El revuelo que ha causado la serie Cien años de soledad, pese a sus varias lagunas de franco aburrimiento, destapó algunos episodios personales, pues mi generación creció con ese y otros libros sea como primeras lecturas, como referencias o como noticia por el Premio Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez.
Lectura preparatoriana, ese título remite al tema del realismo mágico y de lo real maravilloso, mundos que el venezolano Arturo Uslar Pietri, quien adaptó el primero a la literatura como derivación de un concepto musical, decía que eran lo mismo, aunque es sabido que el cubano Alejo Carpentier defendía al segundo como un camino diferente.
El tema es que así llegamos a un volumen titulado El reino de este mundo, que en algún momento vi en el revistero de una oficina en la que trabajaba a principios de los noventa. Después de varios días decidí tomarlo prestado, ya sabe usted lo que ese verbo significa cuando se trata de libros, y lo puse en la fila de los próximos a leer.
Semanas después la entonces directora de la oficina aquella me llamó para preguntarme sobre el célebre libro. Yo seguía sin leerlo y, temiendo que me lo exigiera de vuelta, negué haberlo tomado y nadie me movió de ahí. Ella sabía que yo siempre traía un libro bajo el brazo y que sería incapaz, eso deduje yo, de semejante acción.
Desde entonces el libro se convirtió en una maldición, nunca pude leerlo y acabé regalándoselo a un camarada que se desvivió en agradecimientos. Pensé en devolverlo al revistero, pero supuse que levantaría sospechas de que, en efecto, yo me lo había llevado. Así que lo regalé y le advertí al amigo que no tomara en cuenta los garabatos en la segunda página.
Hace unos años, por los rumbos de Mixcoac hallé a un señor que tenía varios títulos sobre la banqueta. Le compré Niebla, de Unamuno, edición Espasa-Calpe, y ahí me esperaba el libro de Carpentier, sí, pero el mismo del revistero, sello Seix Barral, que de alguna manera volvía a mis manos. Por supuesto, me lo llevé, pero la culpa no me dejaba… y lo volví a regalar.