Por razones financieras, Oliver Stone filmó su nueva película en Munich: la biografía de Edward Snowden, el exanalista de inteligencia de EU que expuso el uso de su gobierno de una vigilancia masiva mientras se fugaba a Hong Kong y, más tarde, a Rusia. Snowden es una película de Stone.
Stone llega con pelo alborotado y un ánimo educado, y un traje azul sin corbata. A los 70 años tiene un porte formidable y un rostro duro que habla de un oscuro potencial, como si en la noche correcta, después del sexto bourbon, pudiera llevarse a dos o tres mujeres a casa.
Comienza a hablar de Snowden como lo haría un padre. “Este joven tiene una enorme convicción y puedes decir qué arrogante por tenerla. Pero es el único de 30,000 personas que trabajan en la Agencia Nacional de Seguridad que siguió adelante. No hay informantes en Inglaterra. De cierta manera es mucho peor en Inglaterra, el GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno)”.
Stone conoció a Snowden en su exilio en Moscú cuando hacía la investigación para la película. “Es un hombre peculiar y me recuerda a Ron Kovic (a quien interpretó Tom Cruise en Nacido el cuatro de julio), quien tuvo las agallas para pasar de ser un joven con una forma convencional de pensar, a un importante activista contra la guerra. Cuando somos jóvenes, la mayoría de nosotros aún no tiene esas convicciones”.
Esto parece que es al revés: los ideales marcan la juventud. Lo convencional -o el asalto de la realidad- viene después. Le pregunto si él tenía alguna convicción antes de su propia experiencia como soldado en Vietnam.
“Oh, no”, responde. “Crecí como un conservador y mi padre era un encarecido republicano. Creía en Eisenhower y en el estilo estadounidense. Lo cuestioné después de Vietnam porque la experiencia me adormeció. Desperdicio, reacción excesiva”.
Nació en el Nueva York de la posguerra, de madre francesa y padre estadounidense, que trabajaba como agente de bolsa. Su vida era un idilio de la costa oeste, que se intercalaba con vacaciones en Francia, un país con todo su semblante mediterráneo y sensibilidad radical, hasta que sus padres se divorciaron cuando tenía 16 años.
“Lo que siempre me ha preocupado son las mentiras. El divorcio de mis padres fue un factor importante y eso fue antes de Vietnam. Se decían mentiras. ‘Mentiras piadosas’, les llamaba mi madre. Sentía que eran muy felices juntos y no lo eran. Me sorprendió descubrirlo. Por eso creo que creces desconfiando de la autoridad”.
Su padre no era tan republicano como para negarle a su hijo los beneficios de una juventud bohemia: al joven Oliver lo llevaron con una prostituta para que perdiera su virginidad. Abandono Yale en 1965, fue a Vietnam y regresó con una urgencia de crear. En 1971, se graduó en cinematografía de la Universidad de Nueva York.
En su pico de éxito, entre Pelotón (Oscar a mejor película) y El poder y la avaricia (mejor actor para Michael Douglas), era poco común en Hollywood que escribiera y dirigiera. Su estilo de guiones atravesado de prosa y jerga callejera, cambiaba de registros altos a bajos como una frase de Saul Bellow.
Sus películas tenían actitud. Para ser una persona privilegiada dio en el clavo con lo que quiere decir ser hombre y joven en la gran ciudad con más aspiraciones que ventajas, con el deseo de hacer algo, con el deseo de lograrlo.
Stone parece triste por su país y por Hollywood. Al menos EU saca su ropa sucia al mundo a través de sus películas, le digo. Su carrera es una prueba de eso. Stone objeta. “Rambo ganaba más dinero. A menos de que EU sea el héroe de la película, es difícil tener éxito”.
En la mejor línea de Snowden, el protagonista se encuentra entre las abstracciones liberales y el conocimiento de las amenazas contra EU y estalla contra la novia. “Vives en un mundo de cuento de hadas donde no hay consecuencias y nadie sale herido”, grita.
Le digo a Stone que ella tiene esa mezcla de un pensamiento de derecha con hipersensiblidad a las violaciones de la libertad, y una despreocupación por el terrorismo y los estados hostiles. “No estoy de acuerdo, pero lo entiendo”, contesta Stone, el diplomático.
Platico con un hombre que recibió el Corazón Púrpura, la Estrella de Bronce, la Medalla de Aire, la Medalla de Encomio del Ejército, la medalla del Servicio de la Defensa Nacional, la Medalla de Servicio en Vietnam, la Medalla de la Campaña de Vietnam y la Insignia de Infantería de Combate. Fue voluntario para la selección a los 21 años; 58,000 nombres en una pared negra en Washington son testimonio del riesgo que tomó por su país.
Durante el café, le pregunto si ve esperanza para su causa en Donald Trump o Hillary Clinton. “No. Bernie Sanders salió para reformar. Pero ahora ni siquiera se habla de la vigilancia del Estado”.
Stone ya dedujo que le habla a un hombre con una forma de pensar convencional, y un estudiante de su primera obra. Esto puede ser difícil para un artista en activo (imaginen a un gigante del rock envejecido que toca una hora de material al silencio) pero se acostumbra a hacerlo.
“Hay un nuevo libro que hay que ver”, y me lleva a su suite para entregarme The Oliver Stone Experience, una elegante recopilación de entrevistas y fotografías no publicadas del aficionado al cine Matt Zoller Seitz, que se acaba de publicar.
Hay una selección de citas de Stone acerca de su iniciación sexual pagada (“Hacía el amor como la leche”) y de su padre (“Papá nunca quiso casarse. Era un soltero de corazón”). Hay una fotografía conmovedora de Stone sonriendo a la cámara en uniforme militar mientras se sube a un avión para ir a Vietnam. Realmente parece el boy scout que siempre afirma que fue antes de que la guerra se robara sus ilusiones.
Quiero presionarlo sobre sus recuerdos de ese día, pero tiene una conferencia de prensa. Hay campañas que librar, personas que convencer, ideales que defender y tal vez viejos recuerdos que aprovechar para su cine misionero. Lo que tenemos es un genuino luchador de cruzadas.