Me siento muy mal con usted, con los medios de comunicación y las redes sociales.
¿Por qué? Porque siento que lo estoy haciendo mal, que lo estamos haciendo mal y a las pruebas me remito: París 2024.
¿Qué clase de coberturas estamos haciendo de los Juegos Olímpicos? ¿Éste es el periodismo que merecen las audiencias de hoy?
Antecedentes: en mis tiempos, los Juegos Olímpicos eran algo muy importante, “la gran fiesta deportiva de la humanidad”, un evento que nadie se perdía, un cañonazo mediático que convocaba a las multitudes.
¿Se acuerda usted de Atenas 2004? La hemeroteca no me dejará mentir. No había manera de que yo, como crítico, abarcara tantísimos contenidos olímpicos tan relevantes que se hacían en tantos horarios, en tantos canales.
En aquellos años mis columnas medían más de 5 mil caracteres y yo me podía volver loco decidiendo de quién iba a escribir al día siguiente sin privilegiar a una televisora en particular.
Los Juegos Olímpicos de Verano eran algo tan fundamental que no había manera de criticar nada más y me acuerdo perfectamente bien que ante el lanzamiento de series ahora clásicas como “Nip/Tuck” le tuve que ofrecer una disculpa a mis lectores por atreverme a escribirle de ellas y distraerlos de los contenidos deportivos.
Hoy, 20 años después, esto es el infierno. Hay muy, muy pocos contenidos sobre lo que está pasando en París en muy, muy pocos lugares.
Tal parece que a nadie, o a casi nadie, le importa lo que ocurre en París. Valen más “La casa de los famosos”, las series y las telenovelas, que cualquier “show” olímpico.
Es monstruoso y no lo digo porque viva aferrado al pasado, porque esté negado a los cambios mediáticos y sociales o porque alguien me esté pagando por decirlo.
¿Qué clase de valores hay en lo que está pasando en los Juegos Olímpicos y clase de valores hay en un “reality show”?
Esto tendría que ser un escándalo nacional e internacional, pero no lo es porque estamos hipnotizados por unas redes sociales cada vez más programadas para tenernos en el odio, en el debate y en la estupidez.
Nadie gana con esto, sólo ellas. ¡Y vaya que están ganando! El problema, insisto, es que no se están cubriendo las cosas como se tendrían que cubrir y eso se traduce en desinformación.
Antes, por ejemplo, hubiera sido inimaginable una polémica como la que tuvimos en la ceremonia de apertura de París 2024 porque antes, todos, comenzando por los narradores, teníamos información.
Hoy, no. No sabemos de nada, pero opinamos. ¿Qué pasa cuando opinamos? Queremos tener la razón.
¿Qué ocurre cuando todos quieren tener la razón? Le vamos subiendo al tono, vamos tomando posiciones cada vez más extremas y al final nos peleamos.
¿Y de qué nos enteramos? De nada. Fíjese bien: nadie gana (porque nadie acepta su derrota), todos se enojan (porque nadie puede volver a convivir igual) y, lo peor de todo: nos vamos peor que como llegamos porque no sólo acabamos de malas, acabamos más desinformados que al principio.
¿Cómo que más desinformados? Sí porque como estamos furiosos y defendiendo una posición irracional, cuando nos explican cómo fueron las cosas nos negamos a aceptarlas o las etiquetamos a nuestro favor.
Si no me cree, acuérdese de lo que pasó precisamente con la inauguración de París 2024.
Lo que fue una explicación, por parte de los organizadores, de un lado nos lo “vendieron” como “se están disculpando” y, por el otro, “no es cierto. No se están disculpando. Lo están haciendo porque no les quedó de otra”.
¿No hubiera sido mejor no haber visto ninguna ceremonia de apertura? Qué triste, ¿no?
Yo quisiera tener tiempo y espacio para profundizar en éste y en muchos otros temas, pero ya no se puede.
Esto se ha vuelto tan decadente que en casi ningún programa de casi ningún medio se puede decir “París 2024” o “Juegos Olímpicos de París 2024” son pena de recibir demandas multimillonarias por no tener los derechos.
Perdón pero eso es enfermo. ¿Cómo que no se puede decir el nombre de las cosas porque hay que pagar? ¿Estamos hablando de “la gran fiesta deportiva de la humanidad” o de una marca de golosinas?
Ojo: yo entiendo lo de las imágenes. Son derechos. Hay que pagar. Pero ya meterse con los nombres de los eventos es pasar del comercio a la censura. Es quitarle su verdadero sentido a un evento que no iba por ahí.
A mí me da entre lástima y coraje ver a la gente de la televisión haciendo malabares para informarle de esto a las multitudes, tal y como les corresponde, mientras que en las redes sociales se dice y se muestra barbaridad y media.
Los mismos Juegos Olímpicos están orillando a los medios a no informar de los Juegos Olímpicos cuando deberían ser los más agradecidos de que, a estas alturas de la historia de la comunicación, todavía haya instituciones y compañías que los quieran voltear a ver.
Cubrir un evento como París 2024 no es como cuando usted va al futbol, enciende su celular, entra a TikTok y transmite un “live”.
Quiero que piense en la monumentalidad que es producir algo así.
Hay que mandar gente a Francia, a cada una de las competencias, y hay que tener personal en México, tanto para dar réplica como para complementar los contenidos como para solucionar emergencias.
Todos tienen que transportarse, hospedarse, alimentarse, vestirse, maquillarse, prepararse, leer, estudiar. Y si no son los micrófonos, son las luces, y si no es la señal, es la coordinación en diferentes usos horarios.
¿Todo eso para qué? ¿Para no poder llamar a las cosas por su nombre?
En el caso mexicano, esto se pone peor. TelevisaUnivision es una empresa bicultural. ClaroSports, panregional.
Usted nomás póngase a pensar en las complejidades legales de todo lo que le acabo de mencionar multiplicadas por los requerimientos de cada pantalla y de cada país.
Tendríamos que estarles poniendo un monumento porque evidentemente así que dijera usted: “qué negociazo interrumpir nuestra programación para hacer esto”, pues no.
Y ahí están esas empresas (y los medios públicos como El Once), gastando una fortuna, metiéndose en cualquier cantidad de problemas, siendo incluyentes, respetando a todas, todos y todes.
¿Todo para qué? Para que al final la gente, que por supuesto no tiene información, se pelee en las redes sociales por temas como el box y la intersexualidad.
Yo me siento muy mal con usted, con los medios de comunicación y las redes sociales porque siento que lo estoy haciendo mal, que lo estamos haciendo mal.
¿Pero cómo le hago? ¿Cómo le hacemos? Ahora sólo tengo mil 600 caracteres para toda una columna del periódico tradicional para cubrir decenas de contenidos mil veces más relevantes, por día, que para escribirle, por mencionar sólo un caso, de una sección de un programa como “La jugada del verano”.
Yo creo que sería muy sano que nos sentáramos a discutir qué está pasando, qué va a pasar y qué queremos que pase con la comunicación y el periodismo en el futuro.
La información es un derecho, ¿pero hasta qué punto podemos informar y hasta qué punto, no? ¿Cómo le vamos a hacer para informar de eventos cada vez más caros y más complejos como unos Juegos Olímpicos si cada vez tenemos más restricciones, menos dinero, menos tiempo y menos espacio? ¡Qué vergüenza!