Crítica al medio tiempo del Super Bowl LIX

Ciudad de México /
Lo sucedido en Nueva Orleans fue más que un inocente show. AP

El espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LIX fue un acontecimiento histórico.

¿Por qué? Porque confirmó la decadencia de Estados Unidos como imperio cultural.

Kendrick Lamar es un artista prodigioso, una figura verdaderamente relevante, pero no es universal.

El tipo de música que hace, que no es superior ni inferior a ningún otro, apela a un público muy específico.

Si usted fuera una persona afrodescendiente de Estados Unidos, y muy en especial amante del hip hop, por supuesto que adoró lo que millones de mujeres y de hombres, en todo el planeta, vimos el 9 de febrero.

Y no sólo eso, festejó lo que sucedió en Nueva Orleans porque fue más allá de un inocente show de medio tiempo. Para usted fue un acto de justicia, de rebeldía, de empoderamiento.

Imagínese nada más el escenario más importante de Estados Unidos, el más familiar, el más conservador, tomado por puros afrodescendientes. ¡Qué escándalo!

Póngase a pensar, por un momento, en lo que significó para ellas y para ellos haber intervenido con esa música, con esas letras, ese momento en ese lugar que históricamente representa tantas cosas tan terribles.

Si a esto le agregamos la presencia en el estadio de una figura como Donald Trump, aquello fue la cúspide de un gran mensaje político, de una violentísima respuesta social.

El problema es que eso sólo ellas y que sólo ellos lo entendieron, que sólo ellas y que sólo ellos lo disfrutaron.

Antes, en el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl se presentaban estrellas como Michael Jackson y Paul McCartney, y todo era diferente.

Por un lado, eran figuras conocidas y admiradas en los cinco continentes y su objetivo era divertir. Sólo divertir.

Por el otro, el mensaje era increíblemente potente: no importa el color de la piel, no importa la nacionalidad, Estados Unidos es quien manda a la hora de los espectáculos. Es el eje cultural de la humanidad.

Y todas las audiencias gozaban. Y toda la prensa se deshacía en elogios. Y todas y todos quedábamos contentos.

Aquello era tan bueno, tan bello y tan memorable que, honestamente, tengo la impresión de que gracias a esas aportaciones el Super Bowl llegó a países a donde, de otra forma, jamás hubiera llegado.

¿Qué está pasando ahora? Que Estados Unidos tiene problemas. Obviamente todo eso se refleja en sus espectáculos. Obviamente todo eso queda plasmado en su cultura.

Ya no estamos hablando de una potencia que sea capaz de unirse ni siquiera alrededor de un show.

O es para afrodescendientes, o es para blancos, o es para latinos, o es para jóvenes, o es para gente madura, o es para heterosexuales, o es para homosexuales.

Y si, como en el caso de Kendrick Lamar, no es para usted, la respuesta no va a ser de respeto. Va a ser de odio. Usted se va a sentir discriminada, discriminado. No lo va a tolerar. Lo va a atacar, a destruir, a cancelar.

¡Así de herida está ahora la población de Estados Unidos! Así de enojada. Así de dividida. Así de atomizada. “Divide y vencerás”.

Si en algún otro momento se hubiera presentado en un Super Bowl un espectáculo en honor a las y a los afrodescendientes, la reacción hubiera sido otra.

Hubiéramos escuchado frases como “¡Felicidades, hermanas, hermanos! ¡Qué bueno que los están reconociendo! ¡Ya era hora! ¡Se lo merecen! ¡Se lo han ganado! ¡Las amamos! ¡Los queremos!”

Ahora no. Ahora es: “¡Eso es racismo! ¡Racismo a la inversa! ¡Faltaron las latinas! ¡Faltaron los latinos! ¡Los afrodescendientes nos discriminan! ¡Odian a los blancos! ¡Por eso les pasa lo que les pasa!”

Lo que en algún momento de la historia del espectáculo y del deporte fue un instante de diversión se transformó en un mensaje de guerra, en una pausa para el rencor.

Si esto es a nivel interno, imagínese a nivel externo, a nivel internacional. ¿Qué cara esperaba usted que pusieran las audiencias de otros países ante la presentación de Kendrick Lamar?

Es muy probable, como sucedió con las multitudes mexicanas, que a pesar de su fama y de sus premios en Estados Unidos, mucha gente no lo conociera, que no se supiera sus canciones.

Y peor tantito: si a usted no le gusta el rap, si usted no maneja esos referentes, ¿qué esperaba que sucediera con el público global?

Ojo: el Super Bowl jamás ha sido un evento internacional. No es para nosotros. Pero antes, Estados Unidos era un país tan metido en nuestras almas, que lo gozábamos. ¡Adorábamos el medio tiempo!

Lo que sucedió el 9 de febrero en Nueva Orleans fue bastante sintomático, el más grande indicador de que Estados Unidos ya no es quien manda a la hora de los espectáculos.

Es una pérdida delicadísima a nivel poder suave. Es una invitación a que otros países, que sí están siendo capaces de crear estrellas universales, le terminen de quitar esa posición.

¿Ahora entiende cuando le digo que el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LIX fue un acontecimiento histórico?

Ahí pasaron cosas. Pasaron cosas malas. Cosas que Estados Unidos debe luchar por corregir si aspira a seguir siendo el imperio cultural del mundo. ¿O usted qué opina?


  • Álvaro Cueva
  • alvaromilenio5@gmail.com
  • Es el crítico de televisión más respetado de México. Habita en el multiverso de la comunicación donde escribe, conduce, entrevista, da clases y conferencias desde 1987. publica de lunes a viernes su columna El pozo de los deseos reprimidos.
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