Giuseppe duerme en la Plaza de San Pedro. No por elección, sino por resignación. Lleva seis meses ahí, a cielo abierto, en el corazón del catolicismo.
Tiene 50 años, es originario de Catania y carga una historia que ya no cabe en la mochila que usa de almohada: familia ausente, trabajo perdido, abandono en cadena.
Durante los días más solemnes del Vaticano —el funeral y la exposición del cuerpo del Papa Francisco—, Giuseppe y decenas como él fueron desalojados.
La orden fue directa: “No molestar”. La policía los desplazó hacia calles aledañas como la Vía Pío X y la Vía Della Posta, mientras en la Basílica se despedía al pontífice que alguna vez les abrió las puertas.
“Cuando cerraron el Vaticano, los policías nos pusieron fuera de la estructura, para no agraviar, ahí con el padre Giovanni, trabajaba con el Papa Francisco…”
Durante el papado tenían regaderas... hasta estética
Francisco fue el primero en permitirles pernoctar en la plaza. Bajo su papado se instalaron baños, regaderas y hasta una estética. Era un gesto que iba más allá de la caridad: era dignidad. Pero con su partida, esa misericordia podría extinguirse.
Hoy, Giuseppe ha vuelto. Retomó su lugar frente a las columnas de Bernini. Tres días bastaron para que regresara con su cartón, su cobija y su silencio. El Vaticano reabrió sus brazos… aunque no oficialmente.
“Que no debíamos estar aquí para molestar, no molestar, no molestar aquí, cuando estuvieron todos por el Papa Francisco…”
Vigilantes invisibles, así los describen los comerciantes
A unos metros, en un restaurante, Flor, la encargada, no ve en ellos una amenaza, sino una suerte de vigilantes invisibles.
“Yo tengo mi propio guardián que duerme, prácticamente, en este espacio, donde me cuida siempre el negocio…”
Entre los turistas hay quienes se conmueven. Otros, simplemente no entienden.
“Es triste que estén durmiendo afuera, me incomoda solo en el sentido moral…”
“Tiene sus riesgos… porque lo que se hace una vez, después se convierte en obligación…”
Volvieron. Pero no saben por cuánto tiempo. El nuevo Papa podría cambiar las reglas, y con ello, barrer la única política de inclusión genuina que se vivía, noche tras noche, en la cuna del catolicismo.
Por ahora, Giuseppe puede volver a soñar en primera fila.
HCM