Con la juventud e irreverencia que caracterizan a Valeria Luiselli, escritora mexicana que actualmente no tiene un espacio para publicar en su país natal, le cuenta al mundo (desde Nueva York) todo lo que ocurre en “Trumplandia”, como define a la nación donde actualmente radica.
El mundo de las letras
“Lo único bueno de dedicarse a escribir es la libertad absoluta de pensar, de inventar, de vivir muchas vidas cada que te sientas frente a un manuscrito”, dice Valeria.
El primer periódico que publicó uno de sus ensayos fue el New York Times. Su primer libro, Papeles Falsos, lo escribió entre los 21 y 24 años, dos años después lo pudo publicar. Cuenta que fue rechazada por varias editoriales, hasta que Sexto Piso le dio la oportunidad. Confiesa que también envió decenas de ensayos y artículos a periódicos “ni me contestaban los correos. Me espameaban, yo creo, por necia. Las primeras revistas que me publicaron algo fueron Punto de Partida, de la UNAM, y Este País”, dice. Luego de su segundo libro Los ingrávidos, su trabajo comenzó a circular internacionalmente.
Valeria resalta que “el ecosistema literario en México sigue estando dominado por un montón de viejitos y chavorucos que piensan que cada que se muere un tótem llega otro totemsito a ocupar un lugar. Y por supuesto, nunca hay lugar para una totemsita. Véase, por ejemplo, las proporciones hombre/mujer del Colegio Nacional. Pero no tiene por qué seguir siendo así. No hay que ocupar ningún lugar. Hay que inventarse espacios de libertad”.
Y ¿cómo se inventa una escritora joven su propio lugar? “Sentándose frente a un manuscrito mínimo 7 horas al día, entre las 8:00 pm y las 3:00 am, más o menos; separándose de las parejas que piensan que tu devoción absoluta a tu vocación choca con sus planes convencionales de vida; alejándose de las personas que te hacen sentir insegura. En pocas palabras: mandando todo a la chingada para dedicarse a producir un texto que no cumpla con ninguna expectativa y supere todas las limitaciones autoimpuestas”.
Actualmente Luiselli escribe una columna semanal en El País, explica que “es muy complicado, porque escribo desde Nueva York para un periódico en España y, sin embargo, la mayoría de las respuestas que recibo viene de México y a veces de Argentina”.
Principalmente habla sobre temas migratorios en Estados Unidos, también acerca de los movimientos sociales que se han generado desde que Trump tomó la presidencia.
“Publiqué una columna que se lamentaba del hecho de que en los Estados Unidos de Trump las mujeres tengamos que volver a salir a la calle a marchar por nuestros derechos reproductivos. En México, mi artículo sobre derechos reproductivos en Estados Unidos se leyó por muchas personas como un texto escrito desde 'el privilegio'. Pero la cuestión es que mis artículos no están escritos desde el privilegio, sino desde Estados Unidos. No sé cómo se puede leer como 'privilegio' que las mujeres en este lado de la frontera hayamos dado vuelta en U y estemos marchando –otra vez– por el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo”.
Valeria explica que en aquel artículo se le criticó por no dar más importancia a los feminicidios que día a día ocurren en México. “Mi queja parecía frívola frente a los horrores que padecen decenas de miles de mujeres mexicanas. ¡Y por supuesto que, visto desde esa perspectiva, lo era!”, sin embargo, la joven escritora también cree que hay algo de justo en las críticas que recibe por temas como este.
Se considera novata en el género de la columna, pero confiesa que en su audiencia busca crear un diálogo; “decir lo que pienso con la esperanza de que eso que digo genere alguna meditación, que a su vez empuje y amplíe los límites de mis propias ideas”.
Su mayor logro
Lo que más enorgullece a Valeria es un su hija, una pequeña de siete años que prefiere escuchar a Kendrick Lamar y Pussy Riot en lugar de José Alfredo y Guty Cárdenas, que compara con buenos argumentos a Emiliano Zapata y a Malcolm X; o que usa frases como “cuando sea grande y tenga o un esposo o una esposa…” y que además sueña con andar en Marte con su traje de astronauta.
“Tuve una hija relativamente joven, es decir, no joven, sino mucho antes de asegurarme de que podría, responsablemente, darle una buena vida. Tenía 25 años cuando fui madre, estaba apenas empezando un doctorado, y mi único ingreso era mi beca de la universidad”, dice que todo en su hija la enorgullece “no solo porque sé que algo estamos haciendo bien como padres, y que mi esfuerzo profesional ha servido de algo, sino porque, a pesar de la época que vivimos, algo seguimos haciendo bien como sociedad”.
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