Bana al-Abed: la niña que tuiteó cómo se vive la guerra

Un territorio dividido y una poderosa cuenta de Twitter fueron los protagonistas que vivieron la caída de Alepo, la ciudad siria con más habitantes y la otrora capital económica de aquel país.

Estoy enferma ahora, no tengo medicamentos, no tengo casa, no tengo agua limpia. Esto hará que muera antes de que me mate una bomba”. En esas semanas
Mehul Srivastava
Ciudad de México /

Durante la batalla de cuatro años por Alepo, el mundo se inundó de imágenes del costo para los civiles atrapados entre el régimen sirio y las milicias opositoras.

Era un sitio que se sofocó con mitos y propaganda. Entre esas imágenes, una voz atravesó el ruido como un toque de trompeta que difundía nuestro fracaso por proteger a los más débiles. Pertenecía a Bana al-Abed, una chica cuyo feed de Twitter -manejado por su madre- captó la confusión y el temor de ser un niño atrapado en una guerra.

Cada tuit era como un cuadro de una película de terror, uno con el que sus seguidores se preocupaban porque podría haber muerto. Para muchos es la cara de Alepo. Y aquí está delante de mí, con los ojos abiertos en un centro comercial en Ankara con su madre, Fatemah, como mi invitada para almorzar.

“Mi nombre es Bana, tengo siete años... este es mi último momento para vivir o morir”. Eso escribió el 13 de diciembre en medio de fuertes bombardeos. Dos semanas antes publicó: “Estoy enferma, no tengo medicamentos, no tengo casa, no tengo agua limpia. Esto hará que muera antes de que me mate una bomba”. En esas semanas terribles, el feed de Twitter @AlabedBana, se hizo viral. Esto representaba un peligro para el régimen sirio.

Ahora, ella es 1 de 3 millones de sirios aquí, después del éxodo más grande desde la partición de la India. Un objeto de fascinación -una niña, leyenda de las redes sociales y testigo de la guerra- también es un pequeño apoyo en el juego de propaganda geopolítica. Ambas cosas, le explico a Fatemah, son buenas razones para que yo almuerce con ellas. Para elegir dónde comer le pido consejo a Mira, la hija de seis años de un colega. Acordamos ir a Kent Mall en Ankara, que no tiene restaurantes finos, pero lo compensa con un enorme campo de juegos y helado.

Bana aprueba la decisión. Sus manos se entrelazan con las de Mira, a quien traje para ayudar a romper el hielo. Llegamos a Gelato Ice & Caffè. Nuestra mesa es una torre de Babel. Bana habla árabe y un poco de inglés, su nueva amiga, Mira, habla turco e inglés; la madre de Bana casi domina el inglés y habla árabe; yo no hablo ni turco ni árabe, y mi traductor árabe, Jihad, está tan emocionado de conocer a Bana que a veces se le olvida traducir.

Ordenamos hamburguesas con aros de cebolla, pizza de champiñones, alitas de pollo y fajitas. Durante muchos meses, Bana fue una figura del estilo de Anna Frank, un diario visceral en línea de las emociones humanas más crudas. Pero también la acusaron de ser una herramienta de propaganda. Hubo amenazas de muerte y el temor de que la ejecutaran.

Detrás de este perfil global, hay una niña de la que sabemos muy poco: le encanta Harry Potter y no quería morir. Tal vez capturó la inhumanidad de la guerra para millones.

Bana dice que fue idea suya y de su madre acudir a Twitter, ya que quería compartir con el mundo una imagen de ella. Ese primer tuit, el 24 de septiembre de 2016, fue de tres palabras: “yo necesito paz”.

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Le pregunto si comprende lo diferente que ha sido su vida comparada con los otros niños de su edad. “En Alepo, no me podía sentir como niña”, dice. “No podía dormir, no podía encontrar un lugar seguro. Había bombas que caían del cielo, en la mañana, en la tarde, en la noche. No podía encontrar comida, galletas o comida normal, como los niños normales. Siempre estábamos preocupados, ¿cuándo iba a caer una bomba sobre nuestras cabezas? Quería ir a la escuela, pero mi escuela fue bombardeada”.

Ella y su familia tuvieron un encuentro cercano. Durante un bombardeo en la noche su cocina quedó destruida eso ocurrió cuando estaban en la sala. Su madre muestra fotos de una habitación destruida, y sus hijos cubiertos de polvo. La fecha dice 27 de noviembre 7:55 pm. Parece un momento cruel para que llegue nuestra comida a la mesa.

Fatemah explica el funcionamiento de los tuits. Ella le preguntaba a Bana cómo se sentía o qué pensaba, y lo escribía por ella. Fatemah tiene 27 años y estudiaba para ser abogada cuando la guerra llegó a Alepo.

“Si le preguntas a un niño de tres años, dónde está tu casa, dirá que está destruída. ¿Por qué? Por una bomba. ¿Quién tiró la bomba? Un avión militar. Sabe. Pero no conocen la vida real. Si dices: ‘dibuja algo’, tal vez dibujen un cohete, tal vez una bomba. Los niños normales dibujan flores, mariposas, porque así se imaginan la vida”.

Pregunto sobre el equilibrio entre ser una niña, una sobreviviente al asedio y un símbolo mundial. Como madre, ¿no se siente destrozada? Fatemah responde con cuidado. “Ella es una hija de la guerra, y un hijo de la guerra sabe más que los adultos y se preocupa por los demás, más que los adultos, porque sienten que hay algo que se perdió”, dice.

Bana, agrega, quiere cosas más grandes. Ríe cuando piensa un ejemplo. “Si le preguntas, ‘¿por qué Dios te puso en la Tierra?’, responde: ‘mi Dios me creó para ayudar a la gente’. No sé cómo lo pensó. Le pregunté y respondió eso.

Tal vez lo más atractivo de los tuits de Bana es que fueron, en su mayoría, un espejo de una inocencia destrozada. La mayoría de los días eran un reflejo de cómo sobrevivió, de lo que había hecho, de lo que vio. Eran las ventanas de la niñez, abiertas a un mundo cruel.

“Cuando Bana hablaba en Twitter, hablaba sobre su vida, no sobre política. No había una agenda allí, solo una niña pequeña en una zona de guerra. Quiere vivir, quiere ir a la escuela. En la noche, escuchaba bombas; en la mañana, escuchaba bombas; en la tarde, también.

Y de repente, con helado en mano, alegre por jugar en la sala de juegos, sonriendo con su nueva amiga, Bana solo es una niña de siete años. No es nada más.


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