En el cuento “La autopista del sur”, contenido en el volumen Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar nos traslada a un acceso a París que de súbito queda paralizado y nadie sabe a ciencia cierta la razón. Los conductores se convierten pronto en personajes y nos enteramos de sus vidas mientras comienzan a estrechar lazos de no poca trascendencia, pues corren desde un romance y un embarazo hasta un velorio, todo en medio del embotellamiento que ha detenido el ciclo de vida natural, como ocurre de alguna forma en otra obra maestra, pero del cine, que se llama Subida al cielo y dirigió Luis Buñuel.
Otro estancamiento de autos que deriva en lo impensable comienza cuando un hombre llega a un alto en una ciudad que puede ser Lisboa u otra y de pronto se da cuenta de que ha perdido la vista. Sin embargo, no es el único invidente repentino, pues muchos conductores resienten el mismo problema y, peor, también los transeúntes. El caos se apodera de la comunidad y la apacible cotidianidad se torna violenta, porque todo se reduce a la sobrevivencia, nos cuenta José Saramago en su magistral novela Ensayo sobre la ceguera.
Quienes vivimos en Ciudad de México, seamos conductores de vehículo o usuarios del transporte público, ya nos la sabemos, para usar la fórmula de la jerga en vigor, porque la capital reporta diez marchas o bloqueos diarios en promedio, y si trabajamos en la zona del Centro la trama empeora, porque Reforma y Juárez son pistas favoritas para los manifestantes.
¿Qué pasa cuando hay que salir por trabajo o diversión a alguna zona aledaña a la capital? No es raro que haya bloqueos a las autopistas, sean los transportistas, sean los normalistas o sean, como ahora en la México-Puebla, los campesinos, que desde el martes obstruyeron el paso en demanda de una indemnización que data de los años sesenta y ojalá todo quedara en una anécdota como la de Cortázar, pero no, porque los asaltos a los conductores atrapados ya comienzan a pintar la cosa más cercana a la pesadilla de Saramago.