Lo intento, pero cuando la veo no puedo mirarla solo a ella, veo también el ancla. Una mujer abrazada a un ancla. ¿Cuánto pesa un ancla? Supongo que depende del tamaño de lo que detiene. ¿Qué tal detener un país?
Nunca a lo largo de todo el sexenio pasado y lo que va de este había visto un plan tan bien trabajado como el Plan México que presentó nuestra Presidenta la semana pasada. Dicen que les tomó varios meses prepararlo. Se nota. Un plan que, según la propia mandataria explica, entiende que el país necesita crecimiento económico. Lo escribo y no lo creo, qué raro resultar escuchar conceptos que parecían olvidados en el desván del aspiracionismo: crecimiento económico, producto interno bruto, empleos formales… mundo. El sexenio pasado representó el más grande endeudamiento y el peor crecimiento del siglo para el país, aún más, el peor de los últimos 30 años, pero como teníamos “otros datos”, nadie se preocupaba mucho de ello.
Sin embargo, el Plan México sí reconoce la urgencia de crecer. El mundo está dando un gran vuelco, las decisiones que a partir de hoy tome el presidente Trump afectarán a nuestro país en todos los sentidos posibles, incluyendo el económico y, por si fuera poco, los programas sociales, prioridad en el paquete económico del gobierno, requieren cuantiosos recursos que difícilmente saldrán de cerrar algún organismo que todavía quede en pie o apretando con ahorros a instituciones o personas que hasta hoy se hubieran salvado. Hay que generar riqueza —palabra maldita que, según se nos dijo, venía del Diablo—. Riqueza y crecimiento que solo puede venir de la inversión privada —dos palabras: inversión y privada, por lo tanto dos veces malditas—.
Y es precisamente frente a esto que uno cae en cuenta que nuestra Presidenta está abrazada a un ancla. No basta con su esfuerzo y el de todos los que trabajaron en el desarrollo del proyecto. Se necesita la certeza de que el plan va a caminar y ¿cómo tenerla si arriba del escenario hay también un ancla? Un ancla enorme que llevó a nuestra mandataria a aceptar un paquete de reformas que pertenecían en gran medida a la agenda de su antecesor y que le ha robado la atención y relevancia a su sexenio, un ancla que impuso una reforma judicial mal pensada, hecha a la carrera y, ante todo injusta, un ancla que condujo a los niveles de inseguridad que vivimos y que no podemos asegurar que están bajando porque ahora ya no solo desaparecen las personas sino los parámetros con los que medíamos dónde estábamos. Un ancla que envalentona haciendo del poder legislativo una desgracia. Un ancla hecha de acero sólido, inamovible, por eso cuando nuestra Presidenta la abraza se le enfría y endurece el gesto, pero sobre todo el futuro.
Insisto, el Plan México es un programa profesional, serio. Con objetivos y metas claras y cuantificables. No es una ocurrencia como hacer una Megafarmacia, comprar una línea aérea o construir un tren que no va a ningún lado y que por lo mismo, ahora tendrá que ser de carga. El Plan México es un proyecto ambicioso —palabra mil veces maldita— que a México le urge. Para hacerlo realidad necesitamos que nuestra Presidenta entienda a fondo el funcionamiento de las anclas. Al principio dan la sensación de fuerza, sin embargo terminan por detenerte y finalmente, hundirte.