¿A dónde se fue la gente sensata?

Ciudad de México /

“Siento como si toda la gente sensata hubiera tomado un avión y se hubiera ido… dejándonos aquí solos”. La idea no es mía, de hecho tampoco de la persona a la que se la escuché, porque se trata de un actor que representa a un periodista de la década de los cincuenta. Sin embargo, al oír la frase sentí que resonaba en mí como una verdad personal, un sentimiento propio. No fui la única. En ese momento el teatro completo arrancó una ovación que detuvo por un instante la representación.

Y es eso de lo que quiero hablar. Una ovación a una frase dicha por un personaje del siglo pasado, que evidencia: el sentimiento de extranjería en el que hoy muchos se reconocen, la similitud que cada vez más encontramos entre lo que hoy vivimos y los peores momentos del siglo XX, y el aplauso como única protesta. Reconocimiento a lo que se dice, empatía con el que se atreve a decirlo, expresado de una manera catártica que, por desgracia, termina por ser trágica: un aplauso.

La obra se llama Good Night and Good Luck y se ubica en la década de los 50, en pleno auge del macartismo. En este contexto de hechos reales, el periodista televisivo de la época, Ed Murrow, se erigió como un defensor de la democracia y la libertad de expresión. Con valentía, Murrow confrontó los abusos del senador Joseph McCarthy, quien sin un proceso legal claro acusó a muchas personas de ser comunistas y tener vínculos con la Unión Soviética, destruyendo sus carreras y sus vidas. Ello desató una cultura de miedo y persecución desde el gobierno: una cacería de brujas, dirigida en primer lugar a los medios de comunicación.

Lo primero que sorprende es que esta historia del siglo pasado, llena de pelo engominado y televisión en blanco y negro, suene hoy tan actual. Democracia en peligro, libertad de expresión censurada, medios de comunicación controlados. ¿En qué momento el autoritarismo se convirtió en una opción? Preguntémosle a los votantes norteamericanos y aun a nuestros propios compatriotas electores. Resulta agotador pensar que después de 70 años las batallas vuelven a ser las mismas. Aún más triste, que nuestros pasos parecieran ir hacia atrás y lo peor, que esa batalla es hoy menos importante que entonces. ¿Democracia?, ¿para qué?

Y no, esta no es una historia que solo tenga que ver con los Estados Unidos y el nuevo gobierno del presidente Trump, cuyas decisiones arbitrarias, indolentes e impulsivas han puesto al mundo en un estado de zozobra y miedo solo comparable con los momentos más oscuros del siglo XX. Baste pensar que hoy los norteamericanos han empezado a borrar opiniones y comentarios de sus redes sociales por miedo a ser perseguidos.

Pero no son solo ellos, ¿acaso no se siente usted extranjero en nuestro país cuando el presidente del Senado dice que no importa que se les hayan ido algunos delincuentes o narcos en las listas para la elección de juzgadores?¿Que no nos quejemos, que somos unos chingaquedito? ¿Cuando está en vías de aprobarse una Ley de Telecomunicaciones que parte de una idea de censura que puede bajar del aire cualquier opinión o medio cuando el gobierno lo considere pertinente?

¿A dónde se fue toda la gente sensata que debería estarse oponiendo a ello?  Nos dejaron solos. ¿Qué hacemos? ¿Aplaudimos o seguimos chingando quedito?


  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
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