Ocurrió en la escuela primaria Año de Juárez, una o un menor de 10 años de edad sacó un arma de su mochila, apuntó a una compañera y después decidió detonarla en contra del pizarrón, la o el menor perdió el conocimiento por el impacto y de inmediato la maestra resguardó al grupo, aseguró el arma y junto con el resto del personal docente, pusieron en marcha el protocolo que se activa en estos casos:
Dieron parte a las autoridades, las y los maestros salvaguardaron a sus grupos, notificaron a la Dirección de Seguridad Pública Municipal y de alguna forma controlaron la situación.
Los padres de familia se vieron sorprendidos porque, del hecho se enteraron hasta que los niños llegaron a casa y contaron lo sucedido.
Naturalmente molestos los padres de familia están indignados porque nunca fueron avisados por parte de las autoridades educativas, claramente se sienten inseguros, enfadados, preocupados, pero situémonos en la escuela Año de Juárez, o atendían la contingencia o hacían cientos de llamadas para avisar a los padres de familia que sí o sí –con justa razón, por supuesto- generarían caos, abonarían al caos.
Hoy en la Comarca Lagunera hay un serio debate social: ¿La institución educativa no aplicó correctamente un protocolo de seguridad?
¿Las autoridades de la policía debieron poner en marcha el operativo mochila ese día? ¿Los maestros no informaron a los padres de los chicos de la contingencia?
Pero en toda esta mezcla de posturas, hay una que no ha sido aclarada totalmente, cuál es el papel que jugamos los padres de familia en los asuntos que les conciernen a nuestros hijos, por qué pensamos que la escuela es la responsable de los artículos que nuestros hijos traen de casa, por qué endilgamos en los maestros la tarea de educar en valores a nuestros hijos, por qué normalizamos tener un arma en casa, dónde obtuvo el arma ese niño o niña, no le cayó del cielo, no apareció mágicamente en la mochila, esa arma estaba en casa y sabía cómo operaba.
No pongamos una carga más a los maestros y hagamos compromisos reales con nuestras familias, con nuestros hijos o son maestros e inculcan conocimientos académicos en las infancias o los convertimos en detectores de metal, en policías o en expertos en protocolos de seguridad.
Porque me parece que la escuela, la academia pues, es la antítesis de los actos criminales, se trata de polos opuestos.
angel.carrillo@multimedios.com