El vandalismo del graffiti es cada vez más violento. No es pintura mural, no es arte y tampoco es obra de ningún tipo, ni “expresión”, es simple delincuencia. Recientemente estuve en la ciudad de Guadalajara para impartir una conferencia en el Instituto Cabañas, durante el trayecto por Avenida Hidalgo vi el desfile de agresiones con pintura que ejercen en contra de los edificios antiguos, lugares que tienen un valor arquitectónico. Invariablemente la respuesta es que son “formas de expresión de la actualidad”, o argumentos ONGistas tipo que los “jóvenes no tienen foros de expresión”, hasta Derechos Humanos defiende el derecho a dañar la propiedad privada. La complacencia políticamente correcta ampara a estos individuos que carecen de cualquier estudio en arte y que no se están expresando, están haciendo uso de la fuerza para cometer un delito. La firma, nombre o garabato de una banda o individuo carecen de cualquier valor social o artístico, a la población no le interesa saber que ese elemental grafismo involucra a un grupo. El graffiti tiene invadidas a todas las ciudades, en donde se plantan deterioran el espacio, degradan la visión del paisaje urbano dañando inmuebles y monumentos de valor artístico, ¿Por qué son tan tolerados? Por la desidia irresponsable de los gobernantes, la sola amenaza de generar mala imagen los paraliza para tomar una decisión. En las Vegas, Nevada el graffiti se castiga con multas y la reincidencia con prisión, aquí la Comisión Nacional de Derechos Humanos salta a la banqueta a defender a toda clase de delincuentes, las noticias acusando a los gobiernos de represores y los supuestos votos que estos individuos representan ponen de rodillas a alcaldes y gobernadores. Es inútil hacer un análisis artístico de un graffiti, es como analizar el valor literario de un chiste twitter viral, tienen nulo nivel creativo e intelectual, esto es un asunto de convivencia social y legalidad. La incidencia demuestra que para los gobiernos la ciudad, la propiedad colectiva y privada carecen de protección legal, que no existe un criterio ni un protocolo que defina en qué consiste un daño de este tipo y mucho menos la forma de ejercerlo. Las prohibiciones causan disgusto, así que podrían implementar una medida que al menos les genere molestias: prohíban la venta de pintura en aerosol. La pintura envasada en aerosol daña muy seriamente a la salud y es el único material que utilizan los graffiteros sub-pensantes, la prohibición de la venta y distribución de este tipo de pintura haría que en el contrabando costaran mucho más, primer problema; luego, si ya tienen una vena artística tan potente que hagan pintas como hace décadas, con su bote y su brocha, esto es tan cansado, lento y oneroso que les aseguro que su urgencia por expresarse se les aplacaría. Y por supuesto tipifiquen el delito y ejerzan la ley, que de algo sirva tener alcaldes y asambleístas, además de cobrar sin hacer nada por las ciudades.
Graffiti, delito y complicidad
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Avelina Lésper
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