A seis meses del paso devastador del huracán Otis, la parte alta de El Veladero ofreció una imagen impresionante, producto del incendio forestal que se prolongó toda la noche, sembrando incertidumbre en la población, cubrió de cenizas zonas aledañas y envolvió a la ciudad en una bruma que no permitía distinguir dónde se juntan el cielo y el mar.
Lo mismo ocurría en Chilpancingo, azotado desde hace varios días por incendios forestales en sus alrededores.
Por ello, varios amigos y paisanos me han escrito en mis redes pidiéndome que intervenga ante los incendios forestales que se han presentado, y lo único que puedo hacer es escribirlo en este espacio que generosamente me brinda MILENIO, para que las autoridades de los tres niveles de gobierno atiendan y mitiguen el peligro.
En Acapulco, el fuego se extendió cerca de algunas colonias populares, amén de las enfermedades respiratorias que ya empiezan a presentarse.
Pero la alcaldesa se fue de licencia porque está metida en su campaña, despilfarrando dinero en actos faraónicos como el de su reciente apertura de campaña que, si se cuantifica, solo ese evento de acarreados ya rebasó el tope de campaña.
Siempre que me encuentro con amigos y conocidos me preguntan: ¿y cómo va Acapulco? Y nada me daría más alegría que decirles: vamos muy bien. Pero nuestra realidad es otra.
No es exagerado decir que Acapulco vive inmerso en una crisis. La reconstrucción no sigue una línea definida, los negocios no acaban de recuperarse y los empresarios claman al gobierno federal que les condone todo el año el pago de la Autopista del Sol, energía eléctrica, y difiera el pago de impuestos.
Hace poco que estuve en el puerto pude constatar la lentitud con que se reconstruyen los hoteles y condominios. Hay algunos sitios turísticos que no se les ha hecho nada.
De 20 mil cuartos de hotel apenas se dispone si acaso de 5 mil o 6 mil, muchos restaurantes siguen sin abrir y La Isla, que solían visitar los turistas y acapulqueños, no se ve para cuando vuelva abrir.
La última vez que intenté meterme acompañado de mi familia a nuestra bahía, era tal el cúmulo de basura que decidimos mejor no hacerlo.
Mi gobierno dejó barredoras marítimas que hoy no las veo por ningún lado. Además, la tecnología ha avanzado tanto que existen embarcaciones de gran calado para recoger basura y residuos, que permiten mantener relativamente limpias las playas.
En el fondo de la bahía permanecen al menos 800 embarcaciones que poco a poco el mar escupe a las playas.
Muchos edificios y condominios permanecen en ruinas, otros se han depreciado a más de 40% de su valor; aún así, no hay quien los adquiera. Pasarán años para que sean recuperados, y menos aún si el gobierno local les exige altos pagos para liberar los trabajos de reconstrucción, como denunció recientemente el dirigente del Consejo Coordinador Empresarial en la Convención Nacional Bancaria.
Es cierto que el gobierno federal ha acompañado en todo momento a miles de familias damnificadas, con apoyos económicos, enseres domésticos, despensas y el no pago del recibo de energía eléctrica hasta junio. Pero no basta.
Veo con pesar que no hemos aprendido de estas experiencias amargas. Hay quienes señalan que no hay un plan rector de la reconstrucción.
Vienen nuevos huracanes: el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos prevé una temporada de huracanes y tormentas mucho más intensas. ¿Estamos preparados para enfrentarlos y proteger a la población? No lo sé. No lo creo.
Es muy triste el panorama de mi querido Acapulco. ¿Hasta cuándo vamos a tomar conciencia que estamos matando a quien nos aporta la mayor parte del PIB en el estado?, que le da empleo a miles y que alguna vez fue orgullo internacional.
Algo tenemos que hacer. Espero que no sea muy tarde.