En abril pasado, la familia Soto Gurrola creyó, por fin, haber encontrado el cierre a cinco años de angustia. Desde noviembre de 2020 buscaba a Isaías, quien había sido privado ilegalmente de la libertad en un campo agrícola de Zacatecas, al cual se había ido a trabajar.
Después de tanto buscar, de tanto rezar, la imagen del rostro de Isaías les fue mostrada hace dos meses en una fotografía presentada por la Fiscalía General de Justicia del Estado de Zacatecas (FGJEZ). El cuerpo había pasado casi un lustro en una fosa común de aquella entidad.
Parecía que así lograrían sellar la dolorosa herida abierta en 2020. Pero esa esperanza se volvió a fracturar.
La Fiscalía, que les había asegurado que el cuerpo encontrado en la fosa coincidía físicamente con Isaías, terminó por decirles que no. Que no era él. Que el ADN no coincidía. Que tal vez estaba vivo.
Así comenzó una nueva etapa del calvario, con más preguntas que respuestas y con una familia de Durango atrapada entre la negligencia y el desconcierto.
El reconocimiento que sí fue... hasta que no fue
Brenda Mireya Morales Soto, sobrina de Isaías, viajó desde Durango junto a su abuela para hacer el reconocimiento formal del cuerpo en Zacatecas.
Fue en abril de este año cuando las autoridades les mostraron fotografías del rostro, manos, pies, e incluso una credencial de elector. Todos los elementos concordaban.
“Nos dijeron que todo coincidía, que la prueba de ADN era necesaria para hacer la entrega (del cuerpo). Nos regresamos a Durango esperando la fecha de exhumación”, cuenta Brenda a MILENIO.
Tras el reconocimiento visual y la revisión de documentos, madre y nieta regresaron a Durango convencidas de que pronto podrían sepultar dignamente a Isaías.
Sin embargo, días después recibieron una llamada de quien se identificó como la licenciada Norma Angélica, funcionaria de la FGJEZ. Con frialdad, les comunicó que la prueba de ADN había resultado negativa. Que no se trataba de Isaías. Que, incluso, existía la posibilidad de que estuviera vivo.
Esa afirmación desató una nueva oleada de incertidumbre. “¿Cómo puede estar vivo si yo lo reconocí? Si vi sus manos, su rostro, su credencial. Todo era de él. Pensamos que quizás perdieron el registro, que confundieron los restos”, relata Brenda.
Un crimen, una omisión y una fosa común
Isaías desapareció el 8 de noviembre de 2020. Tenía apenas 20 años y un anhelo sencillo: trabajar en el campo, ahorrar dinero y regresar a casa con algo que ofrecer. Viajó con otros jóvenes desde Mezquital, en el sur de Durango, casi en los límites con Sinaloa, hasta la comunidad de Chaparrosa, en el municipio de Villa de Cos, al noreste de la capital de Zacatecas, para emplearse en los huertos de tomate y pepino.
Brenda Mireya recuerda con cariño a su tío. "Fuimos con el fin de poder trabajar un tiempo por allá, ahorrar y regresar con un sustento a casa, no sabíamos lo que pasaría y que una tragedia nos marcaría de por vida".
Ese día, un comando armado irrumpió en el campo agrícola y se llevó a cinco trabajadores. Cuatro de ellos regresaron. Isaías no.
"Yo estuve con él, estábamos en el huerto de tomate y pepino; se llevaron a cinco hombres, regresaron a todos menos a él. Desde entonces todo ha sido un ir y venir", describe.
Tras lo ocurrido, ella misma presentó una denuncia ante la Fiscalía zacatecana.
Ocho días después, el 16 de noviembre, el cuerpo de Isaías fue localizado junto a otros tres cadáveres en un tramo carretero entre Chaparrosa y Chupaderos.
En aquel entonces, medios locales habían reportado el hallazgo de 15 personas sin vida. La Vocería de la FGJEZ negó el dato y reportó como oficial la localización de cuatro cuerpos; entre ellos estaba Isaías.
Entre sus pertenencias estaba su credencial de elector, que incluía la dirección de su hogar en Durango. A pesar de esa evidencia y de que existía una ficha de búsqueda activa, la Fiscalía zacatecana no notificó del hallazgo a la Fiscalía General del Estado de Durango (FGED), una omisión que marcaría el destino del cuerpo.
Sin ser reclamado —porque nadie en Durango sabía que había sido encontrado—, Isaías fue sepultado en la fosa común del Panteón Forense de Fresnillo. Allí permaneció por cinco años.
La ficha perdida, el colectivo y una esperanza rota
Fue el colectivo Madres Buscadoras de Durango quien reactivó la búsqueda desde otra trinchera. Gracias a ellas, la familia de Isaías encontró una ficha de identificación en la plataforma digital de la Fiscalía zacatecana.
Con ese indicio, Brenda y su abuela retomaron el caso. En abril pasado les mostraron las fotos del cuerpo de su familiar. Rostro, manos, pies. Era él. Incluso, todos los datos de la carpeta de investigación empataban con el momento y lugar de desaparición.
Su reconocimiento parecía cerrar el círculo.
Incluso comenzaron a reunir los 18 mil pesos que una funeraria de Fresnillo les había cotizado por el traslado del cuerpo a Durango.
Pero una llamada cambió todo.
"La licenciada Norma Angélica, de la FGEZ", de quien desconocen los apellidos, fue quien les informó un fallo en el empate de las pruebas de ADN. El cuerpo que se encontraba en la fosa no correspondía genéticamente al de Isaías.
"Ella nos marca, nos dice que salió todo negativo, que no se trata de él y que mi tío probablemente estaba vivo, eso nos comentó, pero ya lo habíamos reconocido y sí era él".
La verdad también desaparece
El caso de Isaías no es solo una historia de desaparición forzada. Es una radiografía de un sistema forense rebasado, de fiscalías que no comparten información, de protocolos que se rompen o se ignoran, y de familias que deben asumir, además del dolor, el rol de investigadores.
En cinco años, nadie notificó a la familia de Isaías que su cuerpo había sido encontrado. En cinco años, sus restos reposaron bajo tierra sin nombre ni tumba. Y cuando por fin alguien se acercó lo suficiente para decir “sí, es él”, otro engranaje de la burocracia desmintió lo evidente.
Al momento, la Fiscalía zacatecana no ha ofrecido una explicación sobre la contradicción entre el reconocimiento visual, documental y la supuesta incompatibilidad genética. Tampoco ha informado si el cuerpo, entonces, pertenece a otra persona o si se revisará el procedimiento.
Mientras tanto, la familia Soto Gurrola permanece sin cuerpo, certeza ni justicia y con una pregunta que aún retumba en su casa en Durango: ¿dónde está Isaías?
edaa