¿Qué haces cuando uno de tus cohetes explota en la plataforma de lanzamiento de Cabo Cañaveral? ¿O cuando alguien muere al volante de uno de los coches de tu compañía en modo de autoconducción? Si tu nombre es Elon Reeve Musk, no pierdes el ritmo.
Las catástrofes que podrían descarrilar a un simple mortal al parecer apenas las registró el empresario de tecnología de 45 años, quien dirige Tesla Motors, una compañía de coches eléctricos, y la empresa espacial privada SpaceX, además de ser presidente de SolarCity de energía solar.
Musk aún afirma que la tecnología de coches sin conductor salva más vidas de las que pone en riesgo. Además hizo a un lado el revés del cohete y presentó el plan más improbable a la fecha: llevar a seres humanos a Marte en 2025.
Todo está en servicio de un propósito más elevado. Para el hombre cuyos ejercicios de pensamiento pueden sonar de ciencia ficción, poblar otros planetas es la única manera de asegurar el futuro de la humanidad ante el riesgo de un desastre en la Tierra que lleve a la extinción.
“Hasta cierto punto somos agentes de vida”, dijo en el anuncio del plan. “Podemos llevar la vida como la conocemos y dar vida a Marte”.
Su papel como salvador de la humanidad no le cae bien a todo el mundo. En un momento de creciente autoconfianza en Silicon Valley, la arrogancia de Musk se cierne tan grande como la de cualquiera., y los riesgos y consecuencias de la tecnología que desarrolla generan una serie de dudas.
“Elon Musk es un gran visionario y un gran inventor, y tienes que admirar su ambición y sus agallas”, dice Patrick Lin, profesor de filosofía y jefe del grupo de ciencias emergentes del Politécnico de California. “Pero parece que tiene un punto ciego para las cuestiones éticas y su impacto”.
El empresario de automóviles eléctricos y viajes espaciales no es del tipo que se detenga ante estas reservas. Como el fallecido Steve Jobs, quien era conocido por su “campo de distorsión de la realidad”, Musk tiene una reputación de inspirar e impulsar a sus trabajadores a lograr lo improbable.
“La clave de la magia de Elon es que propone un objetivo audaz y muy claro”, dice Peter Diamandis, un colega empresario espacial. “Tiene la riqueza para completar el proyecto o echar a andar las cosas”. ¿Algo lo detiene? Quizá las leyes de la física, dice Diamandis.
Ayuda tener un historial que incluye algunos de los hitos más importantes en los coches eléctricos y en vuelos espaciales privados, junto con una fortuna de unos 12,000 millones de dólares.
Musk es casi tan famoso por su compleja vida personal como por su riqueza y ambición. Su segunda esposa, la actriz británica Talulah Riley, solicitó el divorcio por segunda ocasión, y tiene cinco hijos de su matrimonio anterior.
Se mudó a Canadá a los 18 años y posteriormente adquirió la ciudadanía estadounidense. Después de dos títulos, uno en física y otro en economía, llegó a California a mediados de 1990 para estudiar un doctorado, pero lo abandonó en unos días para entrarle a las startups durante el auge de las puntocom.
Musk logró gran éxito como fundador de la compañía de pagos en línea PayPal, y su fortuna de esa compañía pasó al lanzamiento de SpaceX en 2002, que desarrolló uno de los principales sistemas comerciales de lanzamientos.
Más recientemente, en Tesla, encontró otras salidas para su idealismo tecnológico. En su búsqueda por un futuro posterior al carbono, Musk abrió la planta de baterías más grande del mundo, para así apoyar el lanzamiento en 2017 del primer coche eléctrico para el mercado masivo. Trata de fusionar SolarCity con Tesla para crear el primer conglomerado de energía alternativa, que abarca los paneles solares con almacenamiento integrado de electricidad y coches que consumen ese tipo de energía.
En todo esto, Musk nunca dudó en ir en contra de las convenciones sociales o empresariales. El plan de SolarCity, por ejemplo, es un punto de desacuerdo con Wall Street porque a los inversionistas les preocupa que la fusión solar lo distraiga mientras trata de solucionar los problemas de producción en Tesla. Lo grandioso del objetivo del espacio tendrá sus detractores, concede Diamandis.
“La población será crítica acerca de todo: ¿por qué arriesgar esto en el espacio cuando hay tantos problemas en la tierra por solucionar?”, dice. Pero argumenta que Musk recibirá el apoyo que necesita, si es “muy claro acerca del gran valor que tiene esto para la humanidad”.
Las fatalidades en los automóviles plantean otras dudas. Cuando Musk presentó su tecnología sin conductor, otros en el mundo de la tecnología se horrorizaron: aunque no es un sistema totalmente autónomo, fue un paso más arriesgado del que otros estaban dispuestos a tomar.
Sin embargo, en el universo moral de Musk, los mayores objetivos ganan, y no hay uno más grande que proteger el futuro de la humanidad al echar raíces en Marte. En Lo and Behold, una película sobre tecnología del cineasta Werner Herzog, Musk explica la forma de pensar para su misión a Marte, y el director, atrapado en la idea, se ofrece a ir, si es necesario, con un viaje de ida.
“Creo que lo que vamos a ofrecer son viajes de ida y vuelta”, dice Musk. “Así mucha más gente estará dispuesta a ir, y si creen que no les gusta, entonces regresar”.