El mito del buen tirano

Ciudad de México /

Para entender el apoyo de la mayoría de los mexicanos al proyecto autoritario de la 4T es necesario mirar a la historia. La fascinación autocrática, en efecto, viene de lejos. Entregarle todo el poder a un hombre providencial fue regla en las primeras civilizaciones orientales y en la antigüedad de Occidente. El esplendor democrático de la Atenas clásica fue la excepción, un luminoso pero breve paréntesis de la razón contraintuitiva. La idea de que una persona elegida por Dios gobierne sin más limitación que su divina conciencia no solo ha fascinado a las multitudes sino también a los cenáculos pensantes. Aristóteles receló de la democracia en aras de la aristocracia y el ideal platónico del filósofo rey atrajo más a la academia de entonces que la ekklesía de Solón.

El pensamiento democrático murió a manos de la superioridad militar de la autocracia espartana sobre la democracia ateniense. Tardó dos mil años en resucitar, y luego evolucionó con lentitud. Todavía en el siglo XIX campeaban en Europa los emperadores y en América Latina los caudillos. En México, inspirados en Spencer, los ideólogos del Porfiriato recurrieron a la tesis de la tiranía honrada para legitimar la dictadura de Díaz, y la Revolución descartó el idealismo maderista en aras del pragmatismo priista: los mexicanos habían de ser gobernados por la omnipotencia encarnada. El país no se iba a desarrollar con contrapesos que solo ralentizan y entorpecen la magna labor del líder visionario. Las masas dieron la razón a las élites: era más fácil que un buen dictador resolviera nuestras carencias a que muchos malos demócratas acabaran con la pobreza. En ese tema, México siempre ha avalado el caudillismo.

Andrés Manuel López Obrador captó bien la cultura política mexicana: vendió la idea de que no podemos superar nuestros rezagos sin un hombre fuerte, capaz de vencer a la avasallante minoría rapaz. El hecho de que los opositores hayamos creído que el anhelo democrático podía permear en estas elecciones al voto mayoritario, cuando el Latinobarómetro nos decía lo contrario, muestra el creciente abismo entre el círculo rojo y el círculo verde. La irrupción de un iluminado generoso tras décadas de gobiernos corruptos —la forja de un nuevo ogro filantrópico— detonó un entusiasmo popular ensordecedor. Tienen que darme todo el poder si quieren que los siga sacando de la pobreza, proclamó AMLO, y se lo dieron. Por enésima ocasión México creyó en el mito del buen tirano, el del autócrata sabio y bueno, incapaz de abusar de su fuerza, que guía a “los suyos” a la tierra prometida.

Otros pueblos se han arrepentido de haberlo creído. No es necesario retroceder al caso de Calígula o Nerón en Roma; tenemos cerca a conspicuos representantes de nuestro autoritarismo de don Porfirio a doña Porfiria. Concentrar todo el poder en una persona es un gravísimo error, porque el poder absoluto hace malos a los buenos y peores a los malos. Pero decirlo no basta; es imperativo convencer a las mayorías de las bondades de los equilibrios democráticos o, mejor, de las maldades de las tiranías. Y ni siquiera hemos empezado.

PD: Dato clave en la persecución a Javier Corral: en su lucha contra la corrupción en Chihuahua afectó los intereses de un personaje muy poderoso, Manlio Fabio Beltrones. Ojo.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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