Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, porque en realidad no tiene muchos años que pasó. Durante las festividades decembrinas, Navidad y Fin de Año, la popularización de los teléfonos móviles y el servicio de mensajes cortos (SMS) nos permitió establecer contactos con más personas casi al mismo tiempo. Ya no era necesario que la abuela acabara su larga charla telefónica con su hermana que vivía en otra ciudad, para ocupar nuestro turno y hablarles rápido a los amigos para desearles felicidades. Ya solo bastaba con escribir un mensaje cálido y esperar otro de vuelta.
Pero eso sí, habría que ser estratégico para encontrar la hora ideal para mandar la felicitación. No muy temprano, por la tarde, porque parecería que no había mucho interés por esa persona. No muy tarde o cerca de la celebración porque se corría el riesgo de que ante tanta demanda colapsaran los servicios de telefonía celular y el mensaje nunca llegara o bien algo peor, llegara más tarde y también esto fuera tomado como una descortesía. Angustia similar habrían vivido aquellos a los que les tocó enviar postales navideñas usando el servicio de correos. Eso me lo tengo que imaginar porque no lo viví.
Hoy las cosas son diferentes. El servicio postal mexicano creo que está confinado a ser usado como paquetería económica. Y deben ocurrir sucesos en verdad graves para que las telecomunicaciones se suspendan y cuando ocurre lo hacen por periodos cortos. No es la demanda de sus servicios sino otros factores las que las afectan.
Con esto quiero decir que la comunicación podría ser más fácil y hasta económica, pero a pesar de esto ya no se mandan mensajes personalizados. Ahora para desear felicidad basta con escribirlo en el muro de del “fesibuk” y suponemos que hemos cumplido con nuestro deber de cuidar afectiva y emocionalmente de nuestras amistades y familia. Eso sí, debemos acompañar la felicitación con una fotografía -con filtro- de nosotros, porque hemos aprendido que la imagen puede ayudar a burlar al odioso algoritmo que manda a la congeladora lo que escribimos.
En medio de esta micro comunicación masiva ha surgido una nueva especie. Cada vez son más las personas que mandan postales digitales emulando a las empresas vendedoras de bebidas embotelladas. Se podrá decir en este momento que solo es una manera diferente de hacer las mismas cosas que se hacían a mediados del siglo pasado cuando lo elegante era mandar postales por correo, pero no.
Antes estas cartas eran personales, si bien la imagen era estándar, el escrito no podía serlo. Había que elegir una manera diferente a la hora de dirigirse al tío, la abuela, la amiga, el primo, porque justamente cada uno estaba en una categoría diferente y hoy no. Hoy los amigos se han convertido en un público meta y nosotros en gestores de nuestra marca personal, por lo tanto, hay que generar fidelidad, no amistad.
La tradición le atribuye a Aristóteles la frase: ô phíloi, oudeís philos, “¡Oh amigos, no hay amigo!” y sobre esta base se han establecido muchas corrientes filosóficas. Aunque al parecer el griego dijo algo más parecido a esto: “aquel que tiene (muchos) amigos, no tiene ningún amigo”. Con ambas podemos trabajar. Con la primera que al tiempo que evoca la amistad niega al amigo, podríamos decir que hoy justamente como lo decía antes este se ha sustituido por un target, se ha vuelto y nos hemos vuelto un objeto de consumo, por eso debemos ser tan cuidadosos con lo que ponemos a vista de todos. Y con la segunda podemos ver que son precisamente los medios sociales digitales los que nos han vendido la idea de que podemos tener miles de amigos, pero que es mejor si estos son nuestros fieles seguidores.
Desde luego que esto no tiene nada de inocente y sí está determinando la forma en la que nos relacionamos en la virtualidad digital y en lo que llamamos realidad. Los vínculos amorosos son productos de consumo. Pareciera que ya no están destinados a permitirnos experimentar que la sensación de existir en sí misma es dulce y que la existencia del amigo nos da la sensación de la propia existencia placentera.