"Coco": la ofrenda de Pixar a México

  • Bambi vs. Godzilla
  • Maximiliano Torres

Ciudad de México /

Lo primero que me venía a la mente al pensar en extranjeros siendo hipercuidadosos tratando algo mexicano eran los empleados del Museo de Etnología de Viena, Austria, encargados de preservar el penacho de Moctezuma. De ahora en adelante ese nivel de respeto y sensibilidad a lo mexicano me lo evocará Coco, de Pixar.

El cine americano rara vez ha puesto atención a nuestro país con interés de celebrar. Sus héroes de pasaporte gringo se adentran en México (el territorio) no más allá de los contornos. Pescando a un narco en la frontera o un buen bronceado en las playas. Y se empapan de México (la cultura) con algunas estrofas de Cielito lindo al son del mariachi. Por eso, cuando Pixar anunció que se adentraría hasta el corazón de México (el país y la cultura) a fin de aplicar su exhaustiva técnica de animación para renderizar la tez morena, el pan dulce, las flores de cempasúchil, la playera de la selección nacional, y enfocar su superior arte narrativo a nuestra idiosincracia y tradiciones, la noticia representó un acontecimiento inédito. El resultado llega este fin de semana a cartelera y su coincidencia con las festividades, la actual relación México-EU y el ánimo nacional después de las catástrofes naturales no puede ser más apropiada.

Coco es el nombre de uno de los personajes de esta historia, pero su protagonista se llama Miguel; un niño de doce años que vive en lo que podría ser cualquier pueblo del México rural. Su sueño es tocar la guitarra y, para su mala suerte, tocar la guitarra o cualquier tipo de música está absolutamente prohibido en su familia. Esto se debe a que la música trajo sufrimiento a sus antepasados, provocando que su abuela –y matriarca de la familia– decidiera vetarla. Ansioso por demostrar su talento y movido por la admiración que le tiene a Ernesto de la Cruz, un famoso y fallecido cantante, Miguel desobedecerá a su abuela y, durante un incidente en la víspera del Día de Muertos, terminará viajando al inframundo acompañado de su mascota, un xoloitzcuintle llamado Dante. Entre muertos representados como calaveras, Miguel buscará regresar al mundo de los vivos y en el intento aprenderá un secreto familiar que le dará una gran lección.

Desde su magnífica escena introductoria, que resuelve un flashback contándolo a través de figuras de papel picado, Coco es irrefutable como tributo extranjero a México. Es difícil pasar por alto que, como de costumbre, nuestra cultura es retratada en referencia a su esplendor pasado y no vigente. Iconos del cine, música, plástica y arquitectura de hace más de cincuenta años son su material. Si bien cabe señalarla, esta representación anacrónica de México es algo que no se le debe alegar a Pixar. El México moderno no existe ya no digamos en el imaginario de los cineastas, ni siquiera en el de los turistas. Salvo ese sempiterno “pero”, todo lo típico que Coco pone en pantalla para contar su historia no es gratuito, ni explotado. Fue investigado, aprendido y asimilado por sus creadores. Incluso la porción de trama que es cosecha de sus guionistas (la dinámica en la que los muertos van a visitar a los vivos y los obstáculos que sortea Miguel para demostrar su talento musical) denota que Pixar hizo su tarea antropológica, anotando todo lo que es vital para el mexicano: la familia, los estadios, los concursos de talento, los pasos de baile de los músicos de banda, la Coca Cola.

Complacer a los mexicanos es el primero de los dos retos de la decimonovena cinta de Pixar. El segundo reto, que se definirá hasta su estreno a finales de noviembre en Estados Unidos, es venderle al mercado global una cinta que se ocupa de la muerte sin ser propiamente de terror ni declaradamente mística. ¿Puede Coco ser mexicana y universal como es Ratatouille francesa y universal? Ese será problema del resto del mundo. Porque para México, Coco será el gesto cinematográfico más emotivo que el cine americano le ha dedicado.

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