La muerte de Paul Auster ha sacado de la videoteca de France Tv una entrevista en su espacio La Grande Librairie en la que el de Nueva York da algunas claves sobre las bases de su obra. La charla es en francés, una lengua que él conoció desde joven y que le permitió ejercer en París de traductor recién llegado de Columbia, donde estudió literatura comparada.
—¿Es usted ese tipo de escritor que intenta molestar, desorientar a su lector? —pregunta Agustin Trapenard, uno de los dos entrevistadores en el set.
—Por supuesto —responde Auster—. Creo que todo el mundo quiere hacer eso. Mi gran amigo Edmond Jabés, escritor y poeta, era una especie de abuelo literario para mí y es autor de Le petit livre de la subversion. Un día caminábamos por la calle y me dijo que la subversión es el ideal de todo escritor, cambiar la manera en que la gente ve la vida, pero alcanzar esa meta requiere de una cosa: claridad.
“Fue una revelación. Decía que tú puedes ser poeta de vanguardia y destruir la sintaxis, la gramática y lanzar palabras sobre la página como un acto revolucionario, pero eso no tiene efecto alguno sobre nadie en el mundo. Y entonces pensé en Kafka. ¿Quién escribe con más claridad que Kafka? ¿Quién escribe de forma más clara que Kafka? Aún así, el checo nos desorienta siempre. Esa fue una lección para mí, una lección de poder, del poder de la claridad. Desde aquel día pienso en eso cuando voy a trabajar.”
La anécdota de Auster me hace pensar en Vicente Huidobro, aquel chileno de las vanguardias y autor del extenso y complejo poema “Altazor”, así como en otra historia, una de cine, que recrea Milos Forman en su filme Amadeus: Salieri charla con Mozart, quien mira sobre un piano una partitura, se sienta y comienza a tocar la pieza. Estupefacto, el viejo músico no da crédito a que aquel chico reelabore sobre la marcha su obra y la convierta en una genialidad. “Solo le quité los adornos, le estorbaban”, le dice Wolfgang, como si fuera cualquier cosa.
Acaso a eso se refería Paul Auster.