In darkness let me dwell
John Dowland
El tema de los monstruos siempre me ha hechizado. De niño les tenía miedo, pero ansiaba que se me aparecieran porque sospechaba que podían revelar algo importante, algo que solo ellos podían saber.
Fui al cine a ver el Nosferatu de Robert Eggers. Bram Stoker consolidó el canon del vampiro moderno. No, el borracho de Stoker no lo inventó; se basó en una obra anterior, Carmilla, del también irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, así como en oídas y rumores venidos de esas oscuras partes de Europa oriental, específicamente a través de la figura de Vlad Tepes Drácula.
El vampiro original, el de verdad, viene de la Grecia antigua en la figura del Brucolaco. De ahí viaja hacia el norte –los Cárpatos– y se transforma en el Vourdalak. Véase la película del mismo nombre (2023), adaptación del cuento de Alekséi Tolstói, La familia del Vourdalak, escrita en 1839. Hay también por ahí una peli argentina, Sangre Vurdalak, y otra de Mario Bava, entre otras. El Vourdalak se transforma a su vez en el uampir y de ahí, al Vampiro. Nótese también la mención del padre Agustín Calmet a principios del siglo XVIII sobre los vampiros, es notable.
Es en el siglo XIX donde se va confeccionando y afinando este monstruo hasta su consolidación –no definitiva– con Abraham Stoker. Entonces ocurre algo interesantísimo: ¡el cine! Y es ahí donde nuestro venerable vampiro toma una senda evolutiva distinta, única. Y el padre de ese vampiro es Friedrich Wilhelm Murnau. Su Nosferatu de 1922 estableció una base muy sólida sobre la cual se desarrollaron muchos otros vampiros, y cada quien los hizo a su manera. Murnau reconfiguró este mito –sobre la narrativa de Stoker– para crear algo mucho más aterrador. El vampiro de Murnau es un monstruo, no un personaje educado, bien vestido ni seductor. Orlok (Drácula) es una especie de zombi, un no-muerto-demonio envuelto en elementos de putrefacción física y maldad. El horror de este vampiro se genera a partir de esta mezcla de lo orgánico, lo naturalmente decadente y la maldad, todo esto catalizado por fuerzas sobrenaturales. ¡Qué lejos está Orlok de esos tontísimos y superfluos vampiros adolescentes de Hollywood!
Volviendo a Eggers; hay una escena que me emocionó: un homenaje a Poe. Willem Dafoe hipnotiza a Lily Rose Depp para que hable el demonio que la ha poseído. Referencia clarísima del culerísimo cuento Los hechos en el caso M. Valdemar.
Hay otro tema importante: Willem Dafoe encarna a un científico que suprime el elemento religioso y lo extrapola con la alquimia. Y esto es importante porque en otras versiones de esta obra es la religión el tema preponderante. Aquí no. Hay un influjo de fresco y saludable paganismo subrepticio que alimenta la narrativa.
Ahora veamos la fotografía. Hay por lo menos cinco magníficas escenas que pueden ampliarse para crear estupendas fotografías. Poseen este aire sombrío, oscuro, liminal y siniestro que captan de manera efectiva la ambientación de la narrativa. La última fotografía me recordó a la mórbida obra de Joel-Peter Witkin.
Luego está el tema de las ratas: no dejo de pensar así en la gran peste negra que asoló a Europa en el siglo XIV. Entonces me viene a la mente la extraordinaria película de Ingmar Bergman, El séptimo sello.
El filme de Eggers contiene además una breve referencia al lesbianismo implícito en Carmilla de Le Fanu con las señoritas Depp y Emma Corring en una escena íntima de específicas declaraciones afectivas, así como a la pintura clásica de El alquimista de Joseph Wright (1770) que valida –y define– al personaje del señor Dafoe. La iluminación para recrear estos ambientes es espectacular. El Nosferatu de Eggers respeta el lenguaje de la época, de la misma manera en que lo hiciera con The witch, lo cual genera una ambientación de carácter teatral, casi presencial.
No puedo concluir este texto sin mencionar el cuento de Carlos Fuentes: Vlad. Lo ha escrito muy a su estilo, ambientando la trama del canon de Stoker en la Ciudad de México y con un final efectista particularmente notable. En todo caso, ¡larga vida al vampiro!