Los gobiernos priistas de Veracruz lo convirtieron en un palacio. Al menos así lo califican los alcaldes que Javier Duarte dejó sin recursos y que, en respuesta, decidieron tomarlo hasta que les paguen.
En este predio de más de 6 mil metros cuadrados de extensión se encuentran tres edificios que exhiben todo tipo de lujos: ya sea una sala de cine propia o una enorme cava. Todo resguardado desde un gran jardín en el que pasea una decena de pavorreales.
Es Casa Veracruz, el inmueble que ha sido desde siempre la residencia del gobernador en turno y donde hasta hace unos días Duarte vivió y pasó la mayor parte de su mandato antes de pedir licencia y convertirse en prófugo de la justicia.
El primer edificio corresponde a oficinas gubernamentales. Ahí despachó el ex priista, cuya oficina se divisa apenas se cruza el lobby. Llama la atención una fotografía grande del presidente Enrique Peña Nieto apenas se entra al cuarto. Detrás de éste hay una sala de juntas, resguardada por la imagen de Jesús Reyes Heroles.
El segundo edificio es la casa donde vivieron Duarte y su familia. Los acabados son de un lujo llamativo. Un gran candelabro da la bienvenida. Enseguida sobresalen la sala y el comedor, "aunque aquí hay poco que ver, pues lo demás se lo llevaron", murmuran los alcaldes que ya recorren el piso de arriba.
Algunos presidentes municipales se sorprenden cuando ven lo que hay en el tercer edificio: una enorme sala de cine con 21 asientos color azul para sus invitados, todos con el logo bordado del gobierno del estado. Por si hiciera falta, también hay una máquina para hacer palomitas.
Aquí también hay una cava con capacidad para 135 vinos franceses, españoles, australianos y argentinos como Château Pichon Longueville, Luigi Bosca o Numanthia, según indican las etiquetas de cada uno y que en promedio valen 5 mil pesos.
Este edificio tiene su cocina propia, donde aún están apiladas decenas de platos y tazas de diferente tamaño, todas con el logo del gobierno estatal. También hay cajas de plástico con cientos de cubiertos de plata.
"Estamos revisando cómo vivía Javier Duarte. Yo vengo de uno de los municipios más pobres del estado y hoy me encuentro con cubiertos de plata. Es una tristeza ver cómo utilizaron el dinero, con estas cucharas pudieran comer muchos indígenas de la sierra de Zongolica", exclama Angélica Méndez, alcaldesa de Mitla de Altamirano, municipio al que le adeudan 30 millones de pesos.
Al bajar se encuentra en la parte de atrás de este edificio bates, pelotas y guantes de béisbol, deporte al que es aficionado Duarte, pero también hay libros, en su mayoría de gobierno. Sobresale uno: "Veracruz. La puerta de México. Las cosas bien hechas", realizado por la oficina de Programa de Gobierno en 2013, y cuyo comienzo de prólogo es lapidante: "A cada generación le corresponde forjar su presente y dejar el legado por el que serán recordadas sus acciones".
El libro tiene otra imagen: una foto de Duarte con el presidente Peña, riendo los dos, en blanco y negro, y con la leyenda: "Veracruz, lugar de encuentros donde trabajamos en equipo... y siempre en amistad".
Al salir de este edificio destaca una escultura del Negro Yanga, nombre del primer pueblo libre fundado y liberado por una comunidad de esclavos africanos en Veracruz que se rebelaron al yugo de la esclavitud de la corona española y que se acuñó por un príncipe africano. Otra ironía.
Aquí, mientras el caos financiero y delictivo se extendía más allá de los muros de su mundo, Duarte pasó la mayor de su tiempo cuando no estaba en su fraccionamiento exclusivo en Xalapa o en el rancho El Faunito, en Córdoba, o en un inmenso predio en Boca del Río o en otro no menos lujoso en Valle de Bravo, en el Estado de México.