Hace siete años me convertí en mamá, y recientemente escuché una entrevista sobre la mentalidad del surfista que me dejó pensando durante días. Cada concepto me recordaba a mi hijo: un niño que fluye con la vida, acepta los retos y se levanta con confianza tras cada caída.
Sentí que estaba recibiendo una lección que yo necesitaba aprender para no convertirme —sin querer— en un obstáculo en su desarrollo. Para no limitar esa forma tan libre y valiente de vivir.
Por eso decidí estudiar esta filosofía y aquí te comparto lo que descubrí. Imagina a un surfista esperando con paciencia la ola perfecta. Puede pasar horas observando, sintiendo, preparándose. Y cuando la ola llega, la toma con fuerza, sabiendo que será breve, pero valiosa. Esta mentalidad es una guía para quienes queremos vivir con equilibrio, paciencia y presencia.
Un surfista no se lanza a cualquier ola. Aprende a leer el mar, confía en su instinto y actúa en el momento justo. No controla el océano, pero sí su respuesta ante él. Esa es la clave: actuar con propósito, incluso en la espera. En la vida enfrentamos incertidumbre. Muchas veces, por querer resultados inmediatos, nos adelantamos o frustramos. Pero si aprendemos a esperar activamente —con atención y preparación—, todo llega. La calidad del momento importa más que su duración.
Como el mar, la vida es impredecible. Hay días tranquilos y días de tormenta. No podemos controlar lo que pasa, pero sí cómo lo enfrentamos. La resiliencia del surfista nos recuerda que lo importante no es evitar las olas, sino aprender a montarlas. Que cada caída es parte del proceso. Que lo desconocido también es una oportunidad.
Otra lección poderosa es su relación con el equilibrio. No es un estado fijo sino un movimiento constante. Los surfistas hacen microajustes, se adaptan. En nuestra vida, solemos buscar estabilidad absoluta, pero el equilibrio real es dinámico. Hoy se ve distinto que ayer, y eso está bien. El equilibrio requiere flexibilidad.
También saben que la ola perfecta es fugaz. No intentan retenerla; la disfrutan con intensidad.
Nosotros, en cambio, nos aferramos a lo bueno o tememos su fin, y eso nos impide vivir el presente. Si aceptamos que todo pasa —lo bueno y lo difícil—, valoraremos más cada instante. Y caerse no es un fracaso, es parte del aprendizaje. Cada error afina el instinto, fortalece la técnica y construye confianza. Veamos así nuestras caídas, no como fallas, sino como señales de crecimiento.
Quizá lo más poderoso de esta filosofía es su invitación a estar presente. Cuando un surfista está sobre una ola, no piensa en lo que pasó ni en lo que viene. Está presente y ahí hay libertad, conexión y claridad. En un mundo que nos empuja todo el tiempo hacia lo que sigue, volver al momento es un acto de valentía. Así que, para vivir más y mejor, la próxima vez que enfrentes un reto o sientas que las respuestas no llegan, visualízate como un surfista. Espera activamente el momento adecuado, observa lo que te rodea, acepta el movimiento del equilibrio, responde con valentía a cada caída y mantente firme. Porque, al final, lo que importa no es cuánto tiempo vivimos, sino cómo lo hacemos.
Felices siete años, mi niño. Gracias por mostrarme cada día cómo fluir con la vida y volver a la tabla con una sonrisa.
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