En avenida Ámsterdam dos hombres reparten tarjetas promocionando Muebles y Mudanzas Hormiga. A unos metros, el dueño de un camión de mudanzas jala una correa para recibir sillas y mesas que bajan por el balcón del tercer piso. Es su tercer servicio del día, todos en esta zona.
Hace una semana, esta era una de las calles más cotizadas de la Ciudad de México: encontrar un departamento en renta era una odisea, los disponibles costaban hasta 40 mil pesos mensuales por 120 metros cuadrados. Ámsterdam no faltaba en las listas de las vías más bellas de la capital: un circuito de 1.2 kilómetros con camellón arbolado, edificios art decó, un parque al centro del circuito. Una perfecta ubicación en la Hipódromo Condesa, donde los vecinos lograron que no llegaran los bares de moda y el ruido, solo algunos restaurantes, casi todos caros y de buen gusto, entre ellos uno de los 50 mejores de Latinoamérica.
Hoy nadie quiere quedarse en Ámsterdam. Por la noche hay unas cuantas luces encendidas en algunos edificios. Cintas amarillas acordonan algunos inmuebles con cristales rotos. En letreros piden que llegue Protección Civil; otros alertan de no entrar por peligro de derrumbe.
El sismo del pasado 19 de septiembre colapsó un edificio en Ámsterdam y Laredo, pero muchos más quedaron afectados, algunos inhabitables. Nadie está seguro del daño del inmueble y tampoco quieren quedarse a comprobarlo. Dos días después del temblor hay muebles sobre el camellón esperando una mudanza y camiones o camionetas cada pocos metros. Se observa a jóvenes jalando maletas, yendo a casa de amigos o familiares en zonas más seguras.
Hilda Varela es la portera de un edificio modernista desde hace 11 años. Ella, su marido y el administrador del inmueble son los únicos que quedan. “Ya vinieron ingenieros estructuralistas y dicen que no hay daños, solo en las bardas de adentro”. Quizá sea cierto, por fuera parece intacto. Adentro es otra historia: grietas en las paredes y pedazos de cemento en los pasillos. Un departamento destrozado donde parece que los muebles hubieran volado y vuelto a caer.
Los residentes, tres jóvenes, se fueron el día del sismo y no han vuelto. Una vecina desocupó el miércoles. En su departamento, con pisos de duela y vista a las copas de los árboles, solo quedó un helecho colgado y un par de cuadros en el piso.
En el edificio de al lado dos jóvenes hermanos suben y bajan con bultos que llenan su camioneta. “No han venido a evaluar, pero con los días las grietas se hacen más grandes”, dice uno de ellos. “Solo hay una señora mayor con su gato y no quiere irse. Está cuidando su patrimonio”.
En la esquina de Ámsterdam y Teotihuacán hay una mudanza entera: sillas, sillones, cajas, cobijas. Son de una doctora que sacó todo y espera al camión de la mudanza.
En otro edificio, una mujer joven se abraza de otra mayor. Fueron vecinas tres décadas y hoy se despiden. Cada una a otro barrio. Tampoco ahí ha llegado Protección Civil, solo ingenieros, la mayoría voluntarios. Unos les han dicho que el lugar necesita refuerzos, pero que no se va a caer.
“Vino un muchacho que me dijo que estaba a punto de colapsar”, cuenta la mujer más joven y la voz se le quiebra. “Luego otro me comentó que no. Si no, no me hubiera arriesgado a sacar mis cosas”. Pero el peligro es grande. “Amo mi vida, viví aquí 30 años¨.
En la puerta de otro inmueble hay un letrero escrito a mano: “Este edificio no tiene daños. Favor de no dejar entrar a extraños”.
A pesar del aviso, José Marcos saca sus pertenencias. No sabe adónde va, tal vez con amigos a Polanco o a otra calle de la Condesa. Hay que salir, adonde sea. El portero Herminio García mandó a su familia al Estado de México. Duerme en el vestíbulo para estar cerca de la salida en caso de otro sismo. Dice que el edificio no tiene daños y que no todos los vecinos se han ido.
—¿Cuántos departamentos siguen ocupados?
—Dos de 17.