Pleito e ingobernabilidad

Ciudad de México /

Hablemos una vez más de la era de la ira. No de la que permea a la sociedad global, la que el populismo capitaliza electoralmente, sino de la que lleva al uso y abuso del enojo para gobernar. Son cosas distintas. La indignación es útil para llegar al poder, pero es contraproducente para ejercerlo. Esto no lo entiende el presidente López Obrador. Como Donald Trump en Estados Unidos, siempre con el escupitajo a flor de labios, AMLO recurre en México al insulto, no al diálogo, y en lugar de acuerdos procura marginar sistemáticamente a las minorías.

Los líderes populistas suelen ir al pleito por temperamento y sacarle provecho por cálculo. Un estadista debe intentar, sin comprometer sus principios, conciliar y no exacerbar los antagonismos, pero AMLO no puede hacerlo. Muchas de las enemistades que carga son gratuitas, es decir, no son producto de animadversiones ideológicas o estructurales: son agravios de coyuntura que se ha ganado con sus diatribas. Como buen fajador de barrio, al tirar golpes a diestra y siniestra le pega no solo al contrario sino también al que esté cerca. Es parte de su personalidad. Si dejara de golpear se sentiría débil, si buscara la reconciliación se imaginaría cobarde, incluso traidor a su causa. Y es que su causa es inherente a una “lucha” que, si se me permite parafrasear a un “conservador”, es una brega de eternidades en la que bregar no es perseverar en la democracia sino confrontarse eternamente.

El provecho que AMLO saca de su instinto de boxeador que nunca se baja del ring es electoral. Intimida a sus contrincantes y mantiene irritada a la base social que votó por él en 2018 para que vuelva a las urnas en 2024 a respaldar a su candidata. El problema es que este beneficio acarrea costos muy altos. Vivir en la agresión constante y lanzar puñetazos a tanta gente produce a menudo más enemigos de los que elimina. Lo que quiere el picapleitos es castigar al que se le ponga enfrente y disuadirlo a él y a cualquier otro de enfrentarlo, hacer que la piensen dos veces antes de hacerlo. Pero hay quienes no se amedrentan, se engallan y arremeten con más ahínco, y no son pocos los que han expresado una simple discrepancia, sin agenda de por medio, y han recibido a cambio una retahíla de injurias que los ha convertido en enemigos. No hay mucha diferencia entre el maltrato que AMLO da a ese tipo de críticos ocasionales y el que prodiga a quienes realmente quisieran aniquilar a su movimiento. A unos y otros los equipara y los agrede con la misma saña.

Su condición de sempiterno pleitista lo lleva, pues, a ganar y perder votos. En junio sabremos cuál será el saldo final. Por lo pronto puedo decir, sin temor a equivocarme, que el estilo personal de gobernar de AMLO está en las antípodas del que distinguió a sus referentes -Gandhi y Mandela procuraron reconciliar, y lejos de excluir a sus adversarios se esforzaron en incluirlos en las sociedades políticamente organizadas que construyeron- y que el populismo encierra la disfuncionalidad de atizar el odio de clases sin pugnar por su desaparición. En efecto, polarizar ayuda a ganar elecciones pero no a gobernar, al menos no en el largo plazo. Por el contrario, la polarización engendra ingobernabilidad. Su sucesora, sea quien sea, lo va a corroborar en carne propia.

  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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