Imaginar el futuro

Monterrey /

Pensar que las personas, los países se debían ajustar a una agenda de progreso, de persistencia y avance es ingenuo: las sociedades de pronto toman caminos adversos

El país ha entrado de lleno en un retroceso. Si antes íbamos entre bien y más o menos, ahora vamos mal. Y puedo decir que de mal en peor. Y perdone usted por la patente falta de optimismo, pero no hay elementos que prueben que vamos a salir adelante. Los signos son abrumadores y apuntan claramente hacia una catástrofe. Bueno, ya estamos en la antesala de la misma, cuestión de ver las noticias y analizar las estadísticas.

Es deprimente, desolador y descorazonador. Pensar que las personas, los países se debían ajustar a una agenda de progreso, de persistencia y avance es ingenuo: las sociedades de pronto se rompen o toman caminos adversos. No siempre sale uno adelante, no es una regla, no es lo normal, es solo lo que queremos, lo que suponemos, pero suponemos mal, porque hay que fijarnos bien, observar y analizar.

Entonces me quedo con la enorme duda de qué carajo hacer. ¿Tirar la toalla y dejarse flotar por el pesimismo, la desilusión y el ímpetu desangelado y neutro que nos envuelve? Para mí eso no es una opción. No soy depresivo, mi carácter es otro. Pienso entonces que uno debe intentar salir adelante, pese a todo, por encima de y alrededor de cualquier desavenencia y por sobre los límites impuestos por esta recesión que no es solamente económica, sino psicológica.

Pero hay otro tema que es de fondo y es mucho más importante que lo inmediato: pensar a largo plazo. Y esto es algo que los mexicanos no sabemos hacer. Coño, ni siquiera podemos ahorrar unos pesos para garantizar nuestra vejez, para comprar una casa, un auto o para invertir en un negocito. Más bien pensamos en dos cosas: en los estúpidos boletos de lotería, en las vacaciones y en el fin de semana, que son como unas vacaciones chiquitas y pedorras: una breve ilusión que a lo único que nos lleva es al lunes de mierda, de manera cíclica y vertiginosa.

Pues con esa agenda ni cómo pensar en un futuro. Hay solamente un factor que nos puede sacar de jodidos, o por lo menos comenzar a mejorar nuestra sociedad: la educación. Olvídese de la inversión extranjera, de la seguridad o de cualquier cosa que pueda resolverse en cosa de unos pocos años. La educación es una base tan esencial, tan fundamental y tan apremiante que pareciera que somos una manga de estúpidos por no reconocer su importancia. En la educación está la base del cambio. Tampoco es una panacea, pero casi. Lo difícil de este proyecto es, primero, arrancarlo. Hay que ponerse de acuerdo y establecer las reglas, las normas, para comenzar a educar (¿reeducar?) a los niños. Lo segundo es tomar en cuenta que un proyecto de educación nacional es, realmente, una revolución. Y eso lleva, por lo menos, dos generaciones. Mínimo. Entonces podremos ver los efectos. Por eso se trata más o menos de una apuesta. Claro, una apuesta inteligente, bien pensada, con elementos de visión, de experiencia, de adaptar o crear un modelo que nos funcione a nosotros, no copiar los de otros países: eso no funciona. La educación no es una franquicia de hamburguesas, es un proyecto que debe imaginarse, gestarse en México y para México. Ni siquiera para Latinoamérica. Darle prioridad a una idea de este tamaño, envergadura y trascendencia es aceptar que estamos profundamente jodidos y que hace falta proponer un cambio para enderezarnos. Es urgente.

Por supuesto que eso no va a ocurrir. Y eso por dos cosas: porque las posturas ideológicas están fuertemente polarizadas y porque, como ya indiqué, nos vale tres kilos de ñonga de burro el tema.

Empero, se vale soñar. Pero también hay que ser odiosamente realistas y admitir que tal proyecto es fútil y que vamos a seguir jodidos, a ratos más, a ratos menos, pero contundentemente jodidos. A tal grado que ya ni siquiera tengo la capacidad de imaginar el futuro: cada que lo intento me envuelvo en una bruma densa, de claroscuros tenebrosos y ecos aterradores. Es más, no creo verlo en lo que me queda de vida estadísticamente probable (tengo casi 56 años). Mis hijos, tal vez.

Y como decía mi abuela: “Hasta ese día”. A seguir soñando, pues.

  • Adrián Herrera
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.