Los mexicanos no hemos visto aún al peor Donald Trump. Lo sufriremos pronto, me temo, quizá no tanto en el tema comercial cuanto en el fronterizo. La frontera representa para él dos irritaciones, migración y narcotráfico. Sabe que fue electo en buena medida por su promesa de sellarla y quiere cimentar su legado. Pero entendamos: para otros presidentes un legado es una nueva Constitución o una infraestructura urbana emblemática; para él sería su glorificación vía el Nobel de la Paz. Con ese premio mejoraría su fama y alcanzaría a Obama, su némesis.
A México le va a exigir acciones migratorias y policiacas extremas. Ojo, no necesariamente eficaces: espectaculares. Quiere que los estadunidenses crean que resolvió el “desastre fronterizo”, aunque no arranque el mal de raíz. Pero los mexicanos sí queremos construir una solución de fondo para que nuestros paisanos encuentren trabajo y seguridad en su tierra y no se vean obligados a irse. Por eso debemos aprovechar la crisis bilateral, empezando por el problema más acuciante y en torno al cual puede darse un consenso nacional, el de la criminalidad. Y si no podremos evitar ser usados por Trump, nosotros debemos usarlo a él también.
Para ello no tenemos decirle lo que ya conoce, que la demanda de drogas genera la oferta y no al revés. Él tampoco tiene que decirnos lo que ya sabemos, que el crimen organizado avanza cada vez más e incluso subroga al gobierno en muchas partes de nuestro territorio: nos debe interesar más que a Estados Unidos acabar con la violencia y la penetración de los cárteles en la vida política, social y económica de nuestro país, que amenaza con hacer del nuestro un Estado fallido. Nos guste o no, a ambos nos conviene cooperar. Nuestro reto es diseñar una ruta que le dé a él la notoriedad que quiere y a nosotros la efectividad que necesitamos. Por eso es buena idea forjar en México un acuerdo nacional por la paz y la seguridad. Uno que sume al gobierno, a la oposición, a la sociedad civil, a las iglesias, a todos, más allá de filiaciones ideológicas. Solo así se podrán crear las condiciones para que Donald Trump nos apoye sin avasallarnos.
El primer paso le corresponde a la Presidenta y a los líderes morenistas. Injuriar a quien discrepa de la 4T, tacharlo de apátrida, moviliza al voto duro para una elección, pero desmoviliza a la sociedad para lograr un objetivo común. No tiene sentido convocar a la unidad por la nación a quienes los convocantes excluyen de ella. El mayor daño que hizo AMLO fue ese, fracturar a los mexicanos, acusar de traición a la patria a quienes votaron contra sus iniciativas, negarles la bandera a sus opositores, privatizar para él y los suyos la mexicanidad. Que sigan emulándolo en otras cosas, si es lo que quieren, pero que dejen atrás esa aberración. México es de todos los mexicanos, y nadie tiene el monopolio del patriotismo. Con apertura, con diálogo, Claudia Sheinbaum puede liderar un acuerdo que nos permita derrotar a la hidra criminal de mil cabezas que nos desangra y aplicarle a Trump una táctica de las artes marciales: ganarle con su propia fuerza. Si tenemos que estimular su egolatría ayudándolo a ganar un premio que no merece, ni hablar. Hacerlo sería para nosotros menos costoso y más benéfico que para otras naciones.