Hoy terminan los mejores juegos olímpicos de toda la historia de la humanidad. ¿Qué fue lo que aprendimos? ¿Qué será lo que recordaremos con el paso de los años?
Gracias, París 2024 por recordarle al mundo de qué se tratan las olimpiadas, por actualizar un evento que se había quedado en el pasado, por unirnos a todas, a todos y a todes alrededor de las competencias.
Después de Tokio 2020, después de la pandemia, necesitábamos renacer y aquí estuvo la respuesta. Nada volverá a ser lo mismo después de todo lo que gozamos, después de todo lo que sufrimos, después de todo lo que participamos.
No es que los franceses hayan sacado los juegos de los estadios. Es que los franceses sacaron los juegos de su ciudad, de su país, y gracias a una poderosa combinación de medios de comunicación y de redes sociales los viralizaron alrededor del mundo entero.
Es como si el planeta, mientras duró esto, hubiera cambiado su eje de rotación y se hubiera puesto a girar alrededor de la Torre Eiffel.
No es que antes los Juegos Olímpicos no hubieran tenido éxito, que no hubiéramos tenido medios de comunicación o que no se hubiera participado en las redes sociales.
Es que ahora todo esto está consolidado y tanto los organizadores como el público entienden las reglas, saben cómo hacer las cosas y, por supuesto, lo aprovecharon.
Ya no estamos hablando de la monumentalidad de un estadio donde los asistentes esperan estar de manera presencial para ver a lo lejos cómo pasan las cosas y emocionarse.
Ahora estuvimos en la intimidad de una lágrima, en la soledad de una ola perdida en la inmensidad del Pacífico Sur o incluso en espectáculos grabados con anticipación.
Y lo mejor era no estar ahí, físicamente, para estar ahí, digitalmente, y emocionarnos, pero más alto, más rápido, más fuerte.
Es como si ahora sí nuestras almas, y no nuestros cuerpos, hubieran sido convocadas por el espíritu olímpico en algo mucho muy superior.
Obviamente no estamos acostumbrados a ese nivel de exposición, de vulnerabilidad, de confrontación, y muchas personas se sintieron incómodas. No supieron qué hacer, qué decir.
Es más o menos como cuando se inventó el cine y se hizo aquella famosa proyección donde los asistentes salieron despavoridos al ver que un tren se acercaba hacia ellos. Les dio miedo.
Como el miedo que sintieron las personas que jamás habían oído hablar de la intersexualidad cuando se enteraron de lo que pasó en la competencia de boxeo.
Como el miedo que sintió la gente que vio a una mujer embarazada compitiendo en esgrima. ¡Dios mío! ¡Qué escándalo!
Como el miedo que experimentaron millones de familias ante el choque cultural.
Siempre pasa. En cualquier viaje. La diferencia, ahora, insisto, es que los procesos de comunicación están entrelazados.
Lo muy personal se da y se recibe simultáneamente con lo muy masivo y el resultado es una sobreestimulación que, como en la vida misma, no todos digieren igual.
París 2024 dejó a muchas personas en éxtasis pero a otras, en la intoxicación.
Lo importante, como siempre, será la traducción de todo esto en nuestras prácticas deportivas, en nuestra salud, en nuestra cultura.
Yo sólo quiero que aprecie el privilegio de lo que acabamos de vivir, que no deje de celebrar a nuestros atletas y que goce de la evolución, de la ceremonia de clausura.
¡Gracias, París 2024! ¡Gracias por todo! ¡Gracias por tanto! ¡Que comiencen las olimpiadas de Los Ángeles 2028!