Si uno se atiene no a las etiquetas de la historia patria, sino a los procesos de cambios profundos en nuestra historia, las grandes transformaciones de México no serían tres (Independencia, Reforma y Revolución), sino al menos cinco. López Obrador no estaría entonces en camino de intentar la cuarta, sino la sexta transformación de México.
Pensados los tiempos en sus ondas de larga duración, no en sus episodios heroicos, a partir de la conquista española las grandes transformaciones de México han sido cinco:
La primera, el proceso de colonización y evangelización de los siglos XVI y XVII, que crea el espacio donde empieza propiamente la nación mexicana: ese ente nuevo en la historia que no es la civilización prehispánica ni el imperio español, sino su mezcla.
La segunda transformación de largo aliento empieza, bruscamente, con las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII, reformas que pretenden modernizar y centralizar al dispendioso y amorfo imperio español.
Las reformas borbónicas, hechas a rajatabla, como buenas hijas del despotismo ilustrado, acaban desacomodando profundamente el orden novohispano y son el telón de fondo del movimiento de la independencia, junto con el derrumbe del imperio español en América.
La tercera gran transformación corresponde a la reforma liberal que tardó en imponerse la mitad del siglo XIX, en medio de guerras y rebeliones sin fin, sobre una sociedad tradicional, católica, blanca, indígena y campesina, que era todo menos liberal.
La cuarta transformación sería la Revolución mexicana, cuya sombra cubre la mayor parte del siglo XX y cuya irrupción tiene mucho que ver con la resistencia al proceso de modernización de la época porfiriana, que también desacomoda profundamente a su sociedad, igual que las reformas borbónicas.
La quinta transformación de gran calado de nuestra historia es la que sigue a la quiebra de las finanzas públicas de 1982. Esa quiebra abre las puertas, por un lado, a las reformas neoliberales de los años 80 y, por el otro, a la transición democrática que culmina con la alternancia en el año 2000.
Como esta última es la transformación que López Obrador rechaza y, a su vez, quiere transformar, vale la pena quizá recapitular en qué ha consistido y qué quiere decir transformarla.
hector.aguilarcamin@milenio.com
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