Michelle, la candidata imposible pero ideal

Aunque Hillary Clinton se ha distanciado de Donald Trump en las encuestas, seguirá estando a la sombra de otra mujer.

La abogada de 52 años encarna la diferencia entre sinceridad y vulgaridad.
La Aldea
Washington /

Durante un mitin de apoyo a la candidata demócrata, el 13 de octubre, Michelle Obama pronunció otra vez un discurso que destacó por su sinceridad, su emoción y un tono controlado a la perfección. Las palabras que ella utilizó para condenar las frases ordinarias de Donald Trump sobre las mujeres tocaron al público y la prensa. El “más poderoso discurso de la campaña”, según The Nation, “extraordinario”, para el Washington Post. Incluso en el campo rival, el conservador rabioso Glenn Beck saludó el discurso político “más exitoso [...] desde Ronald Reagan”.

Es una nueva piedra en el edificio de una Michelle Obama que encarna “la candidata que no pudo ser”, la anti-Hillary Clinton, calurosa, sincera, lejos de las maniobras y los cálculos políticos. La salida de Barack Obama después de dos mandatos será también la de su mujer. Si las despedidas del marido estarán sujetas a interpretaciones políticas, las de Michelle Obama tomarán la forma de “agradecimientos”, como los cuatro textos escritos por mujeres, entre ellas la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en el New York Magazine. El diario francés Libération destacó otro agradecimiento, el de la cantante Joan Baez, que, vista la cantidad de reproducciones en Facebook, parece hablar para y por muchos estadunidenses de ambos sexos: “Viendo tu rostro, escuchando tus palabras, vi mis propias heridas, mi propio terror, y mis propias lágrimas subieron a mis ojos”.

¿Cómo explicar que Michelle Obama sea la única que sale de estar ocho años en la Casa Blanca con un capital político intacto? De entrada, ella ha sabido mantenerse al margen de esta campaña particularmente sucia pese al apoyo expresado a Hillary Clinton en la Convención Demócrata de julio, en un discurso ya muy destacado, y tras acelerar sus apariciones desde el final del verano. Pero ella escogió el momento ante la “frase excesiva” de Trump para entrar en la arena. Y lo hizo para encarnar algo más amplio que el simple balance de su marido, como afirma Frank Bruni, editorialista del New York Times. Lo que ella defendió en su discurso del 13 de octubre, es en primer lugar “su dignidad como mujer. La dignidad de todas las mujeres”.

En segundo lugar, ella no ejerció el poder, contrario a Hillary Clinton, que fue secretaria de Estado de Barack Obama y una primera dama muy politizada durante los dos mandatos de Bill Clinton (1993-2001). Su imagen no está teñida por los compromisos de la política o las acusaciones de simulaciones y mentiras que pesan con la candidata demócrata. Pero esto no es la única explicación de su popularidad. En 2014, en pleno segundo mandato de su marido, el Pew Research Center mostró que la popularidad de Michelle Obama era más elevada en promedio que la de de sus antecesoras Laura Bush y... Hillary Clinton. Bruni añade que ahí donde Trump se jacta de tener un discurso lejos de las simulaciones de las élites, Michelle Obama encarna la diferencia entre la sinceridad y la vulgaridad.

La popularidad de Michelle Obama es también el resultado de la síntesis exitosa, rara en la élite política de EU, entre la función suprema y la cultura pop. Se habla de Michelle Obama en el mismo tono que Beyoncé o Rihanna. Ella se presta de buena gana a esta nueva diversión nacional que es el carpool karaoke con el animador inglés James Corden, se pone lo que quiere y reivindica una elegancia libre y personal, a veces alejada del “protocolo” indumentario de las primeras damas.

Asimismo, el aura de Michelle Obama ya la llevó también al universo de la ficción. First Date (Southside with You), un filme consagrado a su encuentro con Barack Obama en los años de 1970, acaba de estrenarse en las pantallas de EU.

La abogada de 52 años, con la imagen inalterada pese a ocho años de vida política, da la impresión de que podría, tras su salida de la Casa Blanca, hacer no importa qué, salvo por supuesto ser presidenta. Aunque quién sabe.

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