La tragedia del ‘Charlie Hebdo’

  • El país de las maravillas
  • Horacio Salazar

Monterrey /

Cuando Arturo me dijo si había visto lo ocurrido en la revista satírica Charlie Hebdo, mi respuesta fue que no. No lo había visto, pero luego no me pude despegar durante tres días de los acontecimientos. Y es que en estos hechos se retrata muy una tragedia esencial de la humanidad, la tragedia de que no hemos aprendido a ser diferentes.

Somos todos humanos, y los biólogos dicen que desde las etnias más amarillas de oriente hasta los más oscuros residentes de África, o del Amazonas, o del cañón de la Huasteca, todos somos por dentro iguales: a nivel biológico somos una sola especie.

Pero Homo sapiens se distingue por ser más que su biología: somos también nuestra cultura, y en ella hemos construido elementos suficientes para marcar nuestro rincón, nuestro territorio, usando excusas como el color de la piel, la religión, el nivel socioeconómico y otras gracias.

Mi primer material publicado hace ya muchísimos años fue una especie de ensayo histórico en el que daba cuenta de los primeros años de la Inquisición en España. Se llamaba En nombre de la fe y respondía a mi perplejidad por los hechos que permitieron construir una estructura represiva tan horrorosa.

Los hechos de los últimos días de seguro serán analizados por expertos muy a fondo. ¿En verdad los cartonistas del semanario llevaron la provocación más allá de los límites de la tolerancia? ¿O los extremistas estúpidos que consumaron la masacre simplemente obedecieron el trasfondo más fundamental del Islam que es la sumisión a la autoridad?

Nadie tiene respuestas fáciles a estas preguntas complejas, y ciertamente el Islam tiene, como todas las grandes religiones, valores dignos que pueden ser respetados por cualquier persona moral de cualquier credo, sea religioso o laico. Pero también es cierto que en estos tiempos es difícil vencer la reticencia frente a un credo que mantiene entre sus conceptos la validez de una guerra santa que no es una metáfora sino una realidad que aporta combustible a sucesos como la sentencia de muerte contra Salman Rushdie, los avionazos neoyorquinos del 11 de septiembre, las masacres habituales en rincones perdidos de Oriente, de África, el desdén tribal hacia las mujeres.

Es cierto que para muchas sensibilidades el humor del semanario francés era exagerado y muchas veces de mal gusto, pero permítanme compartir dos citas del asesinado director de la revista, Stéphane Charbonnier (además de su ya famosa emulación de Vicente Guerrero, al indicar que prefería morir de pie y no vivir de rodillas):

La primera tiene que ver con alcance: “No siento que pueda matar a alguien con una pluma. Cuando los activistas necesitan un pretexto siempre lo encuentran”.

La segunda también tiene que ver con alcance, desde otra perspectiva: “Si nos planteamos la cuestión de si tenemos derecho a dibujar o no a Mahoma, de si es peligroso o no hacerlo, la cuestión que vendrá después será si podemos representar a los musulmanes, y después nos preguntaremos si podemos sacar seres humanos... y al final, no sacaremos nada más, y el puñado de extremistas que se agitan en el mundo y en Francia habrán ganado”.

Qué difícil, y qué duro, y qué triste. Y lo peor: cuando no podemos encontrarnos en un punto medio, siempre prevalece el que tiene menos escrúpulos, el que resuelve de una manera más animal.

horacio.salazar@milenio.com

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