Estuvo tan “cerca la bala” como aquella que, el 13 de julio del año pasado, por milagro no le arrebató la vida al hoy presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
La noticia de que México y Estados Unidos lograron, en el último momento, un acuerdo para evitar la imposición de aranceles del 25% a las exportaciones mexicanas fue un respiro para la economía nacional.
Si los aranceles hubieran entrado en vigor, uno de los estados afectados habría sido Puebla. Su vocación industrial y manufacturera lo convierte en un pilar de la economía mexicana y su dependencia del comercio exterior, especialmente del sector automotriz, lo coloca en la primera línea de fuego.
Volkswagen y Audi, dos de los principales fabricantes de automóviles en el estado, habrían visto reducida su competitividad en el mercado estadunidense, encareciendo sus exportaciones y enfrentando una baja en la demanda, golpeando además a la vasta red de proveedores de autopartes, logística y manufactura que dependen de ellas.
No se trata solo de números sino que hablamos de miles de empleos que habrían estado en riesgo, desde operarios en líneas de producción hasta ingenieros especializados y empresas de logística. El golpe económico se habría traducido en despidos, paros técnicos y una drástica reducción en la inversión extranjera directa.
En este contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum mostró temple y pragmatismo en las negociaciones. Aunque el problema no se ha resuelto de fondo, logró evitar, al menos por ahora, un choque frontal con Washington.
Pero la reacción de la clase política mexicana es una historia aparte. De inmediato surgió el llamado a “cerrar filas” en defensa de los intereses nacionales. Un discurso que, en teoría, suena lógico, pero que en la práctica choca con la realidad de un país profundamente dividido.
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador (y en el caso poblano con Miguel Barbosa), la polarización fue una estrategia deliberada de gobierno. Se consolidó una narrativa de buenos contra malos, de pueblo contra élite, de “fifis” contra “chairos”. Se promovió la confrontación interna, se descalificó a la oposición y se dinamitó cualquier intento de consenso.
Ahora, ante la presión de Estados Unidos, los mismos que alimentaron la división exigen unidad.
Paradójico.