegociar el TLCAN en su campaña de 2008 -eso sí, sin amenazar destruirlo si no lograba sus objetivos-, y rápidamente olvidó ese compromiso una vez que asumió el poder.
En segundo lugar, algunas de las otras políticas de Trump, como llamar a China un manipulador de la moneda, no son más que simbólicas. Y algunas, como nombrar a negociadores comerciales de línea dura y llevar casos a la Organización Mundial del Comercio (OMC) contra China, son poco más que una reiteración de las prácticas actuales.
Pero es la capacidad de la Casa Blanca para utilizar los poderes de emergencia, incluyendo aranceles de “salvaguarda” o cuotas contra las importaciones, las que pueden ofrecer una prueba inmediata a la disposición de Trump de marchar hacia una guerra comercial. Si este tipo de aranceles se aplican ampliamente -como lo hizo Richard Nixon con su “sobrecarga a las importaciones” en 1971-, sin duda pueden provocar litigios en la OMC. Si la Casa Blanca simplemente desafía los dictámenes de la OMC, uno de los pilares que aún quedan de la cooperación de comercio multilateral será desmantelado.
Independientemente de la forma que tomen las políticas de Trump, su visión del mundo sugiere que EU ya no va a intentar desempeñar el papel de configurar el sistema de comercio mundial. Su compromiso para abandonar el TPP -además del hecho de que la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión apenas se mueve- significa que EU ya no tratará de exportar su versión del modelo ideal de acuerdos comerciales.
Las virtudes del TPP se pueden discutir, pero la visión de la gobernanza comercial que promulgaron los rivales de EU por el dominio, en especial China, probablemente no sean impresionantes. Independientemente de la ideología declarada de cualquier presidente, el patrón una vez que se está en el gobierno suele ser el mismo. La Casa Blanca es el adulto que le da prioridad a mantener el flujo comercial y el Congreso es el adolescente displicente que se mantiene exigiendo la confrontación con los socios comerciales y se niega a firmar nuevos acuerdos.
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Parece poco probable, por decirlo suavemente, que Trump quiera realizar el papel tradicional del presidente. Allí radica el peligro. Gran parte va a depender de su temperamento y de sus asesores. Pero una cosa está clara: con el comercio mundial ya débil, existen riesgos serios para el comercio internacional por la llegada al poder de un presidente estadounidense con un análisis simplista del mundo.
México, el más afectado
Colombia, México, Honduras y sorprendentemente Liberia se encuentran entre los países más afectados por la elección de Donald Trump. Si bien nadie sabe realmente qué hará el republicano una vez instalado en la Casa Blanca, estos cuatro países están potencialmente vulnerables debido a que dependen fuertemente de las exportaciones hacia EU o de las remesas provenientes de ese país, las cuales podrían verse debilitadas con la llegada de más controles sobre el comercio y la inmigración.
Sin embargo, en términos generales, México es por mucho el más expuesto al potencial daño colateral de la estrategia “Estados Unidos primero” que propuso Trump, tal como se reflejó con la caída de 13% que registró la moneda nacional, a 20.9 pesos por dólar.
Direcciones opuestas
El peso mexicano se desmoronó, el ejército cubano comenzó maniobras militares. Los votantes por el “No” en Colombia se alegraron, el presidente de Perú probablemente deseó no haber bromeado acerca de cortar relaciones con Washington si ganaba Donald Trump, mientras que el resto de la región felicitó con los dientes apretados al presidente electo de EU. “Saludos al triunfo de @realDonaldTrump”, tuiteó sarcásticamente Evo Morales, el presidente de Bolivia.
Sí, es un nuevo mundo en los mercados financieros. La opinión actual es que la presidencia de Trump probablemente signifique un estímulo fiscal, además de un mayor crecimiento para EU en 2017, una inflación ligeramente mayor, tal vez mayores precios de energía y tasas de interés más altas. Para América Latina, es una mezcla de cosas. Mayores tasas de interés en EU y menos capital hacia el extranjero significa que las monedas latinoamericanas serán más débiles.
La presidencia de Trump probablemente también significa más proteccionismo en EU -justo cuando Sudamérica se pone serio acerca de la liberalización del comercio- aunque, de nuevo, es México el que está en la línea de fuego. Los funcionarios ponen rostros valientes por el momento acerca de la posibilidad de que Trump no cumpla con lo que prometió, ya sea construir un muro, desechar el TLCAN o deportar a los inmigrantes.
¿Qué pasa con la política exterior? Además de México, la atención se centra en Cuba, Colombia y Venezuela. En Cuba, la política de acercamiento se realizó a través de una orden ejecutiva por lo que se podría revertir o revisar fácilmente. En Colombia, Trump tal vez pueda considerar el acuerdo de paz con las FARC como un “mal acuerdo”. En Venezuela puede haber mucha retórica dura desde la Casa Blanca que pueda multiplicar los errores del gobierno de Maduro.
No obstante, hay aliados en el mundo empresarial estadounidense. El presidente de Cadillac, Johan de Nysschen, dijo que General Motors no cederá a la presión política de regresar las plantas a EU. “Producimos en un escenario global. Podemos desviar una gran cantidad de producción mexicana para atender otros mercados. Creo que podremos acomodar cualquier desarrollo que se presente”.
Con información de Steve Johnson, Barney Jopson y John Paul Rathbone.