Adictos

Monterrey /

La actitud pasiva demuestra el nivel de manipulación que poseen estos medios, pero devela algo preocupante: nuestra aceptación tácita del flujo creado por esta tecnología


En mi mejor y nunca humilde opinión, el efecto primordial, el más importante de las redes sociales sobre las personas, es quitarles el tiempo. Más específicamente: quitar atención y no permitir que te concentres en cosas más relevantes.

Este conocido comentaba que le dedicaba varias horas al día a ver, de manera aleatoria, videos en TikTok. Lo que revela este comportamiento es la ausencia de intención o de interés particular. El punto es divagar de manera espontánea por el contenido de estas plataformas.

El efecto pernicioso aquí es la dispersión; ya no es importante buscar algo específico, el viaje azaroso otorga sorpresa, diversión y descubrimiento. Aunque sea de cosas banales y de las cuales no vayamos a tener recuerdo en horas y que, como consecuencia de eso, no logren siquiera dejar un atisbo de información útil o un efecto provechoso.

La actitud pasiva demuestra el nivel de manipulación que poseen estos medios, pero devela algo más preocupante: nuestra aceptación tácita del flujo creado por esta tecnología.

La vacuidad en la mayoría de los contenidos es apabullante; basta ver la cantidad de likes y seguidores que muestran algunos videos e influencers y cotejarlos con la calidad de sus publicaciones para entender que estamos frente a un problema particularmente serio.

Hay días que me cuesta mucho trabajo concentrarme. Especialmente cuando tengo que hacer cosas que piden concentración total, como escribir. Detesto los chats y las conversaciones por WhatsApp y por celular. Para mí, conversar es un tema relevante, es un evento que tiene sus reglas, vericuetos y procesos misteriosos. Mucho se ha escrito al respecto. La conversación tiene dos vertientes principales: la psicológica y la de contenido. Si nos fijamos en el contenido, el asunto se vuelve práctico, entonces nos interesa un intercambio de ideas, de información. Pero si atendemos a la parte psicológica de la conversación, veremos que lo importante no es tanto el contenido, sino la interacción. Pues bien, ahora tenemos el problema de no poder conversar, primero por el estúpido celular, el cual no podemos dejar a un lado porque nos causa ansiedad no atenderlo, y segundo porque nos estamos adaptando más a esa otra clase de interacción, la virtual. Esto conduce a un serio deterioro de las relaciones entre las personas. Porque la comunicación depende en gran medida del aparato muscular de la cara –sumamente complejo–, de las deflexiones de sonido y de los movimientos de manos y el cuerpo en general. Por eso el teatro es una forma de expresión tan importante.

Luego está el tema de guardar silencio. La gente no se sabe estar ni quieta ni callada. Cuando estás haciendo algo, no falta el impertinente que se acerca a comentar o a preguntar algo. No es como si tuviéramos un letrero pegado a la espalda con el mensaje de: “Pregúntame lo que quieras, me siento solo”. Eso: no sabemos estar solos y callados. Y cuando se tiene la oportunidad de hacerlo, sacamos el celular a ver publicaciones pendejas o a pelear con gente desconocida por temas insulsos y superfluos. No tenemos solución.

Silencio, concentración. Esta ya es una lucha diaria y constante para recuperar estados mentales que antes nos llevaban a ser más productivos y eficientes, y puedo decir que hasta más felices. Queda claro que aún no hemos aprendido a convivir con esta maravillosa tecnología que tanta cosa buena nos ha traído.

Yo por mi parte ya perdí la paciencia. Entiendo que los contenidos enganchan y deslumbran, pero hay que poner límites. No es de extrañar el auge de las inteligencias artificiales; pareciera que las hemos creado para no tener que ser lo que somos: humanos. Crear émulos nuestros no es una buena idea. Pronto se harán realidad las distopías apocalípticas que tratan sobre este fenómeno. Nos hemos vuelto una cosa entre adictos y comatosos, incapaces de reaccionar de manera orgánica e inteligente. Por lo pronto, abogo por recuperar valiosos ejercicios de lectura, de conversación y de soledad (incluso ocio) para reafirmar que, sí, después de todo, seguimos siendo humanos.

  • Adrián Herrera
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